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The Smashing Pumpkins: la tozudez de un ideal

The Smashing Pumpkins: la tozudez de un ideal

Foto: Jaime Carrera

Corgan se sigue aferrando con todas sus fuerzas a los Pumpkins. Si lo tuviéramos que extrapolar a otra realidad, su banda se podría comparar fácilmente con una secta: un líder con una personalidad enigmática y (no tan) carismática, el devenir de nuevos miembros y una idea fundadora por la cual seguir peleando hasta que las fuerzas se agoten. Este círculo se completa con los fanáticos, quienes con melancolía por la melancolía, vierten su fe ciega en cada ofrenda que Billy da por esta causa. A casi 4 años de su última visita, el ritual se volvía a repetir frente a un gran marco de público en el VTR Stage.

El vocalista saltó al escenario ciñéndose al puntual cronograma. Sus compañeros de labores, en esta ocasión, eran puros viejos conocidos. Jeff Schroeder se volvía a repetir el plato en nuestro país tras las seis cuerdas, mientras que Brad Wilk en batería (Rage Against The Machine, Audioslave) y Mark Stoermer con el bajo (The Killers) completaban otra nueva y no menos pretenciosa formación. ‘Cherub Rock’ fue el inicio perfecto para una lista de canciones que se repartiría entre material nuevo y viejas glorias. El juego de toms y riffs característico que inicia la canción sólo necesitó de segundos para impregnar de energía a los espectadores. ‘Tonight, Tonight’ y ‘Ava Adore’ fueron las siguientes en pasar, cerrando el triplete hits. En la cara de Corgan se evidenciaron algunas molestias por el sonido, problemas que con el pasar de los minutos parecieron haber desaparecido.

‘Being Beige’ y ‘Drum + Fife’ seguían como muestra de Monuments to an Elegy (2014), la más reciente producción de los norteamericanos y parte del ambicioso proyecto Teargarden by Kaleidyscope. Viajarían nuevamente varios años atrás con ‘Stand Inside Your Love’ para que luego ‘1979’, otro de sus grandes clásicos, fuera coreada por los fanáticos. Las caras más jovenes presentes comenzaban a transitar hacia otros escenarios, déjando a aquella frágil -y ahora adulta- juventud alternativa un poco más cerca del que alguna vez fuera su guía.

Con ‘Monuments’ y ‘Drown’ se podía notar a un Corgan mucho más suelto, desplazándose por el escenario y entregando una escueta sonrisa a las primera filas de vez en cuando. Siamese Dream (1993) volvía a posición con una particular versión de ‘Disarm’. ‘One and All (We Are)’, también de su último disco, refrescaba el ambiente con ese sonido característico, que los hizo destacar en la primera mitad de la década de los 90’s.

El final se comenzaba a concretar con un singular rito, que nada tendría que ver con guaguas y fuego. Los solos de guitarra de Corgan inundaban el escenario como canto chamánico, primero con la poderosa ‘United States’ (canción que no duró menos de 10 minutos, incluyó parte del himno yankee y que puso Brad Wilk a años luz de Jimmy Chamberlin), para luego cerrar con ‘Bullet with Butterfly Wings’ y la intratable ‘Heavy Metal Machine’. Se despidió muy cordial de su público y salió rápidamente del escenario.

Hace algunas semanas Billy llamó a separar al rock del pop ya que “ambas se encontraban en veredas diferentes”. Esa cómoda relación entre géneros por la cuál protesta, y la cual no le pareció molestar mucho a la hora de presentarse en un festival como Lollapalooza, es la nueva batalla que comienza a librar. Habrá que esperar el lanzamiento de Day for Night, presupuestado para este año, para saber con cuantos devotos cuenta esta nueva empresa. Por lo menos arriba del escenario, aún haz esperanza.