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Primavera Sound #3: rituales para el alma

Primavera Sound #3: rituales para el alma

Con un parque que mostró mejor aclimatación para la multitudinaria asistencia, nos entregamos a la última pasada del primer fin de semana de festival. El desembarco de entretenidas corrientes, ya clásicos contemporáneos, pena bajo una noche luminosa y propuestas que encaran en una de las fechas que tiene aura de pasar a la categoría de mítica.


Dreamcatcher

Hay tantas pero tantas bandas que ver en Primavera Sound Barcelona, todas en medio de pocas horas de descanso y espacios inventados para escribir estas reseñas, que armarse un programa termina siendo casi una decisión editorial de vida. El panorama se va enredando entre los shows que ya viste pero quisieras repetir (Low), los que se sienten demasiado cercanos para ver al otro lado del mundo (107 Faunos), los que no te vas a perdonar no ver (Einstürzende Neubaten), las apuestas (Tim Burgess), los clásicos (Mavis Staples) y los que no fallan (Jorga Smith). Entre todo ese universo elegí una barbaridad: Dreamcatcher.

Una de las gracias de este festival es que se ha encargado de salir de la norma de lo que vemos en todo el resto de los carteles. Si hace un par de años dieron el paso con la inclusión de shows urbanos mainstream como headliners, este 2022 la apuesta llegó por géneros que aún no se introducen por completo a esta clase de eventos: la música más marketera con sello Corea del Sur.

Aún cuando en la reseña de la banda en las informaciones del PS se lee la falta de grupos que salgan de la norma dentro del kpop -algo con lo que no estamos de acuerdo por aquí tras profundizar en la extensa variedad que ofrece la escena asiática-, es innegable que la propuesta de la agrupación compuesta por siete miembras sobresale con la casi una década que llevan transformándose en un proyecto más que cautivante. En la variedad está el gusto y eso es lo que tiene Dreamcatcher: la fusión de la tradición coreana, de bailes, excelente trabajo facial y buenas vocales, con el poco temor que se tiene para mezclar géneros. Las influencias del animé, el metal y la electrónica conviven sin problema entre pasos de baile y saltos.

Un show de una hora que tuvo la potencia de júbilo que se espera en un festival como este, sepas las canciones o no, incluso sin entender el idioma. Es imposible no saltar, no cabecear ni gritar cuando el desplante ensayado de las coreanas da paso a un repertorio que dejó contento desde el treintón rockero hasta las menores que llegaron hasta la reja con su familia. Y eso es lo que tanto nos gusta del Primavera Sound Barcelona.

Foto por Dani Canto

King Krule

La delicadeza tiene tanta, tanta fuerza. Es emotiva, agobiante, muchas veces inexplicable porque escapa de las lógicas más burdas. Archy Marshall es como todas esas contradicciones en la vida. Sale al escenario luciendo su cabello anaranjado, cara de niño y estampa británica para luego vomitar su voz grave, agarrarte de la mano y llevarte de paseo por el universo musical paralelo que logra construir junto a su banda.

En un show que repasó clásicos, y también tuvo inéditas, King Krule demuestra por qué es la voz de una generación completa, cómo silenciosamente se ha ganado ese lugar en muchos corazones. Un boomer diría que es parte de la generación de cristal, demasiado sensible para su bien, muy silencioso para forjar carácter, excelente para pensar mucho las cosas, más de lo necesario. Quizás por eso es tan importante para tanta juventud que abandona los veinte o que recién se aclimata a la primera adultez.

La importancia de la identificación en su forma más oscura. Alguien nos cuenta que también se siente insuficiente, que sus pensamientos le asustan, que ama a su perro, que ha usado el amor, que ha aprovechado el odio. Demasiado viejos para nacer con terapia y demasiado jóvenes para llegar a resoluciones que no luzcan como un río de inconclusos. Y además de todo el efecto espejo, está la música. King Krule va más rápido que nosotros y obras como Man Alive!, The Ooz, A New Place 2 Drown, 6 Feet Beneath the Moon están de testigo. Se apodera de la delicadeza para torcerla y encuentra fuerza en detalles de composición y sonido, que logran convertir un concierto en un abrazo que no aprieta si no que acompaña.

Foto por Clara Orozco

Caroline Polachek

Ansiábamos saber en qué andaba Caroline Polachek, sobre todo ahora que es una de las apuestas interesantes de la versión chilena de Primavera Sound. Tal como llegó a sorprendernos hace un par de años, brindó un show para quedar complacido y con la boca abierta. Etérea en voz, look, carisma e interpretación, la artista abrió con la titular de su disco Pang y dejó para el cierre el hit que todo el escenario Plenitude estaba esperando: ‘So Hot You’re Hurting My Feelings’. Lo de en medio fue puro placer, risas, confesiones sobre estar en el mejor festival del mundo, canciones como ‘Hey Big Eyes’, ‘Smoke’ y ‘Ocean of Tears’, contarnos sobre lo mucho que extrañó toda la magia del en vivo, su popular versión de ‘Breathless’ original de The Corrs y las ganas de que sea fin de año para poder verla en tierras locales.

Foto por Christian Bertrand

Nick Cave & The Bad Seeds

La noche pintaba introspectiva y el público andaba cargado a la reflexión con números como Bauhaus, King Krule, Einstürzende Neubauten y, por supuesto, Nick Cave. La misa se adelantó un día y el encargado de dirigir la ceremonia fue el músico que, con o sin acontecimientos trágicos, ha sabido alimentar su fortaleza discográfica con la estampa más oscura de lo que significa vivir.

No hay texto que haga justicia a la honestidad que tiene Cave en el sentir. Es una tradición verlo de punta en negro, cercano al público, mirando con esa intensidad que sólo se gana cuando entiendes que los rincones más extremos de la existencia no sólo resaltan en los momentos más luminosos, también lo hacen -y tal vez con más fuerza- cuando se padece. Llenando todos los espacios posibles del escenario Pull & Bear, sentado con elegancia en el piano y hablador como se espera, el señor presidió un concierto como si fuese un vía crucis de matices: ‘O Children’, ‘Jubilee Street’, ‘I Need You’, ‘Red Right Hand’ y ‘City of Refuge’ fueron algunas de las 19 canciones que el músico usó como canal para transmitirnos la pena seca, el agobio que parece infinito, el fluir de las injusticias y la resignación ante el todo.

Uno de los mejores conciertos de este festival, por qué no de la historia de Nick. Al llegar el encore se palpaba en el ambiente que estábamos frente a uno de esos shows en los que vamos a pensar con anhelo cuando pasen los años, espectáculos que se repasan una y otra vez cuando pensamos en motivos por los que este encuentro musical suele quedarse con las joyitas en vivo de los artistas contemporáneos activos -y no tanto-. ‘Into My Arms’, ‘Vortex’ y ‘Ghosteen Speaks’ hicieron nudo en la garganta. El dolor no es pasajero. Algunos viven con él dentro y lo entienden como gasolina y combustión. Algunos viven mejor con la luminosidad de la noche y la toman para cicatrizar la historia.

Foto por Sergio Albert

Gorillaz

¿Es posible aburrirse en un concierto de Gorillaz? La apuesta visual que los acompaña desde los primeros días, la versatilidad de cada persona sobre la tarima, las vueltas que han sabido darle a canciones con más de una década, y la capacidad expansiva que tiene este trayecto son factores que logran que este espectáculo sea precisamente eso.

Vientos, piano, rap, coristas, baile. Del caribe a Inglaterra, colorido y caótico mientras sonaron temazos como ‘Last Living Souls’, ‘Tranz’, ’19-2000′, ‘Tomorrow Comes Today’, ‘Stylo’ y ‘Sweepstakes’ junto a Mos Def junto al Hypnotic Brass, Désolé con Fatoumata Diawara, ‘Dirty Harry’ liderada por Bootie Brown, y un cierre en el que ya se han hecho costumbre las visitas: ‘Feel Good Inc.’ de la mano de De la Soul, ‘Momentary Bliss’ con Slowthai y ‘Clint Eastwood’ junto a Sweetie Irie. El que se aburre es porque va con la mala idea de creer que Gorillaz empieza y termina con Albarn. No alcanzan los sentidos para seguirle el trote a cada una de las personas que deslumbra en su instrumento y voz. Un cóctel frutal, efectivo en burbujas que suben a la cabeza, dispuesto para destensar las extremidades apretadas tras la catarsis que fue Nick Cave.

Foto por Sharon López

Tyler, The Creator

A veces la violencia no se trata solo de dominación, imposición o daño. A veces la violencia come matices y se transforma en severidad sin la intención de lastimar. La mente de Tyler, The Creator lleva un buen rato siendo celebrada por la audacia con la que deja correr verdades, entre rimas ahogadas y expresiones corporales incontrolables, todo acompañado por una cuidada propuesta visual. Subido en su pequeña pradera, verde brillante como la de buen vecino pero capaz de ocultar ira entre la maleza, el artista era uno de los números esperados por muchos que no hemos tenido la posibilidad de verlo en Chile.

‘Corso’, ‘Lemonhead’ y ‘Lumberjack’ inauguraron casi dos horas de pirotecnia y gritos. Un romántico atrapado en el torbellino de la modernidad, que absorbe la tradición del rap y lo hace chocar con corrientes futuristas. No hay descanso para una repleta multitud que vibró con cada pasito que se tira Tyler, notoriamente conmovido por la energía. Dice que escribió ‘New Magic Wand’ tratando de lograr condensar todo lo que se estaba viviendo en un Pull & Bear, escenario que se dividía en dos para darle paso al mosh. Con la petición de detener la presentación para poder testificar lo que estaba sintiendo, el artista vuelve a una raíz enrabiada luego de recorrer -en la vida y en el show- los pasajes populares y coreables como ‘See Yoy Again’ o ‘Earthquake’.

Por estos días Tyler se echa masas al bolsillo con personalidad sin perder esa cara humana que frunce ceño e intenta ocultar sonrisa. Severo en cada barra, pisada y palabra. Una bofetada de intenciones: hacer las cosas, la música, la interacción humana con rigor; dar confianza para que entregarse al ritual que es conectarse por dos horas con un artista sea una explosión de flores. Alguien a quien llamaríamos en caso de necesitar encontrar el camino de regreso a la colina.

Foto por Sharon Lopez