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A modo de reivindicación: Mujeres y música en Chile

A modo de reivindicación: Mujeres y música en Chile

“¿Piensas que ser mujer tiene alguna relación con tu pensamiento musical? Mi respuesta es… Me veo mujer, me siento mujer, me sé mujer, y eso es uno con mi visión de la música, mi sentir en la música y con el sabor, que es saber de mi música. Visión, sentir y sabor/saber forman mi pensamiento musical”.

Estas son las palabras de la compositora María Escribano (Madrid, 1954-2002), frente a cuestionamientos relacionados con la identidad musical femenina y su condicionamiento social.

A lo largo de la historia de Chile, han existido compositoras e intérpretes en distintas trincheras. En el siglo XIX, la creación musical escrita por mujeres estaba suscrita a la intimidad del hogar. Una exponente de la época es Isidora Zegers, española radicada en nuestro país, cuyas composiciones fueron en su mayoría para canto y piano. A pesar de que sólo cinco de ellas fueron realizadas en Chile, su aporte radica más que nada en la interpretación en salones como una práctica social. Un incipiente camino hacia la visibilización de la performance como un acto “público”.

Isidora Zegers Montenegro

LA VOZ COMIENZA A OÍRSE

Ya en el siglo XX, es posible darle nombre y rostro a diversas cantantes de música popular. Entre ellas se encuentra, en la primera década del 1900, Esther Martínez, una joven guitarrista, quien desde los 12 años de edad ofrecía recitales en los centros de reunión de distintos gremios organizados, tanto en el centro como en el sur de Chile. Interpretaba música del compositor español Francisco Tárrega, Chopin y Beethoven.

En los próximos años y más ligadas al folclor, aparecen Petronila Orellana (compositora de la cueca ‘Chicha de Curacaví’), Derlinda Araya, María Luisa Sepúlveda y la soprano Blanca Tejeda de Ruiz. Esta última fue la encargada de llevar la tonada a los salones de clase alta. “Ella venía de otro estrato, y eso se podía apreciar a simple vista, ya fuese en la sobriedad de su vestuario, la elegancia de sus abalorios o la expresión augusta de su semblante”, declara la cantante Margot Loyola en una entrevista al diario La Nación el año 2006.

Iniciadas durante la época de los ’40, también intérpretes de tonadas y más cercanas a los boleros y las -históricamente- populares rancheras, son Ester Soré y Clara Solovera. La primera fue quien grabó la versión original de ‘Chile Lindo’, compuesta por Solovera. Además, participó en radio, cine y realizó giras. Por su parte, Clara, pedagoga y guitarrista sin estudios formales, se dedicó a componer en diversos estilos, incluyendo música infantil.

En otro ámbito, tenemos la agridulce historia de María Martha Aldunate del Campo, más conocida como Rosita Serrano, quien fue una verdadera diva en la época de la Alemania nazi. El éxito de la viñamarina nacida en 1914 se inició con una gira internacional en 1930. Junto a su madre, la soprano Sofía del Campo, visitó distintos países de Latinoamérica y Europa hasta llegar a Berlín, luego de seis años. Peter Kreuder, compositor germano, la impulsa publicando una serie de éxitos en los años venideros e interpretando diferentes roles en el cine. Esto, en un principio, le trajo una buena relación con el sector nacional socialista, llegando a participar incluso en recitales y ceremonias del Tercer Reich. Sin embargo, en la década siguiente, la cantante y actriz se dedicó a dar conciertos en beneficio de judíos, lo que le significa una completa censura en el país. Rosita murió hace 14años, en soledad y condiciones económicas paupérrimas.

Entre 1940 y 1960 la música tropical era muy popular en Chile. Los boleros, chachachás y las cumbias eran los ritmos preferidos por la población. Esta es la época dorada de las orquestas. El panorama comienza a cambiar, específicamente, con la llegada de la radio y la televisión en los años sesenta. Recursos que propiciaron la difusión musical, tanto de artistas nacionales como extranjeros. Luego, los sonidos tropicales fueron decayendo y dando a nuevas resonancias.

Es en el año 1954 que una adolescente, llamada Nelly Sanders, sube al escenario de Radio Pacífico vestida de escolar y canta un tema titulado ‘Naranjita’. Ese sería el comienzo de la carrera de una de las cantantes más completas y con mejor voz del cancionero popular criollo. Presentaciones en diferentes radios, en el Hotel Carrera (junto a Luis Barragán) y el restorán Nuria la emplazaron como una profesional con un repertorio compuesto por foxtrot, boleros y música tropical. A los 21 años, sus referencias se moverían hacia -nada más y nada menos- que la solista brasileña Elis Regina. Sus últimos registros son del año 2002, en la grabación del disco “La Hora Feliz” de Ángel Parra Trío.

LISTA DE ÉXITOS

Llega la Nueva Ola y, a pesar de que popularmente se crea que el single fundacional pertenece a Peter Rock, la verdad es que el título se lo lleva Nadia Milton, una estrella adolescente que grabó -junto a Camilo Fernández- en abril de 1960, los temas ‘Scoubidou’ y ‘Un poco’. Por su parte, Peter Rock graba en julio del mismo año. Además de ser la primera exponente del estilo, esta joven fue la primera sex symbol, posando para la revista “Can Can”. Posteriormente saldría del país, radicándose en México como estrella de películas eróticas.

Otras exponentes del movimiento fueron Isabel Adams, Fresia Soto, Gloria Aguirre, Marisa y, por supuesto, Cecilia, personaje que irrumpe en la escena de aquellos años, y que se convierte en una de las voces emblemáticas de la música popular del siglo pasado. Durante su apogeo, lideró las ventas de discos y las listas de popularidad. Llenaba teatros y estadios, además de rotar continuamente en las radios. Apodada “La Incomparable”, trasciende el espectro musical y se transforma en un símbolo de la emancipación sexual, con un show caracterizado por ser provocativo para la época.

“Una prueba de ello está en su participación de 1965 en el Festival de la Canción de Viña del Mar. Compitiendo con la canción “Como una ola”, de la chilena María Angélica Ramírez, la cantante se trenzó en una aguda polémica con las autoridades edilicias de la época al contravenir la recomendación de no interpretar su característico beso de taquito, gesto escénico inspirado en la técnica futbolística y considerado por entonces inapropiado para ser ejecutado por una señorita como ella. A esta trasgresión se sumó una polémica: pese a ganar la competencia, su actuación final en esa versión del festival se realizó entre abucheo de un sector del público que reprobó la decisión del jurado. Lejos de amilanarse, la cantante de Tomé respondió con muecas, gestos burlones y uno que otro beso de taquito”, expone Cristóbal Peña en su biografía no autorizada, “Cecilia: La Vida en Llamas”.

Otra figura importante de la Nueva Ola es Luz Eliana, pero es fuera de este estilo donde su voz e interpretación brillan con luz propia. El jazz, el gospel y el soul son los sonidos que la separan de la mayoría de sus pares contemporáneas. En un momento, incluso, su voz fue comparada con Ella Fitzgerald, a raíz de su registro grave y la improvisación vocal que realizaba. Una de sus primeras grabaciones fue ‘Lullaby Of Birdland’, antes registrada por la estadounidense en el año 1954.

Una contraparte de Luz Eliana fue Rita Góngora o -como se le tituló por esos años- la “Billie Holiday chilena”. Compartió escenarios con emblemas del jazz chileno, como Roberto Lecaros, Omar Nahuel y Mariano Casanova. Ex esposa de Buddy Richard, la vocalista alternó estilos durante su carrera en la década del setenta, entre el jazz y estilos más comerciales como las baladas y el bossa nova.

Desde otro camino, en la década del sesenta, emergía Climene Solís Puleghini, más conocida como Denise, vocalista de Aguaturbia, La Mezcla y Panal (este último proyecto, nacía de la inquietud de darle un cariz eléctrico a clásicos latinoamericanos). Ella es quizás la primera figura femenina en la novel historia del rock criollo, al mostrar una dimensión de expresividad distinta a lo conocido anteriormente. Sus referentes directas son Janis Joplin, Grace Slick e incluso Aretha Franklin. Desde esta época, el rol de mujer cantante de rock deja de verse como una rareza o un acto inapropiado. Los tiempos cambiaban, y la revolución sexual influyó de forma patente en que estos años fueran un verdadero semillero de mujeres protagonistas en la música.

Contemporánea a Denise, tenemos a Sol Domínguez, vocalista de Los Monstruos, En Busca Del Tiempo Perdido y, el proyecto más popular de su carrera, Sol y Medianoche, que unía raíces folclóricas, indígenas e influencias cercanas a Violeta Parra con rock.

ESCRIBIR DE SER MUJER

Violeta Parra es un caso aparte. Una artista multidimensional, dueña del don de escribir tanto de problemáticas sociales como personales, tocando y sobrecogiendo a quien la escuche en la época que sea. Su influencia fue fundamental para la aparición de la Nueva Canción Chilena e incluso artistas actuales la nombran como una inspiración directa. Propietaria de un carácter impetuoso que se refleja en cada una de sus letras y, si se presta mayor atención, además de develar injusticias colectivas, Violeta se encarga de dar cátedra al hablar desde su experiencia como mujer en el mundo.

La identidad femenina en el último siglo se cimentó en torno a la belleza física y la constitución de la familia tradicional, a través del matrimonio y la reproducción. Estos últimos, concebidos como la razón de ser de las féminas y, por supuesto, con espacios relegados especialmente para ellas. Parra echa todo esto abajo. Imposible de domesticar bajo los cánones morales de la época, habla del matrimonio como un encarcelamiento y una dificultad más que una dicha.

Un artículo de la Revista Musical Chilena, publicado en su número 213 (enero-junio de 2010), lo grafica:

“‘Verso Por Matrimonio’, un pasaje de sus Décimas Autobiográficas, da cuenta de aquel proceso. En éste, la artista se rebela contra los lugares de la masculinidad popular que convirtieron su primera experiencia matrimonial en ‘diez años de infierno’. Denuncia y condena las noches de farra y borrachera; la infidelidad; la violencia y el desarraigo (…) se encuentra una esperanza hacia el final del texto, cuando nos señala que:

‘A los diez años cumplíos / y por fin se corta la güincha / tres vueltas daba la cincha / al pobre esqueleto mío / y pa’ salvar el sentí’o / volví a tomar la guitarra / con fuerza Violeta Parra / y al hombro con dos chiquillos / se fue para Maitencillo / a cortarse las amarras’”

En el trabajo de Violeta Parra, también es posible encontrar referencias a la maternidad. Una de las más sentidas es la que surge del dolor y la culpa por el fallecimiento de la menor de sus hijos, Rosita Clara, quien muere de pulmonía 28 días después de que la cantautora viajara a Polonia, invitada por el Partido Comunista, al Festival de las Juventudes de Varsovia.

“Cuando yo salí de aquí / dejé mi guagua en la cuna / creí que la mamita Luna / me la iba a cuidar a mí / pero como no fue así / me lo dice en una carta / p’a que el alma se me parta / por no tenerla conmigo / el mundo será testigo / que hei de pagar esta falta”, cuenta en ‘Verso por la niña muerta’.

Sus obras son constantes cuestionamientos respecto a los roles desempeñados, tanto por hombres como mujeres. Existe una transgresión y un deseo de empujar cada vez más los límites tradicionales creando, en definitiva, una nueva dimensión discursiva en el cancionero popular chileno.

SE APAGA LA LUZ

Llegó el año 1973 y con él, la efervescente creatividad sonora de las últimas décadas sufría una baja de voltaje importante, al punto de casi dejar al país a oscuras, musicalmente. La división política y el subsecuente quiebre democrático, deterioraron la industria cultural chilena en todas sus dimensiones. En el campo de los sonidos, mucho material discográfico se perdió a causa de los constantes allanamientos; el nuevo orden económico segmentó los públicos y, a través de los medios de comunicación se instauraron nuevos ritmos extranjeros, como la onda disco, censurando y relegando los ritmos propios a una minoría, esencialmente opositora y marginada.

Si las mujeres habían logrado, en cierto nivel, abrirse paso en la esfera pública de los escenarios, la instauración de la dictadura militar hace tabula rasa de todos aquellos avances. Con toques de queda encima y severas restricciones, desaparecen importantes espacios y se promueven otros que, junto a una fuerte propaganda, logran enganchar a la ciudadanía. Un ejemplo, el festival de Viña. Un evento idiotizante (hasta el día de hoy), lleno de mega estrellas extranjeras que, además, llenaban la parrilla programática de la televisión y las radios. Pero algo emergía desde el fondo. Llegarían los ’80 y con ellos, personajes con una misión bajo el brazo: intentar recomponer la música chilena. De modo lamentable, estos pocos intentos estuvieron comandados, principalmente, por hombres.

Arlette Jequier es uno de los nombres clave al pensar en exponentes femeninas de la década del ochenta. La voz y clarinete en Media Banda y Fulano representa una de las pocas referencias femeninas de calidad y con una verdadera búsqueda artística de la época. Su forma de cantar pasó a ser un instrumento más, un recurso expresivo, más que uno narrativo, influenciando a grandes cantantes venideras, hasta el día de hoy.

Una mujer que se inició a mediados de los ’80, pero que alcanzó popularidad en la década siguiente fue Javiera Parra, quien junto a Ángel -su hermano- y Juan Antonio Sánchez dio sus primeros pasos en la música en el proyecto Silueta. También participaría en Primeros Auxilios y Paraíso Perdido, bandas del underground santiaguino y, a su vez, semilleros de músicos que luego integrarían agrupaciones como Electrodomésticos, Upa! y La Ley.

Otra intérprete, iniciada desde un sonido y una búsqueda distinta, imposible de omitir, es Myriam Hernández. Diez discos publicados, varias canciones de amor convertidas en éxitos radiales y presentaciones televisadas hasta el cansancio son características de su trayectoria. Una carrera que ha funcionado, desde un comienzo hasta ahora, con la mecánica de la vieja escuela en cuanto a sus relaciones productivas con los sellos multinacionales.

ABRAN LAS CORTINAS

Al comenzar la década del ’90, el espectro se abre nuevamente. Las condiciones políticas y sociales son más propicias para el desarrollo de las artes, y nuevas voces llenan los espacios. Por la vereda del pop se pasean distintas mujeres, como Evelyn Fuentes (Christianes), Javiera Parra (junto a Los Imposibles), Nicole, Denisse Malebrán (Saiko), Cathy Lean (Malcorazón) y Sol Aravena (Sol Azul, Muza). Ana Tijoux hacía lo suyo por el lado del hip hop junto a Makiza y años después -entre 2003 y 2004- también en Alüzinati. La senda del rock no era menos. Pudimos conocer a Colombina Parra (primero en Los Barracos y después en Los Ex), y luego Elso Tumbay, liderados por Carola Sotomayor, lanzaron su debut homónimo en 1997.

Durante los primeros años del siglo XXI, en Chile se organizó un movimiento emparentado con un símil nacido una década antes en Estados Unidos: el riot. Una corriente musical feminista que vio la luz a través de rock y el punk, como una forma de protesta por parte de las mujeres, utilizando espacios que, tradicionalmente, fueron usados por hombres. Con el paso del tiempo esta escuela contagió a otros estilos, que si bien no formaron parte de sus filas, sí inspiraron el desarrollo de un discurso y pensamiento similar.

El año 2004 se realiza la primera versión del Femfest, un festival organizado como respuesta a la baja participación de bandas femeninas en la escena chilena. Algo semejante al Girl Day, celebrado en la ciudad de Olympia, en agosto de 1991, bajo el contexto del International Underground Pop Convention. En esa ocasión se presentaron bandas como Bikini Kill, L7 y The Slits. Por su parte, el espacio criollo -en su primer intento- contó con la participación de las Lilits, Las Jonathan, Golden Baba (donde participaba Fakuta), Esperpéntica, Vaso de Leche y las Rompehogares.

Actualmente, existen muchas artistas. De hecho, estamos frente a una generación de recambio. La crisis del formato disco y, por sobre todo, el desarrollo de las nuevas tecnologías han labrado el camino para que nuevas exponentes se atrevan a publicar sus obras.

Es el caso de Javiera Mena, quien parte en 2001 en el circuito de músicos independientes como solista. Dos años después funda Tele-Visa junto a Francisca Villela y luego cambian el nombre a Prissa, preparando para el 2006 un disco llamado “Ni tú, ni yo”. Una pieza bailable que hace referencia a Pet Shop Boys, Erasure e incluso a las mexicanas Pandora. Luego de separarse el mismo año, Javiera lanza “Esquemas Juveniles”, en el sello independiente Quemasucabeza, una gema pop del último tiempo.

Otras artistas que se desprenden del legado de más de un siglo de música popular, son Fakuta, Dadalú, Carolina Nissen, María Perlita, Natalia Molina, Deplasticoverde, Señorita Pésima (Pituquitos) y Camila Moreno, entre muchas otras. Ellas, en cada una de sus letras y melodías, dejan entrever la existencia de una sensibilidad distinta. Propia de su género y visión de mundo a la hora de crear.

Ellas regalan la construcción de un imaginario personal que se replica, que cada uno y cada una de sus oyentes resiente de manera especial. Es por eso que no podemos más que dar las gracias. Gracias a todas, por contribuir desde distintas trincheras, a que la escena musical chilena siga diversificándose y creciendo en temáticas, sonidos y espacios.