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The Strokes: Un sabor extraño

The Strokes: Un sabor extraño

Pudo ser patético: The Strokes cerraba uno de los escenario centrales de Lollalapalooza, tardaron veinte minutos en aparecer y cuando por fin largaron ‘The modern age’, la voz de Julián Casablancas no se escuchó en lo más mínimo. Tanto era el desconcierto del público, que cuando se estaban lanzando sobre los primeros compases de ‘Soma’, los mismos músicos entendieron lo que estaba pasando y tuvieron que frenar en seco. Esperaron que el micrófono sí funcionara y volvieron a empezar, con la misma canción que hace pocos segundos había sonado como en un karaoke. Fue un instante de amateurismo desmedido, como dicen. Además, fue mucho el contraste con la admirable actuación que The Weeknd había brindado pocos minutos antes.

Luego de la partida falsa, tuvieron que pasar largos minutos para que el concierto realmente despegara. Cuando parecía que iba a ocurrir, los problemas de sonido lo desestabilizaban. Y cuando no eran razones técnicas, era el veleidoso de Julian Casablancas, que nunca ha sido un cantante virtuoso, pero en los primeros instantes estaba tan errático en su función como en las frases que pronunciaba entre tema y tema. ¿El resto? Más bien ensimismado, como la mayor parte de su carrera, salvo por el guitarrista Albert Hammond Jr., que se divertía paseando hasta los extremos del escenario, mirando las enormes pantallas e intentando vigorizar el show desde su guitarra. Nada de eso, en todo caso, le importaba a buena parte del público: en las primeras filas, al menos, el fervor era total con canciones como ‘Someday’, ’12:51’ e ‘Is this it’.

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Foto* Nicole Ibarra

Afortunadamente, el panorama mejoró con el pasar de los minutos. Quizás fue en ‘New York City Cops’ cuando los Strokes comenzaron a levantar el vuelo. O un poco antes, con ‘Reptilia’. Esas canciones, más crudas, más sucias, más acordes con lo que se estaba escuchando, fueron como un estimulante que terminó por detonar con el hit ‘Last Nite’, registrada al detalle por una multitud de teléfonos móviles. Luego vino el bis: ‘Heart in a cage’, ‘Hard to explain’, ‘You only live once’ y ‘Take it or leave it’, esta última particularmente eléctrica y furiosa. Fue una remontada sobre el final.

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Foto* Nicole Ibarra

Aun así, la versión 2017 de los Strokes deja un sabor extraño. Valga la siguiente comparación. Cuando tocaron por primera vez en Chile, en octubre del 2005, llegaron con dos buenos discos (Is this it y Room on fire) y un tercero a punto de publicarse (First impressions of Earth). Entonces eran tan desprolijos como ahora, pero conservaban un ímpetu que los volvía cautivadores. Casi doce años más tarde, son más apáticos y no tocan algo muy diferente. Este domingo mostraron apenas tres canciones que no aparecieron en esa ocasión: ‘Electricityscape’, ‘Drag queen’ y ‘Threat of joy’, justamente las que fueron recibidas con menos entusiasmo. ¿Qué ocurrió en todos estos años? Es como si el tiempo hubiera pasado demasiado rápido para un grupo que editó su primer disco ¡hace menos de dos décadas! Y es un fastidio, porque pese a su evidente retromanía, esas primeras grabaciones invitaban a un optimismo que los años comprobaron como desproporcionado. Hoy, los Strokes son como unos veteranos prematuros.