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Britney Spears y los placeres (no) culpables

Britney Spears y los placeres (no) culpables

Si hay un término que odio cuando se refiere a la música (en realidad, para cualquier cosa) es el de “placer culpable”, esa traducción del famoso “guilty pleasure”, que se utiliza cuando uno quiere confesar que le gusta algo que no parece bien visto. El avergonzarse de los propios gustos denota una inseguridad estúpida y quiere marcar límites en nuestras elecciones estéticas. Imagino que, de muy adolescente, hubo algún momento en que me gustó algo y me daba pudor reconocerlo pero, si soy sincero, no recuerdo que eso fuera así. Mis gustos eran eso, personales y, por lo tanto, no deberían ser juzgados por nadie y, mucho menos, por mí. Mi colección de discos está llena de trabajos que no pasarán a la historia de la música, que son estéticamente dudosos o que su objetivo era meramente comercial y efímero. Pero si los compré entonces es porque satisfacían un deseo y cumplían como placer musical. Sin culpa.

El término placer culpable se convierte, muchas veces, en arma arrojadiza. En 2016, cuando el canon ha saltado por los aires, cuando los cuestionamientos de lo que es “bueno” o “malo” se ha desdibujado porque los gustos son cambiantes y las estéticas dominantes inestables, no es complicado seguir viendo gente que declara con orgullo sus “placeres culpables”. Cuando yo era pequeño, aunque cueste creerlo, estaba mal visto que te gustase Pet Shop Boys, Madonna o Michael Jackson, música “de maricones” me decían, frente a artistas reales de ese momento como Bon Jovi o Europe (ironías de la vida).

Justin Bieber y su gran último disco, con algunas de las mejores canciones de 2015 en el, ha sido repetidamente nombrado como un ejemplo de esto por muchos rockistas, indies o hasta seguidores de músicas del mundo. ‘Sorry’ no contiene nada de culpa, es una canción excepcional, no hay mucho más. A veces llega a tanta la confusión que uno puede leer en los muros de sus redes sociales a personas poniendo casi de manera vergonzosa canciones de Beyoncé o hasta de ¡¡Outkast!!. O sea, alguna de las obras más importantes el pop contemporáneo (en su sentido amplio) son miradas con lupa. El único placer culpable que se me ocurre es el de un pederasta. Pero ese sería culpable judicialmente.

Por eso, cuando hablo de mi fascinación por Britney Spears, si hay algo de lo que estoy hablando es de un placer sí, pero consciente y absoluto por gran parte de su obra. Con motivo de la salida de su nuevo disco, el noveno de su carrera, es buen momento para hacer un repaso por canciones elegidas de cada uno de esos trabajos, en una especie de playlist representativo de toda su discografía.

El primer disco de Britney Spears, …Baby One More Time, publicado en 1999, fue un auténtico fenómeno comercial en su momento y sigue siendo uno de los discos más vendidos de la historia de la música. La imagen a explotar fue la de una niña buena, aunque con una dosis de ambigüedad. No en vano la canción principal jugaba con los dos sentidos de la palabra “hit” pudiendo interpretarse como metafórico o como incitación a cierto masoquismo. El icónico video de la canción que lo titula ha quedado como una de las imágenes claves del pop de los últimos veinte años. No estaba sola esa canción en un disco con otros puntos fuertes como ‘Sometimes’ o, sobre todo, la impresionante ‘(You Drive Me) Crazy’, pero es imposible no quedarse con la golosina pop que abrió toda esta historia, compuesta por ese mago llamado Max Martin.

Sólo un año después llegaba el segundo disco de la princesa del pop. Oops!…I Did It Again. Continuista para aprovechar una fama que nadie tenía muy claro cuánto duraría (incluso hay puntos suspensivos en el título, algo bastante extraño). Seguía paso a paso el disco anterior. Desde incluir una versión de rock clásico (en este caso el ‘I Can’t Get No (Satisfaction)’ de los Stones, en el disco anterior una de Sonny and Cher) hasta explotar esa imagen de niña buena que podría esconder una, ejem, leona en ella. Pero también aparecen ya elementos distintivos de una cierta fuerza femenina (¿feminista?), como en la mejor canción del disco ‘Stronger’, también de Martin y su estrecho colaborador Rami Yacoub. Uno de los discos más discretos de la diva, más que nada por continuista y no aportar demasiadas sorpresas, pero lleno de canciones inolvidables como ‘Lucky’ o la que da título al disco.

El tercer disco ¡en tres años! Fue el titulado, simplemente, Britney. Aunque en su momento fue tratado con cierto desdén, seguramente sea el disco clave en la carrera de Brit. El giro musical es evidente. Pretende mostrar una faceta mucho más adulta, erotizada y en la que busca romper su imagen de niña buena. Ya desde la portada mostrando un escote generoso se intuyen esa intenciones, pero es en lo estrictamente musical donde vienen las sorpresas. Con la versión de rigor (en este caso ‘I Love Rock and Roll’ de Joan Jett que, en lo personal, detesto y me parece lo peor del disco), aparecen una serie de gemas musicales en las que el sonido más duro, mucho más cercano al R‘n’B y la electrónica donwtempo con temáticas sexualizadas. El disco tiene varias de las grandes canciones de su carrera: ‘Overprotected’, ‘Boys’, esa declaración de principios que es ‘I’m Not a Girl, Not Yet a Woman’ y, por encima de todas, la primera canción por la que gente que escuchaba otros géneros o que miraba con displicencia a Brit se acercó a ella, ‘I’m a Slave For U’. Un video para la historia, unos ritmos a cargo de los Neptunes de Pharrel Williams (también escrita por ellos) que remitían a producciones de la era (buena) de Timbaland, sudor y un sonido urbano, decididamente contemporáneo. Escuchada en 2016 sigue sonando desafiante, moderna, mucho más que el 99% del pop que suena en las radios. Aunque el disco fue un éxito casi por inercia, ninguno de sus single pudo llegar siquiera al top 20. Claramente los seguidores de Brit esperaban otra cosa, pero los profanos empezaban a descubrirla.

Para muchos de los fans de Britney, el mejor disco de su carrera se publicaría en 2003. Quizá el peso de ‘Toxic’ tenga algo que ver en esta opinión, pero es cierto que este es el primer álbum en el que la crítica “seria” ve en ella una artista de discos, con un sonido contundente y a tener en cuenta, alejada de la imagen de estrella adolescente del pasado. In The Zone es un batido de rap, dance, eletrónica y otros estilos. No es raro. Tras su disco anterior y la traumática y publicitada ruptura con otro de los grandes músicos con una transición exitosa de la adolescencia a la madurez como era Justin Timberlake, durante los siguientes meses los rumores de que Britney iba a sacar un disco con colaboraciones de gente como Daft Punk o William Orbit era intensos.

La transición a la edad adulta se completa con un disco inventivo, que sigue sonando fresco hoy en día, y en el que ella se involucra mucho más que nunca en el aspecto compositivo. La producción de gente como Moby, R. Kelly, The Matrix en el punto álgido de su carrera o Bloodshy & Avant (que serán cruciales para ella en el futuro). Max Martin desaparece de los créditos pero eso no parece dañar un trabajo compacto y sensacional, en el que destacan ‘Outrageous’, ‘Touch of My Hand’ (esa referencia nada sutil a la masturbación), ‘Breathe On Me’, y el primer single ‘Me Against The Music’, junto a Madonna en el que esta parecía estar cediendo el testigo de su reinado a su joven sucesora. Pero, por encima de todo, este es el disco de ‘Toxic’, no sólo la mejor canción de Spears, sino una de las mejores canciones de este Siglo XXI. Tal cual.

Aquí comienza la etapa más tormentosa de la vida de Britney Spears. Tras la separación de Timberlake, su romance con ese rapero wannabe y estafador que es Kevin Federline la lleva a los diarios sensacionalistas. Una boda a los tres meses de conocerse, un estrafalario reality sobre su romance, “Britney & Kevin: Chaotic” acompañado de un espantoso EP de igual título, y una espiral de decadencia con hitos como la separación de la pareja en 2006, las noticias sobre Brit que parecían abocarla a un final trágico con internamientos en clínicas para tratamientos de adicciones, la pérdida de la custodia de su hijos, el famoso corte de pelo con el 666 en la cabeza, el ataque a los insufribles paparazzi que la acosaban noche y día tratando de provocar aún reacciones más viscerales… durante unos meses Britney es el personaje más decadente del mundo del espectáculo y parece que su carrera está muerta y enterrada, cuando, además pasan 4 años sin disco de estudio. Pero, poco a poco, recupera las ganas por la música y comienza a preparar lo que sería su quinto trabajo, Blackout. Y lo que iba a venir no era esperado por nadie.

Trabajando con habituales como Neptunes o Bloodshy & Avant y uniéndose a otros nombres como Danja o The Cluch, estamos ante un trabajo en el que sin apenas aportar nada a la escritura del mismo, se puede considerar un trabajo fuertemente autobiográfico y toda una reivindicación y reinvención personal y artística de Britney. Cuando sale el primer single y lo presenta en los VMAs de 2007, se convierte de inmediato en una especie de chiste andante. Casi unánimemente hay bromas y comentarios sobre su falta de forma física, y se anuncia un fracaso de proporciones colosales. Vista hoy es una actuación llena de carisma y valor que ya quisieran la mayoría de las presentaciones posteriores de una ceremonia cada vez más sombría y aburrida.

Cuando se edita casi a final de año el disco no es especialmente bien recibido ni comprendido. Britney se ha convertido en una especie de plasticina, una herramienta de voz ultratratada, robótica, casi alejada de lo humano. Un banco de pruebas del pop del futuro que estaba a punto de llegar (te hablo a ti Lady Gaga, Katy Perry o Rihanna). La ausencia de personalidad propia se convierte en la personalidad misma de ese trabajo. Estamos hablando de una Obra Maestra con mayúsculas que, como todas, no envejece sino que el tiempo la define como fotografía de un momento y una época y se reflejará en el futuro. En medios tan diversos como, The Times, Rolling Stone, The Guardian o Stylus ha aparecido entre los más destacados de la década y, en 2012 fue incluido en el archivo del Rock and Roll Hall of Fame.

Un disco revelador, una maravilla absoluta que no se puede dejar de recomendar una y otra vez, en la que el sonido de la siguiente década del pop mainstream parece concentrarse en sus cortes. Desde la recuperación del electro, al trance, pasando por el extrañamiento de la canción pop a la que retuerce hasta casi hacer irreconocible y hasta el dubstep, en ese momento música underground, para convertirse poco después en el género favorito de la electrónica masiva hasta la llegada del EDM a las radios. Casi cada corte podría ser elegido como el mejor. ‘Gimme More’, ‘FreakShow’, ‘Radar’, ‘Get Naked (I Got a Plan)’, ‘Break the Ice’… uno de esos discos en el que elegir un solo tema es un acto de fe y una tortura. Pero quizá por su carga autobiográfica, por su sonido roto, por un video espectacular y la reflexión sobre su propia vida de la cantante que contiene y por ser, en resumen, una canción que condensa y avanza la música pop que vendría, el título recaería en ‘Piece of Me’.

Como en sus mejores tiempos, apenas deja un año para su siguiente trabajo y, antes de que termine 2008, edita Circus. Con la portada más horrorosa imaginable, pero con un prestigio recuperado por el reconocimiento de los meses anteriores a Blackout (aunque todavía no había alcanzado su estatus de obra magna actual), el disco se plantea como un alternativa algo más ligera y abierta que el anterior. Y lo hace desde el inicio con la elección del single de adelanto con ‘Womanizer’. La canción se convierte en uno de los éxitos históricos de Britney. Regresa al número 1 del Hot 100 tras muchos años. Tantos como que es el primer single que lo consigue desde el primero, ‘…Baby One More Time’. A la fecha sigue siendo su single más vendedor. Una voz robótica, una letra criticando la actitud masculina de machito promiscuo (como otras canciones del disco dedicada a su ex Kevin Federline) y un video que es el sucesor espiritual de ‘Toxic’ (también la canción recuerda ligeramente a esta). Todo un éxito con candidatura a los Grammy incluida.

Pero Circus tenía mucho más. Probablemente, uno de sus mejores discos, en la que ya se la ve consciente de recuperar el control de su vida y carrera. Un montón de momentos en los que sigue explorando el pop contemporáneo y bailable como en ‘Kill The Lights’, en al que vuelve a explorar el tema de su conflictiva relación con la fama y los medios de comunicación que controlan cada movimiento de su vida. O la sensacional ‘If U Seek Me’, muy polémica por el doble sentido de la misma (se podía entender Fuck Me), en la que recupera su colaboración con el Rey Midas sueco Max Martin. La muy eurovisiva ‘Shattered Glass’ o la balada ‘Out From Under’ son otros de los puntos fuertes.

Curiosamente, en la edición deluxe de Circus recupera ‘Radar’ del disco anterior e incluso la lanza como single. Pero si hay que quedarse con una canción de este trabajo sería con la titular. ‘Circus’, escrita por Dr Luke (sí, el mismo que ha convertido la vida de Kesha en un infierno), está llena de subidas y bajadas, en la que los ritmos rotos de R’n’B del siglo XXI y el pop bailable conviven con partes rapeadas en las que Britney, nunca una vocalista excepcional, se luce con un fraseo rápido y ligero como una pluma. Los temas explorados, vuelven a ser, una vez más, el propio circo en el que se había convertido su vida en los últimos años. No es raro. A inicios de ese año tuvo se le asigno un tutor legal para que se hiciera cargo de sus asuntos, algo un tanto humillante en una mujer adulta, exitosa desde su adolescencia y madre por dos veces.

Tres años más tardaría en llegar su nuevo disco de estudio, en 2011. Durante ese periodo se editaría un grandes éxitos que tuvo fabulosas críticas (en allmusic tiene 5 estrellas) y que sirve para hacer balance y recordatorio de una de las carreras más importantes del pop moderno. Cada canción es un clásico y, al ser cronológico, un viaje por la evolución del sonido radial, desde el pop blando de las estrellas Disney, hasta la llegada del dance que sustituye a este como género central en la música mainstream. El primer trabajo de la década actual lo titula Femme Fatale y regresa a cierta oscuridad y sonidos más duros, como en Blackout. Probablemente de no existir este, deberíamos estar hablando del mejor disco de Britney pero ha de conformarse con la medalla de plata. Que no está mal. Quizá menos sorprendente, pero igual de eficaz, la pista de baile se convierte en vertebrador de un trabajo en el que el dubstep (o su variante más agresiva como el brostep) se pasea junto al EDM, a momentos de hardtechno.

Quizá con el mejor equipo de producción y composición de su carrera, a los que deja trabajar con completa libertad, Britney se disuelve como artista para pasar a ser una herramienta del pop de todos estos maestros del estudio. El uso extremo del autotune, los filtros de voz, en la que parecen hacer innecesaria incluso la participación de la propia Britney otorga, de manera irónica, la fuerte personalidad a este excelente disco. Por los créditos de Femme Fatale pasean Max Martin, Bloodshy, Kesha, Shellback, Dr Luke, Benny Blanco, will.i.am y muchos otros nombres (hasta una canción de William Orbit quedó fuera), que convierten el disco en una filigrana de producción, en el que a cada canción se le puede descubrir siempre un nuevo arreglo, un nuevo truco de estudio, una nueva vuelta que lo hace eternamente disfrutable.

Los puntos altos de este disco son innumerables ‘I Wanna Go’, ‘Big Fat Bass’, el cierre perfecto con ese folk sintético de ‘Criminal’, quizá el número más sorprendente y arriesgado. Pero las joyas del disco están abriéndolo, ‘Till The World Ends’ es una canción de ritmos trance y duros, llamando a la fiesta tal como se ve en el video, que remite al de ‘I’m A Slave 4 U’, punto de quiebre en la carrera de Brit. Aunque el mundo termine como anunciaba la profecía Maya, el 21 de Diciembre de 2012, fecha en la que se desarrolla el video. Bailar hasta morir.

Por escasos méritos, sin embargo, la mejor del disco es ‘Hold It Against Me’. Con sus subidas y bajadas infernales, con su engañoso puente de balada, con el intermedio roto de dubstep (que años antes ella había ya lanzado al mainstream de manera precursora), con elementos de la velocidad infernal del grime… es meter en una juguera los elementos del dance del momento para dar, en realidad, una canción absolutamente pop. Tanto es así que se convierte en número uno en la lista del singles del Billboard, consiguiendo esa rareza de haber obtenido tres números uno en tres décadas consecutivas, algo al alcance de muy pocos artistas. Britney está en ese momento en uno de sus mejores momentos comerciales y artísticos al haber encadenado cuatro discos de gran acogida crítica y resultados comerciales ascendentes tras su infierno personal. El video muestra una autoreivindicación de ella, rodeada de monitores con diferentes etapas de su carrera. Una especie de ascenso, caída y redención, con escenas de lucha contra si misma hasta conseguir, como el Fénix, renacer y triunfar. Y nosotros allí para celebrarlo.

Establecida de nuevo como una figura relevante en el cada vez más complicado panorama de las figuras musicales femeninas con competencia de Katy Perry, Rihanna, Beyonce, Lady Gaga y, en otros ámbitos Sia o Adele, todo parecía ir bien. Cuando se anuncia la salida de su nuevo trabajo en 2013, Britney Jean, había una expectación justificada. Viniendo de sus mejores discos, totalmente recuperada de sus altibajos personales, y con una actividad en redes sociales cercana a la autoparodia (sobre todo en Instagram), todo parecía ir bien. Además anunció que sería su disco más personal (de ahí el título) y la nómina de colaboradores volvía a ser de lujo: Sia, will.i.am, T.I. Ingrosso, Guetta, Nicky Romero, Diplo… O sea, muchos de los grandes nombres del EDM que en ese momento es el estilo número uno del mundo.

Pero las esperanzas de un nuevo hito en su carrera se convirtieron en pesadilla con el, seguramente, peor disco de los suyos. Duele más porque entre Circus y este Britney Jean había aparecido el single junto a will.i.am ‘Scream & Shout’, una especie de house robótico que podría haber sido una dirección excelente para este nuevo trabajo. Pero nada funciona. Cuesta encontrar canciones que valgan la pena. Para colmo una polémica sobre si siquiera la propia Spears era la que cantaba en varios de los temas o la voz de estudio de Myah Marie era la que se escuchaba (sobre todo en el single ‘Perfume’, de lo poco salvable, por otra parte). Ella misma debe ser consciente del desastre y no participa apenas en la promo y se convierte en el mayor fracaso de su carrera. Apenas llega al puesto 4 en la lista de discos (todos sus anteriores trabajos fueron número 1, excepto Blackout que fue 2 en una época muy oscura para ella). Si hubiera que elegir nos quedaríamos con ‘It Should Be Easy’ junto a will.i.am pero que suena demasiado arquetípica y ya escuchada y ‘Till It’s Gone’. Muy poco más. A excepción, claro, del single inicial ‘Work Bitch’, este sí, entre sus grandes canciones, aunque tampoco fue un gran éxito. La dureza de los ritmos EDM (tras ella estaba Sebastian Ingrosso, uno de los grandes nombres del estilo) hacen de la canción perfecta para ir a correr o al gimnasio. Pero esa misma agresividad de los ritmos la deja fuera de las radios, cortando sus posibilidades comerciales. Un entretenimiento divertido, que no ha envejecido y que sirve para darlo todo en la pista de baile.

Tres años más y nos encontramos con el ahora. En 2016 regresa con Glory, tras unos años de bajo perfil público, retirada en su exitosa y millonaria residencia en un espectáculo en Las Vegas, dejando de lado las giras mundiales. El panorama musical ha cambiado mucho en estos tres años con el ascenso a las ligas del aprecio público masivo a Beyoncé, convertida en un nombre clave de la música actual, el dominio comercial de Katy Perry o Rihanna que no dejan de tener números 1, o la defenestración de Lady Gaga de la que (casi) nadie espera que pueda sorprender a estas alturas.

Aunque aún es pronto para dar una opinión sobre Glory, nos encontramos ante un disco infinitamente más sólido que el anterior y una recuperación de la forma. Y eso que el adelanto de ‘Private Show’ tiraba para atrás. Pero el primer single ‘Make Me’ junto a G-Eazy funciona a la perfección. Un downtempo con rapeado intermedio, en el que la princesa del pop canta sobre arreglos que parecen sacados de un tema de Burial o James Blake. El disco se recrea en ritmos caribeños, reggae y dancehall sin abandonar el dance. ‘Man on the Moon’ , ‘Just Luv Me’ o la sensacional ‘Do You Wanna Come Over?’ muestran esta querencia caribeña. Los ritmos más puramente bailables tampoco se quedan fuera como en ‘Hard To Forget Ya’, quizá demasiado convencional recordando a la Robyn multinacional.

El disco es el más bajo de revoluciones desde los tiempos de In The Zone. De manera incomprensible dejan para la edición Deluxe y no la normal varias de las mejores canciones del disco. ‘Change Your Mind (No Seas Cortés)’ con sus frases en español que funcionan de manera matemática, ‘Liar’ que podría haber sido una de las mejores canciones de sus dos primeros álbumes, ‘If I’m Dancing’, juguetona y bailable que lleva escrita en la frente la palabra single a la primera escucha, y esa rareza cantada en ¡francés! que es ‘Coupure Électrique’, que parece de la misma Alizee. De haber incluido esas canciones en la edición estándar y sacado algunas rémoras del disco como ‘Private Show’ o ‘What You Need’, este hubiera ganado muchísimo y, seguramente, ser uno de sus mejores trabajos. Aún así vivimos en la era digital, esas canciones son parte del disco y lo hacen enormemente disfrutable. ¿Una sola canción? Ahora mismo sería ‘Love Me Down’.