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Hacia una autocrítica sobre periodismo y música chilena

Hacia una autocrítica sobre periodismo y música chilena

Los siguientes son los apuntes que escribí para la charla “El aporte de los medios de comunicación y el periodismo especializado en el desarrollo de la industria musical”, realizada el sábado 21 de noviembre en la Sala Pedro Prado de la Estación Mapocho, en el marco de la Feria Pulsar. También participaron los periodistas Marisol García y Mauricio Jurguensen y moderó Felipe Arratia.

Modifiqué detalles de redacción y el texto incluye aspectos que descarté en la charla misma, en virtud del tiempo. Sin embargo, lo medular es esto: una autocrítica sobre el rol que cumplimos los medios en nuestra relación con la música local actual. En forma de apuntes, con muchas preguntas y no tantas respuestas.

I

Antes de referirme a los temas que me parecen más relevantes, tengo que hacer una advertencia. Sé que el nombre de esta charla se refiere al aporte que los medios de comunicación y el periodismo especializado pueden hacer para el desarrollo de la industria musical, pero, lamentablemente, no estoy muy seguro de que sea trabajo del periodismo aportar al desarrollo de una industria. No es algo que se refiera exclusivamente a la música: no sé si me parece que el periodismo esté llamado a fomentar industrias. No sé si el periodismo económico, deportivo, cultural, científico, por decir algunos, sean los encargados de aportar a esas respectivas industrias. Creo que para eso hay otros actores. Como aquella es una discusión diferente, prefiero hablar de cómo el periodismo y los medios de comunicación se relacionan, inciden o influyen en la actividad musical en Chile, incluso más allá de los márgenes de lo que se podría identificar como una industria.

II

En primer lugar, quiero apuntar a un aspecto básico del periodismo y en el cual creo que no cumplimos. Hacer periodismo, entre muchas cosas, se trata de dar cuenta de una realidad, de narrar cosas que ocurren. Los periodistas que nos dedicamos a la música en Chile, por lo tanto, deberíamos tener como objetivo contar lo que pasa con la música en nuestro país o, al menos, en nuestra ciudad. ¿Lo hacemos? Claro que sí, pero solo parcialmente. Creo que, en buena medida, eso se debe a la labor de nosotros los periodistas.

En Santiago, por ejemplo, hoy pasan muchísimas cosas relacionadas con la música. Se puede ir a un concierto prácticamente todos o casi todos los días de la semana, de diversos estilos, tamaños y contextos. Cualquier persona que reciba información sobre actividades culturales puede comprobarlo. Basta ver la cartelera semanal de POTQ, aun cuando solo incluye un rango limitado de la actividad musical local. Sin embargo, una gran porción de esta actividad no tiene presencia alguna en los medios.

Es evidente que ningún sistema de medios de comunicación puede dar cuenta de absolutamente todo. No es ese el punto, sino que la visión que entrega el periodismo sobre la actividad musical de una ciudad como Santiago es demasiado limitada. Estoy apuntando a un campo muy amplio, lo sé: en radios, en prensa escrita, en televisión y medios digitales hay diversas realidades. No hay que examinar mucho, por ejemplo, para darse cuenta que la TV debe tener la mayor deuda en este sentido. ¿Por qué ocurre esto? En buena medida, creo, tiene que ver con una pluralidad de medios que simplemente no tenemos. Si apenas existen espacios mediáticos para la música local, es imposible que además sean diversos. En segundo lugar, puede relacionarse con un cierto conservadurismo de los medios y los mismos periodistas sobre qué actividades se pueden difundir, qué música puede sonar en la radio, qué artículos se pueden escribir y a quién se puede entrevistar. ¿Quién da cuenta, por ejemplo, de la vasta actividad de rap que hay en Chile? No es una música extrañísima, intrincada, desconocida, hablo de una escena siempre activa y con auditores atentos. Hay raperos chilenos, por ejemplo, que se han hecho muy conocidos a pesar de no estar constantemente en los medios.O simplemente ser ignorados por ellos. ¿Quién informa sobre eso, quién hace esos relatos?

A eso me refiero con cosas que ocurren y sobre las cuales no damos cuenta. A veces parece como si no existieran. Como el del rap, creo que hay otros ejemplos. Supongo que, en buena medida, eso se puede remediar si los periodistas nos dedicamos en serio a hacer una de nuestras obligaciones más básicas: salir a la calle, reportear, escuchar música en vivo. Ser curiosos, ver bandas que no conocemos, adentrarnos en terrenos aparentemente lejanos. ¿Cuántos periodistas especializados en música popular, por ejemplo, van a un concierto de música “docta”? ¿Acaso no se puede aprender también ahí? No es raro que el periodismo no dé cuenta de su entorno si no utiliza su herramienta más básica: ser testigo directo de las cosas.

A propósito, una anécdota. Hace algunos días entrevisté a una banda en el programa de radio que conduzco. Poco después, uno de ellos escribió para agradecerme. Eso no tiene nada de singular, pero me llamó la atención el énfasis de sus palabras: “Qué bacán que nos hayan invitado y estén dispuesto a poner más música que las bandas que salen siempre. Que se nota que no están ni ahí con estar obligados a superar el 20% (en radios) porque en verdad les interesa poner bandas que se están moviendo pero no suenan en la radio”. Eso no debería ser motivo de agradecimiento, simplemente debería ser nuestra labor.

III

Vuelvo al conservadurismo en la cobertura de la música. A veces, por ejemplo, uno escucha o lee que ciertas cosas “no pueden” sonar en las radios por tal o cual razón. A fines de octubre, a propósito de la modificación legal que obliga a las emisoras a programar un 20% de música local, ¿por qué siguen sonando los mismos artistas chilenos? Entre las respuestas, algunos entrevistados decían que la música chilena debe “profesionalizarse” o alcanzar “un estándar radial”, como si fuera un asunto indiscutible. ¿Existe UN solo estándar radial? ¿Todo lo que suena en radios tiene ese estándar, realmente? ¿Suenan así de “bien” los discos de Los Prisioneros, sonaron así siempre? ¿Suenan realmente tan “bien” las canciones de Los Jaivas? ¿Le harían “daño” -ese era otro argumento- a una canción de Víctor Jara por programarla a pesar de tener una menor calidad, supuestamente?

Primero, no entiendo por qué debe haber un solo sonido adecuado para las radios, qué aburrimiento. Segundo, sospecho que el mismo argumento se utilizó antes para ignorar música que hoy perfectamente suena en la radio. ¿Por qué ahora se programan canciones del primer disco de Javiera Mena, que va a cumplir diez años? Bueno, porque ahora es una artista validada, sobre la cual ya no pesa aquel conservadurismo que impedía que sus canciones se difundieran en el momento oportuno. Tuvieron que pasar los años para que, por ejemplo, una canción como “Yo no te pido la luna” (¡¡un cover!!) rotara en radios. Otro caso interesante es el de Ana Tijoux, que debió ser valorada en el extranjero para que el periodismo chileno la considerara. Hay otros ejemplos curiosos, posibilitados por la mentada ley del 20%. A veces, uno puede pillar en la radio canciones de grupos como Solar o Los Santos Dumont, algunas grabadas hace casi dos décadas, y que han reflotado en ciertas emisoras. ¿Por qué ahora esa música puede sonar perfectamente en la parrilla de una radio? ¿Cumple con el famoso estándar? ¿Importa realmente eso?

IV

Finalmente, creo que hay una labor del periodismo y que, probablemente, sí puede relacionarse más con la industria musical, aunque a largo plazo. Habitualmente, en el trabajo diario los periodistas no somos conscientes de la relevancia posterior que tienen los artículos, programas de radio y TV, las entrevistas. Con el paso del tiempo, toda esa enorme producción se convierte en documentos, muchos de ellos valiosos.

Quienes han hecho investigaciones más profundas sobre música chilena (libros, documentales) saben lo importantes qué pueden ser esos archivos, como testimonios directos de épocas, lugares, personas que el paso del tiempo oscurece. Este es un tema crucial en un país famélico en archivos musicales. ¿Cuántos discos, por ejemplo, ni siquiera se pueden encontrar en internet? Ni hablar de disquerías. ¿Cuántas grabaciones se han perdido, cuántas permanecen olvidadas quizás dónde? Es un fenómeno que ni siquiera se limita a los sonidos más subterráneos, sino a grandes nombres de la música popular chilena.

Por eso, vuelvo nuevamente a la importancia de dar cuenta del contexto actual, de lo que pasa en el entorno más próximo. En 40 años más, alguien querrá saber qué pasaba en términos musicales, a principios del siglo XXI, en Santiago. Si solo lograra conseguir archivos de los medios más tradicionales, es posible que piense en una ciudad solo concentrada en mega festivales y conciertos de grandes estrellas internacionales. La actividad local, podría pensar, no cambió demasiado respecto de las últimas décadas.

Por cierto, al menos yo no creo que eso sea cierto.

Foto * Pulsar