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Asamblea Internacional del Fuego: fervor, memoria e independencia

Asamblea Internacional del Fuego: fervor, memoria e independencia

El quinteto acaba de reeditar su primer disco en vinilo. En esta entrevista, el vocalista Emilio Fabar habla de la pasión de los conciertos, de citas al folclor y de qué es ser independiente hoy.

Apenas han corrido unas dos horas del viernes 11 de septiembre y el segundo piso del Centro Arte Alameda está atestado para escuchar en vivo a Asamblea Internacional del Fuego (AIDF). Es el lanzamiento de La marcha de la Desesperanza, publicado originalmente en 2002 y ahora prensado en un vinilo que además incluye ‘Mate amargo’, una canción madurada en vivo en los últimos años.

Es un concierto apenas promocionado por redes digitales, pero al que se entra luego de hacer una larga fila que se extiende por la Alameda. Y aunque buena parte de los asistentes apenas deben haber sido niños cuando se grabaron estas canciones, todos corean con ferocidad sus versos. Por ejemplo, cuando Emilio Fabar canta ‘Santiago-La Paz’ y repite eso de “ningún nombre se nos olvida, ningún rostro se nos olvida”, que tiene otro peso en una noche así.

Eso es Asamblea Internacional del Fuego: fervor, memoria e independencia.

Fervor

En algún punto de Santiago atravesado por la carretera Panamericana, se puede leer en grandes letras oscuras una frase que AIDF puso en ‘La estrategia del caracol’, una canción de Lo que Hablaron Las Ánimas en el Camino (2005): “Que el viento se vuelva huracán”. Cuando la banda subió esa imagen a Facebook, recibió varias más con versos rayados en las murallas. Alguna vez, un muchacho argentino lo hizo también con un tatuaje sobre su piel y esas cosas, dice Emilio Fabar, son verdaderos regalos. “¿Qué podría decir? Solo te queda ser agradecido. Después nos hicimos amigos con él y me mandó una camiseta de su equipo de fútbol de regalo”, cuenta.

No cuesta nada creer esas historias luego de pasar por un concierto de AIDF. Allí hay gritos, manos en alto, sudor, empujones y forcejeos, personas que se elevan sobre el público y varios que terminan aferrados al micrófono. Antes que suceda esa explosión, a pesar de que lo ha hecho en múltiples ocasiones, Emilio Fabar todavía se pone nervioso: “Y más bien que así sea -relata. Los tramos de letra de Asamblea son largos y no están hechos para ser cantados así no más, entonces tengo que estar muy pendiente para no olvidarme y me pongo nervioso. Lo que ellos hacen es parte de la catarsis. Un amigo me decía que le gustaba que fuera algo como litúrgico y me pareció un gran halago. Que sea un acto estricto, que no es broma”.

¿Siempre fue así?

Creo que sí. Acá tenemos mucho esa movida de mirar con muy poco respeto al grupo que toca. En un momento tienes que capturar la atención de la gente, que tiene mil cosas para distraerse. A mí me da susto ser la banda sonora de la piscola. Odiaría eso, me iría para la casa. Esto es otra cosa.

Son canciones que no te aprendes fácilmente, pero la gente se las sabe y las grita o canta con fervor.

La gente es muy cariñosa con nosotros. Hace tiempo tocamos en Temuco y llegó un muchacho que era de Neuquén, de Argentina. Fue especialmente a ver el concierto, llevó discos, poleras, nos daba las gracias. Esas son cosas brutales.

Cuando estás sobre el escenario, ¿eres conciente de lo que pasa a tu alrededor?

No estoy. Soy consciente, pero no estoy pendiente de si se tiran, si se caen. Después hay gente que se acerca o te escriben. Por ejemplo, lo que escribieron los muchachos de Pifia Records en la reedición de Columnas me parece hermoso, porque a veces no es fácil dimensionar el impacto de las cosas que uno hace. Tú las escribes, pero luego dejan de pertenecerte y son de un colectivo, de una gente que las interpreta de una u otra forma.

Memoria

De regreso al concierto de Alameda: Emilio Fabar se apropia del ‘Valparaíso’ del “Gitano” Rodríguez y grita “porque yo nací pobre y siempre tuve / un miedo inconcebible a la pobreza”.

Ese ejercicio no es casual. Es producto, dice el vocalista, de años escuchando a la Nueva Canción Chilena y a los cantautores latinoamericanos: “Vengo de una casa donde todos eran militantes y estoy marcado por eso, para bien o para mal. Toda mi vida escuché folclor. Me sé todas las canciones del Quilapayún”, recuerda.

“A mí ni me interesaba tanto la música, me gustaba jugar a la pelota e ir al estadio, cosas de cabro chico, pero en el ’93 o ’94 un amigo me invitó a ver a Negu Gorriak al Manuel Plaza y quedé loco. En el escenario habían banderas del Frente. Para mí, el rock era Motley Crue cantando boludeces y esto era otra cosa”, continúa Emilio Fabar.

“Alguien me dijo que eran hardcore. Nada que ver po, pero me quedé con que eso era lo bueno hasta que encontré un cartel de un concierto en el Taller Sol y fui a ver a los grupos de acá. Vi a Disturbio Menor, que me encantaba, y ahí me quedé”, añade.

¿Qué tiene que ver todo aquello con esa cita del “Gitano” Rodríguez? Emilio Fabar responde que “en la movida hardcore el imaginario era súper yanqui, pero eso está lejos de lo que he vivido. Está bien que cada uno cante lo que le salga, pero a mí no me hacía sentido. Me parecía importante hacer alusión a que tú no correspondías a eso, que tu imaginario correspondía a otras cosas. Y citarlas”.

Pero tú cambiaste la frase. La canción dice “porque no nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza”. Tú dices “porque yo nací pobre”.

Claro, porque tenía que hacerla mía. Es un homenaje.

¿Cuántas de las personas que cantan eso en los conciertos sabrán que es una cita?

No sé, es un ejercicio que está en muchas canciones. En el primer disco, en ‘Marcha y transmisión’, hay una cita a ‘Te recuerdo Amanda’ que pasa muy piola, porque fue la primera vez, pero después volví a hacerlo. Eso es lo que te construyó, son las cosas que corresponden a tu vida, a tu cotidiano, a lo que escuchaste. Por eso hay que meterlo. Desde la humildad más absoluta, porque solo es el homenaje de unos cabros haciendo música.

Independencia

La marcha de la Desesperanza se grabó en un fin de semana en la Corporación Fonográfica Autónoma y su primera edición fue en CD-R. Eran carátulas bonitas gracias a un contacto en una imprenta y los discos se vendían a dos mil pesos en las tocatas, cuando el impacto de Internet todavía estaba en desarrollo.

Trece años más tarde, en medio del lanzamiento de su reedición, Emilio Fabar vuelve a hablar de independencia, de autogestión, de cosas que se hacen con las propias manos. Hoy, sin embargo, el sentido de esas palabras no es el mismo: “Hay que ser súper cuidadosos cuando usamos algunos términos. El capital habla de autogestión más que nadie, así que hay que tener cuidado al ensalzar ciertas palabras solo desde el punto de vista estético”, reflexiona más tarde el vocalista de AIDF.

En ese tiempo la música independiente era la que no estaba en grandes sellos. Ahora esos sellos no existen, pero se sigue usando la idea.

Me llaman la atención todos esos cabros que graban para Converse o para Ballantines, ¡que tiene un sello! Me parece gracioso. Ahí queda muy claro el usufructo que hace el capital de cualquier cosa, que es lo que ha hecho siempre: apropiarse de las cosas y volverlas en contra de lo que eran originalmente. A esta altura, nadie está en posición de hacerle la moral a nadie, pero ellos hacen publicidad. Cuando el tipo está tocando, hacen el primer plano de la zapatilla.

Esto ya lo vivimos en los ’90. En ese tiempo salieron discos maravillosos y a la gente la engañaron, porque todos los cabros grababan con sellos independientes que eran subsidiarias de los grandes. “El nuevo rock chileno”. Al Rubén (“Roli” Urzúa, de Fiskales Ad Hok) lo conozco y tengo total admiración por la pega que han hecho, pero los cabros nunca más fueron dueños de ese disco. El mejor disco de los Fiskales no es de ellos y después tienes que quitárselos a la mala. ¡Y son sus canciones! ¿Quién dice que eso no se va a repetir? Se trata de ser menos ingenuos, no hagamos parte de una gran publicidad, no convirtamos el concierto en un comercial de tres horas. Y si vas a vender tu pega al mejor postor, no la vendas por el vuelto del pan, por un par de zapatillas. Ojalá que la independencia no haga rico tan solo al señor Converse.

Yo creo que hacer música es un ejercicio súper íntimo, pones cosas que tienen mucho de corazón, en la mayoría de los casos. No te levantas y haces ocho canciones.

Pero quizás es justamente eso, hay quienes se lo toman como un trabajo.

Puede ser pega, lo que me hace ruido es el uso de los conceptos. Además, levantan cosas que no existen en la vida real. Hay un montón de grupos que existen solo en Internet. Quizás uno corresponde a otro tiempo, pero me llama mucho la atención.

¿Es un fenómeno reciente?

Sí, porque ahora puedes bajarte todos los discos de punk en una noche, mañana ser el más punk e ir a Almacenes París a comprarte la polera de los Ramones. Por eso hay que tomar las cosas con pinzas.

Foto de portada * Jorge Muñoz