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Todos fallamos

Todos fallamos

Es imposible quedarse indiferente ante los testimonios contra Carlos Müller. Llaman la atención aquellos relatos que hablan de cómo el fotógrafo ofrecía entradas e incluso a algunos los hacía pasar a camarines. Estas historias de abuso a menores de edad que en la forma es sexual -pero que en el fondo es de poder- son el ejemplo más crudo de la desprotección que sufre el público de la música chilena, al que los mismos trabajadores de “la escena” le hemos fallado una y otra vez. 

¿Quién es ésta que viene a decir eso con tanta propiedad? Soy periodista y productora. Pongámosle que empecé en el 2012, haciendo mi práctica en Quemasucabeza, luego me independicé y acá estoy. Ya son ocho años en eventos musicales de todo tipo, desde alguna multicancha hasta el Festival de Viña. Entre tanto show aprendes cómo es el trabajo en su totalidad, mucho más allá de la función concreta que te toque hacer, se afina el ojo y se distingue fácil quién es quién en el camarín: las parejas, los papás, el típico amigo que arrasa con el catering. Casi siempre es gente conocida, del círculo de la banda. De repente se mete un fan y ahí es donde no hemos puesto la suficiente atención: ¿con quién anda? ¿quién del equipo lo dejó entrar? ¿viene por una foto y un disco firmado y después se va, verdad? 

No es de mala onda, es por saber. Debemos tener claro que quienes vienen a ver los shows están a merced de más peligros de los que creemos. En pleno concierto puede que alguien del mismo público manosee, puntee o se masturbe y les acabe encima. Y, según estamos viendo, incluso algún compañero nuestro puede ser peligroso, muy peligroso. El panorama se pone más triste al recordar que en un contexto de concierto, esas víctimas no tienen a quién acudir. Ante la pregunta de qué hacer, el staff de la banda no sabe, o no contesta.

Qué distinto sería todo si nuestras salas de concierto tuvieran protocolos. En noviembre del 2019 y en plena revuelta, junto a mis buenas amigas de Red Muchacha tratamos de instalar el inexplorado tema del público en un cabildo de la música indie donde había de todo: amigues músicos, managers, periodistas, técnicos… incluso funados por acoso/abuso sexual y violencias varias. Y no lo dejamos pasar: lo dijimos y reclamamos no solo por su presencia, sino por las pésimas condiciones que hemos creado para nosotros mismos, en especial para las mujeres, donde viajar con una banda puede significar volver violada. Claramente, para el registro quedamos como “las locas culiás”. Como queda cualquier mujer que defiende sus ideas, no más. En fin. En nuestras pegas musicales también hemos sido objeto de los peores tratos, pero ahora no se trata de nosotras. Sigamos.

Fuera de lo rico que se siente poner unos puntos sobre unas íes, fue amargo ese encuentro, porque nos quedamos con la idea de que no hemos sido capaces de proteger al público, a la poca gente que va a los conciertos. El trabajo en la música no da garantías de seguridad a sus propias trabajadoras y menos a las y los seguidores, lo que ha quedado demostrado en montones de ocasiones. ¡Hasta en Lollapalooza pasó!

Quizás esperan que siga viendo el show como si nada hubiera pasado. Seguro creen que la música se vacila igual, sintiéndote violentada y vulnerable y aunque tengas la polera mojada con el semen de un desconocido al que no le importa nada. ¿Te choca leerlo? Imagínate vivirlo.

A ellos les fallamos y les fallamos todos los que estamos metidos en esto, en diferente medida claro está, pero nadie está fuera, ni siquiera yo. No escribo arriba del pony moral, sino con la pena y el asco de tener que llegar a este punto para ver lo urgente que es hablar en serio del ambiente que hemos creado, donde esperamos que el o la fan ponga la plata y los likes, pero a la hora de los quiubos está abandonado a su suerte.

En los intentos por pedir la implementación de un protocolo de seguridad para los asistentes a conciertos, la audiencia de músicos o productores se divide entre los que miran para el lado o los que se las saben todas y te dicen que obvio que sacarían al acosador a patadas, como si eso resolviera el problema. ¿Y la contención a la víctima? Silencio. Quizás esperan que siga viendo el show como si nada hubiera pasado. Seguro creen que la música se vacila igual, sintiéndote violentada y vulnerable y aunque tengas la polera mojada con el semen de un desconocido al que no le importa nada. ¿Te choca leerlo? Imagínate vivirlo.

Cuesta plantear la autocrítica en el ambiente de la música. Hay gente muy a la defensiva, que se toma cualquier “pero” a la personal. En parte se entiende: llevamos tanto precarizados que las reuniones del sector son más bien juntas para felicitarse y tienen más de terapia grupal que de “asamblea resolutiva”. Pero resulta que hemos estado tan ocupados hablando de nuestros problemas y de cuánto sacrificamos por estar en los escenarios, que nos olvidamos de lo más importante: el cuidado de quienes trabajan y quienes escuchan la música, que justamente son quienes mueven esta mal llamada “industria”.

He visto y he vivido mucha desconsideración en las decenas de trabajos musicales que he hecho. La mayoría de las veces no son de mala intención, es simple desconocimiento de cómo funciona un equipo de trabajo; te convocan sin saber muy bien para qué, ni qué pueden pedirte o esperar de ti. Por otro lado, pasa mucho en trabajos rotativos, como los de periodistas o fotógrafos que solo los ves para los conciertos. No sabemos mucho del otro, cómo llegó acá, sus motivaciones, algo de su día a día. Caras vemos, a quién invitan al departamento a hacer qué, no sabemos. Inevitablemente hay un espacio íntimo al que uno como colega no puede acceder. Pero al camarín sí, y sin importar el rol, todas las personas que estamos tras el escenario tenemos el deber de estar más atentos a actitudes sospechosas, y no callarnos cuando algo huele mal. ¿Sirve de algo decir “yo sabía hace dos años”? Para reflexionar.

Trabajar en la música no solo es para sacarse fotitos para Instagram alardeando de tus logros, diciendo que te esforzaste como nadie más y dejando súper en claro que eres poco menos que el mejor amigo del artista que representas. Trabajamos con personas, eso conlleva responsabilidades, y una experiencia inolvidable no se crea solo a punta de canciones. Tenemos que velar por que todo el mundo se vaya feliz a su casa y eso se logra en un espacio seguro donde todos sabemos que las faltas de respeto tienen consecuencias.

Es verdad: los conciertos de música chilena se paran con equipos chicos donde hacemos de todo y varias cosas a la vez. Pero algo que no se puede transar es la seguridad. Fucho Cornejo (periodista y actual manager de Yorka) es una de las personas más decentes de este rubro y lo dijo mejor que yo: “queda pendiente cuánto se preocupa el artista por la gente que trabaja con ellos. Por saber quiénes son, cómo se relacionan y cuál es la imagen que están proyectando. ¿Van a dejar todo eso en manos de los managers? ¿En serio? ¿Se preocupa el artista de saber cómo están las relaciones al interior de su equipo de trabajo hoy?”.

En vista de los últimos acontecimientos, ya es obligatorio saber qué hacer cuando a un fan le pasa algo. No puede ser que si piden ayuda pasen del guardia al productor o manager, a algún técnico y nadie sepa qué respuesta dar. Necesitamos urgente estar a la altura de quienes acudan al llamado cuando algún día vuelvan las tocatas, y también para acompañar con acciones a las víctimas de acoso/abuso. Hace falta un poco de empatía para comprender la inmensa soledad de quienes hablan.

Funar es un acto que vives sobre todo contigo. Eres tú con tu cabeza y tu corazón reviviéndolo todo. Te sientes tal como te sentiste en ese entonces, por mucha terapia que hayas hecho. Aparecen recuerdos que se quedaron fuera del testimonio. No te puedes levantar de todo lo que duele. La sensación es como romperse por dentro. Y todo eso se afronta solo. Y aunque recibas cariño y respaldo de cercanos, si te toca enfrentar comentarios como el típico “por qué no habló antes” o un proceso judicial, sigues solo o sola.

Quienes cuentan sus historias no necesitan felicitaciones por lo valientes que fueron al hablar. Necesitan compañía y ayuda. Cualquiera puede repudiar o lamentar lo que ellos vivieron, pero no basta. ¿Las víctimas de Müller tienen abogado o necesitan otro apoyo legal? ¿Pueden acceder a un psicólogo? ¿Cómo podemos, los músicos y quienes trabajamos para ellos, ayudar de verdad? Quizás comunicarse con las víctimas y ofrecer contactos, datos, ponerse a disposición para ir a declarar a un eventual juicio…. No sé, ideas de esta cabecita loca. Escribir algo en las redes sociales y después salir en el diario no está siendo suficiente, tenemos que ser capaces de hacer más. Si trabajas en la música, este poncho es para ti. Hagámonos cargo.