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¿Es tan malo Greta Van Fleet como dicen?

¿Es tan malo Greta Van Fleet como dicen?

Lo primero, un aviso: en este texto no se va a responder a esta pregunta, no al menos de manera explícita. Simplemente se trata de analizar el odio y desprecio generalizado (sobre todo en ciertos entornos) que ha provocado el nuevo trabajo de Greta Van Fleet, arropado por un hype hacia una banda de rock no visto en los últimos años.

Resumamos. Formada en 2012 en la ciudad de Frankenmuth, Michigan, la banda se componía de cuatro adolescentes de entre 12 y 15 años de los que tres eran hermanos. Josh a la voz y guitarra, y Jake, en la guitarra principal, ambos gemelos, su hermano Sam al bajo y teclados, y su amigo Kyle Hauck en la batería. Poco después, Hauck sería sustituido por Danny Wagner.

Comenzaron a tocar en bares locales de rock, algo muy habitual (y a envidiar) en los Estados Unidos, donde los grupos nuevos tienen muchas opciones de tocar en casi cualquier lugar para ir curtiéndose y afinando el repertorio. Este, en principio, estaba compuesto de clásicos del rock setentero, que perfiló su sonido. Esos conciertos en bares en los que ellos no podían ni tomar una cerveza son perfectos para explicar qué son a día hoy.

Cuento corto (y cliché): son descubiertos, firmados por una multinacional -Lava- subsidiaria de Universal y que cuenta en su catálogo con Lorde o Jessie J, y editan un par de epés que los convierten en sensación durante el 2017. Su juventud, su aspecto como sacados de un vídeo de Aerosmith de 1978, y la sensación de que se pueden comer el mundo causa un revuelo contenido en la prensa, sobre todo gracias a ‘Higway Tune’, un single que comienza a ser radiado en las emisoras de rock sedientas de música nueva, en una parrilla llena de canciones que ya son mayores de edad (y hasta abuelas).

¿Qué ofrecían esos epés?. Riffs calcados a Led Zeppelin, una voz calcada a la de Robert Plant, letras bien cargadas de tópicos rockeros, más llenas de babys que una canción de Maluma, sudor y una versión de colegio de, sí, Led Zeppelin. Ni más ni menos. Tampoco parecían aspirar a ser más originales.

Su primer disco de larga duración, Anthem of the Peaceful Army, se editó hace menos de un mes y entró directamente en el puesto número 3 (y el primero en ventas), de la lista Billboard. Algo realmente reseñable para un disco de debut de unos debutantes que hacen rock, rodeados de un hype que no se recordaba en muchos años. Quizá desde los Strokes. Y esto es esencial, que hicieran rock.

En la última década, las listas de venta han sido prisioneras primero del EDM, ya dejado atrás y sustituido por el hip-hop y R’n’B comercial, el trap y la música latina, ahora en plena conquista del mercado mundial. El rock ha ocupado un lugar discreto, secundario en el mejor de los casos y sólo algunas otras bandas, curiosamente con un sonido bastante revival como Kings of Leon o Black Keys, han conseguido destacar por momentos en el mundo de sonidos sintéticos abrazados por las nuevas generaciones de aficionados a la música.

Es fácil encontrar multitud de artículos cuestionándose si ahora es verdad que el rock ha muerto, y montones de chicas y chicos jóvenes no tienen ningún interés en escuchar grupos armados con guitarras, que hablan de cosas con las que no tienen ninguna conexión ni generacional ni emocional. Lo cual es normal: no asocian el rock a la música de su generación y no tienen porqué. Simplemente les aburre.

Como casi todos los debates musicales (o casi cualquier debate), no es muy original. La generación anterior tuvo su momento “rock is dead” a finales de los noventa, en la que el rock parecía confinado a los nostálgicos o a los seguidores de música más extrema (el metal, el doom, estilos que no pretendían entrar en el circuito mainstream). El pop comercial dominaba las listas de éxito y la electrónica era el nuevo rock y el rock algo a superar, como bien marcó el camino Radiohead post Ok Computer.

Pero con el cambio de siglo, el género se volvió a poner de moda, gracias al hype alrededor de un cuarteto neoyorkino llamado The Strokes, al que se sumó el éxito de una banda con más trayectoria como The White Stripes y luego una avalancha de grupos que se sumaron a un revival del garage y el post-punk. Libertines, Liars, Rapture, TV on the Radio, Interpol, Black Rebel Motorcycle Club, Black Keys, The Hives, The Vines y docenas, cientos de bandas en todo el mundo que descubrían que los pantalones pitillo, las Converse y el pelo sin lavar ni peinar era la moda a seguir. Durante muchos años dominaron el panorama musical, la prensa , los escándalos, los festivales y grandes espacios. El rock era de nuevo cool, como lo había sido en la primera mitad de los noventa, con la explosión del grunge y la música alternativa que tan bien supo fagocitar MTV.

Luego el fenómeno declinó con cierta celeridad, sobre todo por la incapacidad de la mayoría de ellos de pasar de su segundo disco relevante, para la mayoría ni siquiera pasar del primero y seguir interesando a nuevo público. Porque, seamos sinceros, la mayoría de esos grupos tienen unos grandes debuts para luego ser incapaces de crear álbumes no estuvieran a la altura, sino que pudieran acercársele. Muchos de ellos fueron incapaces de generar otra canción exitosa o memorable fuera de esos dos primeros discos de margen, más allá de la opinión de sus seguidores acérrimos. El mejor ejemplo son, como no podía ser de otra forma, los iniciadores de todo.

The Strokes -fuera de sus dos primeros trabajos- es una banda con poca y, por momentos, nula inspiración. Incapaz de conectar más que con los nostálgicos de esos primeros años de gloria y en el 2018, sus integrantes están convertidos en auténticos dinosaurios y funcionarios del rock, que van de festival en festival o de gira en gira sin esperar que nadie les pida ‘Taken for a Fool’ y ‘All the Time’ (ni hablar de otras que ni siquiera fueron singles). La gente espera de ellos ‘Hard to Explain’, ‘Reptilia’ o ‘The Modern Age’, como los que van a ver a los Stones quieren escuchar ‘Satisfaction’, ‘Start Me Up’ o ‘Brown Sugar’, y no algo de lo que han hecho en los últimos treinta años.

Nada nuevo, todo cíclico. En medio de esos artículos de opinión, de repente el hype se vuelve a centrar, mucho tiempo después, en un grupo nuevo de rock. Un grupo meramente revivalista, cuyo aspecto, música y sonido no engaña. Un grupo que parece diseñado por computadora como el sueño húmedo de Radio Futuro y sus oyentes, por poner un ejemplo. Parecen una banda tributo a Led Zeppelin, pero en el 2018.

Debería ser celebrado que un grupo de rock, terminando esta década, haya conseguido enganchar a muchas y muchos jóvenes con música (más o menos) nueva, más allá de la absoluta originalidad de esta. Pero, al contrario que la ola roquera de principios de siglo, ha sido recibido con escepticismo, críticas y hasta burlas. Cada una de las entrevistas es una explicación sobre su parecido con Led Zeppelin y, no se sabe si de manera bien intencionada o envenenada, Robert Plant dijo de ellos que eran Led Zeppelin I, en referencia al disco debut de su banda. Lo cual no deja de ser gracioso por la conocida y larga historia de plagios de los Zep (hay una entrada en la Wikipedia sobre ello).

El tema ha llegado tan lejos que un tal DJ Cummerbund ha hecho un mash-up entre ‘The Wanton Song’ del disco Physical Graffiti de los ingleses, y ‘When The Curtain Calls’, primer single del debut de Greta Van Fleet.

Las críticas han sido regulares, malas y hasta despiadadas. Acudiendo a la web Album of the Year que recopila, a la manera de Metacritic, las críticas de diferentes medios para sacar una nota ponderada, Anthem of the Peaceful Army tiene ahora mismo un 50 de 100. En principio eso es un aprobado, no debería ser problema. Pero cualquiera sabe que las notas de la prensa musical en los últimos años están demasiado infladas y un 5 de 10 más que un aprobado es un muy deficiente. Tanto es así que acudiendo a la lista de todos los álbumes analizados, que son cientos y cientos, el disco de Greta Van Fleet aparece como el quinto peor del año. Sólo supera a el risible disco de Sting con Shaggy, el de un artista de trap llamado Lil Yachty y el de Tory Lanez.

El peor disco del año en la nota media es Natural Rebel, el desastre en forma de disco del líder de The Verve, Richard Ashcroft, y tiene un 44 entre los analizados que, repito, son varios cientos. De hecho está justo por detrás de otro disco tratado con toda la dureza del mundo como ha sido el de Justin Timberlake. Por lo tanto, si un 44 es la peor nota del año, un 50 se asemeja demasiado al mismo desastre.

Es interesante repasar discos en webs agregadoras de críticas porque así se evita la posibilidad de atribuirlo a cierta inquina, a la manía que un medio o un crítico o periodista en particular pueda tener. Podemos hablar de cierta “objetividad”, con lo difícil que es este término al hablar de música, claro. Y, entre todas esas críticas, sin duda, la que más conversación ha generado ha sido la de Pitchfork.

Podemos decir que Pitchfork ya no es tan influyente como lo era en el pasado. Dependiendo de la edad, uno se puede acordar que Pitchfork contribuyó de manera decisiva a “crear”, por decirlo de algún modo, a varios de los grupos más importantes de este siglo. Las carreras de Arcade Fire, Animal Collective, Broken Social Scene ,The Strokes, Interpol, o toda la escena del weird folk. Podían ser responsables de cambiar el curso de una carrera. Podía ser para bien, como ejemplifica el caso de Delorean. Delorean era un grupo de guitarras, con un éxito bastante limitado en España y que, por probar, decidieron grabar un EP electrónico llamado Ayrton Senna. De alguna manera le llegó a Pitchfork, que publicó una reseña entusiasta y, sólo con eso, el resto de publicaciones se fijaron en el grupo, firmaron contratos de booking y edición en todo el mundo y viraron su música hacia esa electrónica un poco ibicenca que los tuvo girando años por todo el planeta. Por la reseña de un EP en Pitchfork.

Pero, aunque ahora cueste creerlo por la benevolencia del criterio de la web de Chicago, uno de los valores del medio era una línea editorial durísima que era capaz de poner un 0.8 a The Boy With The Arab Strap de Belle and Sebastian. Eran tan conscientes de su importancia para el resto de medios que no tenían problemas en borrar críticas o cambiar notas con el paso del tiempo para que se ajustase al canon que estaban creando. Ese mismo disco de Belle and Sebastian es un ejemplo, que ha sido revisitado de nuevo en 2018 otorgándole un 8.5, procediendo a borrar la anterior. Muchas otras críticas han sido borradas en estos años.

Quizá el mayor ejemplo del poder creador y destructivo del gigante del periodismo musical fue con The Black Kids. Cuando estos aparecen con una canción tan arrebatadora hoy como el día que salió, ‘I’m Not Gonna Teach Your Boyfriend How To Dance With You,’ su EP autoeditado Wizzard of Ahhhs, fue premiado con un 8.4 y el hype se disparó. Tanto que el sello multinacional Columbia les firmó un contrato. Eran la última sensación porque Pitchfork lo había decretado. Era agosto de 2007. Cuando en julio de 2008 editaron su disco debut, lujosamente producido por Bernard Buttler de Suede, la fiebre en Chicago parecía haber pasado por el grupo. La nota fue un terrible 3.3 (en principio era 0.0, pero horas después lo cambiaron) y la crítica se resumía en una foto con dos pug y en ella, en forma de pre- meme la palabra Sorry, más el emoticono :-/ . Y nada más.

Para dar cuenta del poder mediático que estamos hablando, aunque el disco fue, en general, bien recibido por otros medios, incluso aparecía en listas de lo mejor del año para publicaciones como New York Post, The Observer, la mítica Spin o la venerada NME, la sensación general fue de fracaso absoluto y el grupo estuvo sin sacar otro disco hasta 2017 –Rookie- que pasó sin pena ni gloria. Pitchfork ni hizo el esfuerzo de reseñarlo. Por supuesto, ya no estaban en la multinacional de la que fueron echados un par de años después de la salida del disco, cuando el grupo era poco menos que una paria. El asunto fue tratado por muchísimos medios del momento (NPR, Pop Matters, Idolator), lo que muestra el poder intimidatorio y de influencia que llegó a amasar el medio.

Esto no era un fenómeno único. A otra escala, en España el poder e influencia de Rockdelux sobre el resto de medios, los sellos, las bandas y público en los años noventa y primeros 2000, era inmenso. A veces se tenía la sensación de que había grupos que sólo se formaban con la esperanza de salir en la revista. Y una crítica entusiasta, estar en su lista de fin de año, podía marcar positivamente los siguientes pasos de la carrera de un grupo. Pero también lo contrario, podía ser su tumba. El mejor caso era el del grupo Los Canadienses. Tras la publicación de un debut que llegó, a criterio de la revista, tarde por lo muy explotado de sus referencias, recibió una crítica tan exacerbada que llevó, poco tiempo después, a la separación de la banda.

El de Black Kids no fue el único caso de crueldad por parte de Pitchfork. Han habido varios 0.0 en su historia y, hay que decirlo, no ha tenido problemas en otorgarlo a artistas que son parte del canon del propio site. Sonic Youth con NYC Ghost & Flowers, Zaireeka de The Flaming Lips, Travistan, debut de Travis Morrison, líder de Dismemberment Plan, banda cuyo Emergency & I, obtuvo un 9.6, que luego subieron a 10.0, y que consideran uno de los más grandes discos publicados en los años noventa. También sufrieron su ira del cero absoluto artistas de primer nivel como Liz Phair. Pero si en la historia de Pitchfork hay una reseña que es recordada por siempre es la del disco Shine On de Jet.

Jet es una banda australiana que se inscribía en el pack del revival garage antes mencionado. Tuvieron un éxito, ‘Are You Gonna Be My Girl?’, una copia descarada de ‘Lust For Life’ de Iggy Pop. Su disco Get Born de 2003 fue todo un éxito por aparecer en el momento adecuado ante un público que demandaba exactamente eso, como ahora demanda cada canción de J. Balvin. El disco era mediocre siendo suave y la propia Pitchfork le otorgó un 3.7. Pero la banda estaba protegida por el éxito del álbum y de la canción, que los tenía en publicidades de medio planeta con ese aire de fotocopias canguras de los Strokes. Tres años después editaron Shine On. La fiebre por su música y la de muchos otros grupos similares aún resistía, aunque de manera más moderada, pero se veía que pocos grupos eran capaces de sumar un segundo disco interesante.

Ejemplos de bandas de la facción inglesa de estos revival con debuts deslumbrantes como Maxïmo Park o Block Party pasaban de ser la gran esperanza del rock, a grupos olvidables y one hit wonders en el periodo de gestación de sus segundos trabajos. La necesidad de la prensa, sobre todo británica, por alimentar la maquinaria del hype los elevaba al mismo ritmo que los pasaba a un segundo plano, para dar cabida a un nuevo fenómeno igualmente efímero. En el caso de Jet ni quiera tuvieron la suerte de la indiferencia. La crítica de Pitchfork era, simplemente, un video de un mono jugando con su propia orina. Y un perfecto 0.0.

Las burlas a la banda fueron grandes y la pérdida de imagen importante. A día de hoy, los miembros de Jet, ni siquiera admiten preguntas en las entrevistas sobre el tema. Lo mismo que varios otros miembros de bandas maltratadas por la web.

Entonces, ¿qué puede significar ese 1.6 en Pitchfork al debut de Greta Van Fleet?. Probablemente nada. El declive de importancia del criterio del medio ha sido notable en los últimos años. Los factores son muchos. En principio la web fue la biblia de lo indie pero, al igual que la audiencia, fueron abriendo su criterio a músicas mucho más comerciales, se les acusa de exceso de contenido relacionado con el hip-hop y el R’n’B, de la falta de rigor y tibieza en las críticas actuales (más allá de lo anecdótico de este 1.6), de una pérdida de línea editorial desde la compra por Condé Nast y muchos otros factores.

Pitchfork puede seguir siendo el medio musical más relevante e influyente de la actualidad, pero eso no significa gran cosa. Es verdad que durante unos momentos la blogósfera musical enloquece con sus listas de fin de año o las que dedican a décadas enteras, o géneros, que todavía se usan para conformar el canon general pero, en el día a día su influencia es más escasa. Ninguna banda se va a separar o verá afectado su éxito por una mala crítica allí y una muy buena sí puede ayudar a su visibilidad. Siguen haciendo periodismo musical extraordinario, por momentos inigualable, como por ejemplo, teniendo a Simon Reynolds (entre otras muchas cosas el inventor del término post-rock aplicado a lo que hoy conocemos como tal), escribiendo un extenso y detallado ensayo sobre los diez años de un disco que define este siglo, como es el Untrue de Burial.

Greta Van Fleet va a sobrevivir a las malas críticas de este debut. Lo que no está tan claro es que sean capaces de sobrevivir al hype que los rodea y consolidar una carrera. La experiencia dice que si bandas con mucha más calidad en sus primeros pasos han sido incapaces de sostener carreras longevas con discos importantes a lo largo de toda ella como es el caso de los Strokes, de Franz Ferdinand y de montones de ejemplos más, difícilmente apostaríamos a que Greta Van Fleet va a poder esquivar el caer en el olvido casi tan rápido como han llegado a la fama y no pasen a ser unos nuevos Hanson. De ahí el valor de carreras como la de Low o la de Spiritualized. Pero eso es el futuro. De momento Greta Van Fleet van a poder seguir durmiendo con total tranquilidad, a pesar del 1.6.