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El rechazo a la presencia de Peso Pluma en Viña del Mar: Lo simbólico y lo terrenal

El rechazo a la presencia de Peso Pluma en Viña del Mar: Lo simbólico y lo terrenal

¿Por qué nadie reclamó cuando Los Tigres del Norte se presentó en Viña en 2006? ¿Qué cambió en Chile? ¿Por qué esto no es lo mismo que la cancelación del show de Iron Maiden en 1992? ¿Cómo nacen las culturas populares? ¿Cómo y quiénes toman las decisiones en el Festival de Viña? ¿Hay algún fracaso? ¿De quién es? ¿Se acuerdan del funeral de la Narco Reina? Yo lo vi en el matinal.


“Yo sé que a veces no es bueno que los niños vean esto o que escuchen esto, pero es una realidad, se tiene que mostrar, se tiene que ver”, respondía Peso Pluma en esta entrevista, en la que el periodista preguntó sobre la relación entre la música del artista y la cultura del narcotráfico. La delicadeza con la que el entrevistador abordó el tema  —solo comparable a la destreza con la que Catherine Zeta-Jones esquivaba los rayos láser en la película La Emboscada— me hizo pensar en la distancia que (aún) nos separa, en términos de experiencia, de la realidad del narco en México. Porque esos silencios antes de preguntar, los espacios para buscar las palabras adecuadas, significan algo que puedo intuir, pero que aún no he vivido: en 2023, 43 periodistas fueron asesinados en México a manos del crimen organizado. 

En el momento en que Peso Pluma dice “a veces no es bueno que los niños vean esto”, apunta a una pantalla que está entre él y su entrevistador, donde aparece un videoclip suyo. “Esto” son sus canciones. Las mismas que lo llevaron en el 2023, a partir del lanzamiento en marzo de ‘Ella baila sola’ y su viralización en plataformas como TikTok, a ser una estrella muy brillante. 

Por estos días se está hablando mucho de Peso Pluma en Chile y no precisamente de la bonita línea melódica que siguen los bronces en aquella canción que lo catapultó a la estratósfera, sino de la pertinencia de su participación en el Festival de Viña del Mar. Todo comenzó con una columna de Alberto Mayol en la que el sociólogo argumenta por qué, según él, la presencia del mexicano (a quien califica como un promotor de la cultura narco) en el escenario de la Quinta Vergara, vulneraría el pacto social mínimo.

Inmediatamente, la conversación se tomó matinales, programas de radio, plataformas de discusión en internet e incluso escaló a que Francisco Vidal, actual presidente del directorio de TVN (uno de los canales que tiene la licitación del festival, junto a Canal 13) asegurara que se revisaría el contrato de la actuación. También diputados e incluso Carolina Tohá, Ministra del Interior y Seguridad Pública, salió a decir que “como gobierno y como autoridades comprometidas con la seguridad nos preocupa que exista tanto seguimiento de canciones que promueven la cultura narco”, pero que el Gobierno no ha considerado “censurar” al artista.

Inmediatamente después de leer la columna de Mayol, pensé en Arturo Barrios, vicepresidente del Partido Socialista, quien hace solo algunas semanas dijo: “yo hago territorialidad y trabajo con el narco para poder entrar a trabajar con los niños y las niñas. Tengo pactos con el narco para poder entrar a trabajar a las poblaciones”, aunque después se desdijo. También pensé en Wladimir Pizarro, el operador político de Renovación Nacional que cumple una condena de 13 años por tráfico de drogas y porte ilegal de armas. En el concejal Chahuán, del mismo partido, y sus conexiones con el narco en La Calera y luego me acordé del ex alcalde PS de San Ramón, Miguel Ángel Aguilera y sus relaciones con narcotraficantes de su comuna. No es que sea particularmente seguidora de las actividades ilegales de los políticos chilenos, pero de vez en cuando hojeo el diario. Y si ya hacemos historia de Chile, se sabe de las conexiones de los hijos de Pinochet con narcotraficantes. 

También recordé que en 2006, Los Tigres del Norte, los daddys del narcocorrido (a ellos les molestaba el término al inicio), se presentaron en el mismo escenario que hoy Mayol dice que está en peligro, junto al “pacto social mínimo” de la sociedad chilena. Eso sí, hace 17 años, esta conversación no existió. Los únicos registros de la presentación de la banda hablan de las pifias que recibieron, porque el público quería ver a A-ha y a Chancho en Piedra, pero ningún grito en el cielo por sus “conexiones” con el narco. 

¿Qué cambió? Quizás lo primero y más evidente, es que la cultura narco ahora es mainstream y no solo en países como México, sino también acá, al sur del continente. Y la ardua tarea de convertirla en un objeto de deseo o de modelo de vida, lleva décadas. Sin duda, más de los 24 años que Hassan Kabande, el nombre real de Peso Pluma, lleva vivo. 

Uno de los comentarios que más he visto repetirse estos días es el de la censura a Peso Pluma, haciendo el paralelo con la cancelada visita de Iron Maiden en 1992, por injerencia del, en ese momento, cardenal Jorge Medina, pues la banda atacaba los valores de la cristiandad. Cancelados por satánicos, básicamente. No estoy de acuerdo en comparar estas dos situaciones. Creo que no es posible analizar el caso de Peso Pluma con las herramientas del siglo XX. La iglesia católica es hoy mediáticamente irrelevante (una creería que una columna de opinión también lo es, pero al parecer la combinación del capital cultural y posición social de Mayol, su autor, mezclada con la hipocresía de la clase política, crea un cóctel sorpresivo de atención). Y la diferencia fundamental es que el satanismo no era un problema real, pero el narcotráfico sí. Y eso significa que es un tema importante desde el ámbito electoral, pero también, algo de lo que muchas personas que no viven en comunas acomodadas, es decir, la gran mayoría del país, tiene una opinión. Porque en su día a día algo ve. Algo sabe del tema.

Tengo una noticia para Alberto Mayol, pero asumo que él ya lo sabe, porque su trabajo es observar y pensar. El pacto social mínimo de Chile, ese que nos dice que está en peligro, no lo va a destruir Peso Pluma en el escenario de Viña del Mar. Ese pacto se rompió hace mucho tiempo. La cultura narco es un objeto de deseo, un modelo de vida al que se aspira, desde hace un buen rato ya. El recrudecimiento de las políticas neoliberales de Chile lo hicieron algo cool. El abandono lo convirtió en una alternativa posible para la sobrevivencia.

Y me aparecen algunas preguntas ¿Alberto está al tanto de las organizaciones que muchas mujeres, sobre todo madres y abuelas, levantan en sus barrios para limitar el acceso del narco? ¿Me podría contar quién realmente las ayuda? Por otra parte ¿sabrá que del total de mujeres condenadas por algún crimen, el 52,4% está asociada a los delitos por droga, especialmente microtráfico? Y apunto estas dos preguntas, específicamente, porque ambas realidades conviven. Ninguna comunidad es simple.

Durante estos días, han aparecido muchos analistas de canciones en el Congreso. Se repite la letra de ‘Lady Gaga’ en la que Peso Pluma habla del tusi (una droga, para quien viva debajo de una piedra). Que también aparece mencionada en ‘Las morras’ (Las morras/ Me besan, pues las vuelvo locas a todas/ Se besan, ellas bailan y se alborotan/ No ocupan flores, solo un polvo que es rosa). Leo la letra y pienso en que las canciones de Peso Pluma ofrecen una fantasía en base a puro realismo. En cualquier fiesta, ya sea en el barrio alto o lejos de él, es más fácil conseguir clonazepam, tusi, ketamina y cocaína que un vaso de agua gratis. 

En la misma entrevista que citaba al inicio de esta columna, el periodista le pregunta a Hassan por los corridos que escribe por encargo de los carteles de droga, aunque no lo enuncia con estas palabras. Solo utiliza el término “por encargo” y no dice quiénes, dentro de su pregunta. Se entiende de forma tácita.  Hassan dice que los encargos de corridos son algo “normal en este género”, de lo contrario “no tendríamos contenido” y que “a todos los artistas que cantan corridos hay gente que les llama”, dice. Y luego, el artista intenta explicar este trabajo con una analogía: “Es como quien te trabaja en el Rappi. Alguien te dice quiero una pizza con champiñones y te llega la pizza. Uno pide datos, se escribe la canción y se entrega el trabajo”.

Pero los cabros no quieren trabajar de Rappi. Estoy segura que preferirían ser quienes encargan una canción. Y eso es narco cultura, sí. Pero también lo son los lazos de la PDI, Gendarmería y políticos con narcotraficantes. También es narco cultura la transmisión de días del funeral de Ina, la Narco Reina, hace unos meses, por televisión abierta, tanto en matinales como noticieros. Imágenes en donde se mostraba los regalos que le enviaban sus fans de redes sociales, la vida “linda” que se podía dar con la platita que ganaba y —corte directo— una imagen de archivo en donde escapaba por una ventana y el techo en una redada. 

Hay algo evidente: la cultura de una comunidad no nace desde la pura fantasía. Nace desde el lenguaje, modelos de vida y sus implicancias éticas, morales y estéticas. Si en nuestras calles vemos a menudo pedazos de la narco cultura y también en televisión abierta ¿por qué molesta un artista que no ha cometido delitos? ¿Por qué molesta más lo simbólico que lo real, lo terrenal? Sus canciones son producto de un legado que parte a finales de los sesenta, artísticamente. Los corridos no nacieron ayer. Y lo que hace Peso Pluma es la versión siglo XXI de todo aquello. Basta mirar su estética, sus letras y también las decisiones musicales que convierten su propuesta en corrido tumbado y no corrido a secas: deja los beats para acompañarse de una banda (a contracorriente de los modelos de producción mainstream que han reinado en los últimos años en el continente) y no usa playback (los amantes de la música de verdad valoraban esto ¿no?).  

De hecho, en esa misma entrevista, Hassan cuenta que él, nacido y criado en el norte de México, siempre escuchó corridos en su casa y recuerda una canción que cantaba a los 10 años, ‘El encuentro’ de Los Alegres del Barranco y la canta: “Por la carretera iban militares/ Por el otro lado gente bien armada/ No supe en qué parte, pero sé que fue / Entre Sinaloa Durango y Chihuahua”. “Está mal decir que es normal, pero es realidad, no es mentira. Lo que decimos y lo que cantamos, es lo que se vive y lo que se escucha”, dice, segundos después en la conversación. 

Casi al final de su columna, Mayol entrega una imagen atractiva que, sin duda, trabaja para su argumento: la Quinta Vergara llena de narcos celebrando a “su” artista: “al cantante que simboliza su propia cultura, su trabajo, su riesgo, sus pistolas, su sueño de grandeza de dinero y las penas del crimen organizado (los narcotraficantes y sus secuaces, narcoinfluencers y toda clase de seres despreciables)”, escribe. 

Y me pregunto de nuevo ¿Acaso sólo molesta lo que se ve? Sin Peso Pluma en Viña ¿la narco cultura en Chile fracasa? ¿Se acabó el tráfico? ¿Se acabaron los soldados en los barrios? ¿Por qué es más fácil culpar canciones y a quienes las cantan que a los actores políticos? Estamos en enero. Hace demasiado calor para aguantar la hipocresía. 

Hay algo que Alberto Mayol pasa por alto en su columna y que, de hecho, es un tema que me parece mucho más productivo e interesante; la propiedad y organización del Festival de Viña. Él se pregunta por qué se debiera financiar la participación de un artista que tiene vínculos con la narco cultura con dineros públicos. E interpela a TVN y al municipio de Viña del Mar. Pero hay un elemento muy importante que se le escapa en la ecuación y que lo cambia todo. En resumen, el Festival funciona así: el municipio de Viña licita la transmisión y organización, que este año nuevamente la tiene Canal 13 y TVN. Pero toda la producción y la realización artística está a cargo de una empresa privada: Bizarro, con Alfredo Alonso y Daniel Merino a la cabeza. Me llama la atención que en todo este debate nadie apuntara aquello. 

La ausencia de este nombre en la discusión es relevante, porque el hecho de que Bizarro se encargue de la realización artística, significa que la construcción de todo el festival en términos de producción y parrilla artística, tiene un carácter comercial. Los nombres que se manejan no son antojadizos. Son cuidadosamente elegidos por criterios de fechas y por supuesto, el éxito medido en cifras de cada uno de ellos. Peso Pluma fue, mediáticamente y en cuanto a los (discutibles) números de los charts mundiales, un peso pesado en 2023. 

Si a Mayol, a la clase política y a parte de la sociedad que ha puesto el grito en el cielo estos días le interesa el espíritu (al parecer impoluto, no tenía idea, me estoy desayunando) del Festival de Viña, no debieron partir la discusión con Peso Pluma, sino, cuestionando cuáles son las líneas que priman sobre otras a la hora de su realización. Y me hacen recordar el caso de los edificios de Con Con, esos que costaban 500 millones de pesos construidos sobre dunas y que están a punto de caerse. Cuando hay algo malo, algo que incomoda, la responsabilidad es de lo público y nadie parece querer meterse a revisar cuál es la columna vertebral que sostiene una estructura. No hay que investigar mucho en Chile para ver que, en casi todo, aunque se revista de público, hay una decisión privada y un criterio comercial.

En el caso del Festival, me encantaría que la conversación apuntara hacia ese lugar. ¿Queremos que sea una vitrina de una política pública del país respecto a su vida cultural y el derecho al ocio y la entretención que tiene cada persona que vive aquí? ¿La parrilla responderá a esos deseos y líneas programáticas? ¿Queremos que sea un festival que nos dé mucha plata no más? ¿Uno que le compita a Lollapalooza pero que se transmita para todo el continente para vender la ciudad? ¿Cuál es el papel que queremos que juegue lo público, realmente, en su realización? ¿Nos importa siquiera? 

Esta discusión se ha pasado por alto y solo queda la indignación profundamente vana de personas con altavoz en lo público: les molesta ver, en el escenario más importante de Chile, a lo que consideran un símbolo del mal de este siglo, pero que en realidad es un símbolo de su propio fracaso. Les incomoda que sus decisiones tomadas en el Congreso y en los restaurantes del barrio alto, o en el Blue Jar, tengan banda sonora.