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La liberación de Mon Laferte

La liberación de Mon Laferte

En enero del año 2000, se inauguraba el bar La Casona de la Condesa en un callejón antiguo del centro histórico de Veracruz, México. El nombre del lugar estaba inspirado en una leyenda urbana local, La Condesa de Malibrán, una aristócrata que enamoraba a hombres jóvenes y luego los mataba dentro de su mansión.

En el 2003, Monserrat Bustamante entraba a TVN como una de las concursantes del programa de talentos Rojo Fama Contra Fama. Gracias a su participación grabó un disco publicado a través de Warner Music.

Es mayo del 2016 y Mon Laferte está en Santiago en ruedas de promoción de su último trabajo de tres, llamado Vol. I, con el que acaba de recibir su disco de Oro en México y La Casona fue uno de los primeros lugares en el que la cantante chilena trabajó cuando llegó al país del norte, un nombre que refleja una leyenda casi tan dramática y apasionada como la propia biografía de la artista. Durante un año completo viajó desde DF hasta Veracruz para cantar, sin parar. Bronceada por el sol del puerto, cansada, a veces subía al escenario a las tres de la mañana.

“En junio cumplo nueve años viviendo en México. Cuando decidí irme a vivir afuera fue por varios motivos. El principal yo creo que fue porque necesitaba tener una carrera como música, tenía que aprender mucho y trabajando en televisión no podía avanzar en esa parte musical. A pesar del éxito que pude haber obtenido trabajando en televisión era un éxito como figura de tele y yo necesitaba crecer como música. Por eso llegué al programa cuando estaba muy chica, en esta búsqueda, porque antes de entrar a Rojo yo ya trabajaba, había ido a todas las disqueras en Santiago a mostrar mis casetes caseros, porque quería grabar un disco”, explica Mon, quien a los trece años ganó una beca para estudiar en el Conservatorio de Viña y a los catorce dejó sus estudios para dedicarse a tocar en bares y en la calle.

“Llegué al programa y seguí en la búsqueda. Realmente, creo que no logré encontrar ahí lo que buscaba musicalmente, me quedé mucho tiempo porque me encontré en una zona de confort, para una cantante de provincia llegar acá era un sueño. Y después me di cuenta que tenía que seguir mi búsqueda, por eso decidí irme a México, que a mi parecer es la capital de la música en Latinoamérica”.

“Cuando llegué me di cuenta que ni siquiera sabía realmente lo qué quería hacer. Fueron varios años en eso de descubrir cómo vivir, conocer gente y también empecé a tocar mucho en bares al principio, hasta que decidí hacer mi primer disco. Ese era otro mundo para mí, el camino de la independencia absoluta, de saber cómo financiar un disco. En ese momento me encontré con muchísimas bandas, no sólo mexicanas sino de diferentes partes del mundo, que estaban ahí para dar a conocer su música. Es un país muy grande, hay mucha gente, entonces sí, fue un camino largo y de mucho trabajo. Primero, encontrar la música y luego compartirla. Creo que la parte más difícil fue la de ‘y cómo hago que me escuchen’. Me demoré tanto en hacer el disco, me costó encontrar las canciones y fue muy agotador, nada fácil pero no imposible. Creo que cuando trabajas mucho y lo haces con pasión y amor, puede funcionar. Pero sí, hay mucha competencia”.

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Su visita a Chile es breve, sólo estará en Santiago por menos de una semana y el viernes realizará su primer concierto en el Teatro Cariola, para el que agotó entradas hace un mes. “Eso me impresionó mucho, teniendo en cuenta que en Chile es un poco más difícil que la gente vaya a los conciertos o tener una carrera. Me da la sensación y -según me han contado- que están abriendo nuevos espacios para tocar, nuevos teatros. También creo que la gente está asistiendo más a conciertos de artistas nacionales, que se está escuchando más música de artistas chilenos y eso me da mucho gusto. En mi caso particular, creo que por supuesto ha habido un cambio en la forma de recibir mi música, sobre todo con este disco. Desde que salió ha habido una respuesta a través de las redes sociales desde Chile, no sólo en Santiago, sino desde diferentes ciudades me escriben preguntando si haré una gira en el futuro”.

Pero los cambios no han sido sólo en el recibimiento de su música sino también en la forma de crearla. Para sus dos primeros discos –Desechable (2011) y Tornasol (2013)- trabajó minuciosamente en cada decisión con productores, mientras que en Vol. I (2015), todo lo hizo ella.

“Creer y confiar en mis capacidades ha sido difícil. Yo llegué a México y no sabía cómo hacer un disco. Al principio necesitaba mucho la aprobación de otras personas. Cuando hacía una canción me daba vergüenza compartirla y luego, en la etapa de vestirla y hacer los arreglos me daba mucha inseguridad hacerlo sola. Necesitaba la aprobación. En el segundo disco tomé un poco más las riendas, pero seguía con estos miedos de no saber si lo estás haciendo bien. Ya en el tercero, estaba cansada de intentarlo y tocar puertas. He tocado puertas como loca y eso agota. Trabajas, trabajas y trabajas y los procesos son muy lentos. Ya con ese cansancio de juntar plata para todo, de repente agarré fuerza y dije, ‘ya, voy a tomar el control de esto, voy a hacer un disco sin ningún peso. Lo grabé en mi casa sin productor, sin un ingeniero. Yo fui la ingeniera de mi disco y lo grabé con instrumentos que ni siquiera sé tocar bien. Hice arreglos de instrumentos de los que tampoco sé escribir música y encontré la manera de hacerlo. Agarré el valor de creer que lo podía hacer. Y también lo hice sin ninguna pretensión sino por el gusto de hacerlo y de experimentar el proceso de hacer un disco solita en mi casa”.

-¿Crees que la manera de hacer este disco está relacionada con la forma en la que la gente te escuchó esta vez?

“Yo creo que sí. Creo que es un disco muy femenino. Lo hice sola en mi casa y esa percepción tiene que ver con la ejecución de los instrumentos. Es un cambio de energía, es diferente cuando una guitarra la toca un hombre a cuando la toco yo. En este disco toqué muchos instrumentos y creo que eso sí está relacionado con la forma en que se recibe, incluso por detalles como el sonido de una trompeta, poniendo el micrófono en una posición que quizás no es la mejor o la más correcta, pero que le da ese toque personal”.

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El proceso de composición personal y arrojado no se limitó solo a la música, sino que las letras también fueron creación propia, en su totalidad. “Antes ese proceso también era compartido con el productor o algún músico. De repente yo presentaba una canción y sentía que las palabras estaban mal escogidas, creo que esa no es la manera correcta. Creo que la creación es tan subjetiva que cualquiera puede pensar diferente en lo que está bien o mal. Hoy me siento mucho más libre para decir ciertas cosas, acá están las diferentes capas que tiene cualquier mujer de mi edad yo creo. Desde los problemas amorosos, estados buenos, momentos de felicidad, problemas familiares o sociales. En realidad, todo lo que nos toca vivir día a día. Hay una canción que se llama ‘Un Alma En Pena’, que me tocó en un momento de mucha depresión, donde también sucedieron cosas en México, la desaparición de los estudiantes. Finalmente, escribí sobre lo que viví día a día y que creo que puede vivir cualquier mujer”.

La vuelta a la canción latinoamericana

Si bien el melodrama y el desgarro atraviesan por completo la carrera de Mon Laferte, en Vol. I estos colores se vuelcan hacia un rescate de la canción latinoamericana, explorando el pop, los coros épicos, el bolero y también el folclore. “Yo creo eso tiene que ver con la libertad creativa que no tuve tanto en discos anteriores. Antes trabajé con más gente y ahí deje que otros pusieran también sus gustos personales en mi música. Además, el momento en el que lo escribí fue lo que más estaba escuchando. Me fui mucho al origen, a las raíces de la música que escuchaba mi familia en la casa. Yo me crié con el tango, el bolero, el vals peruano y el folclor. En mi casa se escuchaba mucho folclor y mi papá tocaba charango, zampoña… eso también influyó. Pensé ‘esto es lo que más me ha gustado cantar y hacer y lo voy a poner acá’. Mi mentalidad en ese momento era ‘si no les gusta, no me importa’ jajaja. Estaba muy en la onda de voy a hacer lo que yo quiera, total no tengo plata, no me importa nada. Volví al origen de muchas cosas, a los cantante de antes que para mí era música muy honesta. Era ‘la canción’. Eso creo que hoy ha cambiado, no son tanto las canciones. Es todo mucho más sobre arreglos y discursos, que me parece bien, pero creo que se ha perdido la canción. Yo quise rescatar un poco de eso”.