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Gepe: Una espiritualidad neutra

Gepe: Una espiritualidad neutra

Por Alida Leiva y Sebastián Amado. Fotos por Mauricio Díaz.

De anónimo estudiante de diseño a nombre conocido en Latinoamérica y Europa. De grabar en casa de un amigo a trabajar con nombres como Cristián Heyne y Jorge González. Razones para creerse el cuento le sobran, pero Daniel Riveros sigue siendo el mismo de siempre: curioso, sencillo y feliz de poder crear y hacer música con amigos (pero nunca en exceso). Audiovisión, su último disco, fue la excusa para juntarnos una mañana y conversar de sus trabajos, gustos, viajes y opiniones. Ah, y del embajador de Hungría, también.

A fines del año pasado, Gepe salió en todas partes. En todas. Y no sólo por las noticias de cómo se venía su próxima producción: también fueron las listas de fin de década las que lo sacaron a colación, una y otra vez. Gepinto estuvo en los primeros lugares de todas, más que justificadamente. Está claro ya que fue -y sigue siendo, sin importar cuántos años hayan pasado desde entonces- un fenómeno, y su autor no tiene problema en avalarlo.

“Creo que fue importante por el espacio que abrió. Más que por sus canciones, por su planteamiento, súper no rock. Rescató una sensibilidad que no estaba representada del todo entonces, y le llegó a mucha gente que -siendo de esa onda- no tenía algo que los representara. Más allá de que haya sido bueno o malo. Aparte, estaba en la misma tendencia orgánica de lo que pasaba afuera: Sufjan Stevens, Joanna Newsom, Devendra… La tradición folk chilena viene de lo que escuchaban nuestros papás. Es familiar”.

Precisamente, este compositor ve en ese detalle el por qué ese disco ya tiene un nombre propio en la historia de la música chilena. “Aunque tampoco es tan novedoso, me parece. Creo que fue el primero en rescatar, o reactualizar, lo de antes. Plasmó algo que llevaba casi 30 años sin ser grabado”. Un enfoque que nace de su necesidad de ir contra el concepto de “rock chileno”. “Me carga que le digan así a toda la música chilena, no debería ser”.

Desde las bandas que veía en vivo a mediados de los noventa, como Congelador (con los que tuvo el placer de tocar como baterista más de una década después, algo así “como Jason Newsted, que pudo tocar con la banda que le gustaba, Metallica”) o Tobías Alcayota, hasta su gusto por la tonada tradicional. Todo confluyó en una obra que no requirió mayores esfuerzos a la hora de componer… a diferencia de su antecesor. 5 x 5 fue grabado en la casa de Pablo Flores, un amigo de San Miguel, sin saber mucho de lo que estaban haciendo. Aprender en la práctica, fue la consigna: “fuimos súper mateos. Tratamos de grabar de la mejor manera con los inframedios que teníamos”.

Mirando a la distancia, no le cabe duda que todos sus trabajos son el resultado de momentos distintos. “El 2005 era ‘ya, quiero grabar como sea, aquí están las canciones’. Dos años después, ‘mira, tengo estos temas. No tengo idea de qué vamos a hacer, pero disfrutémoslo, pasémoslo la raja, que no importe nada y a la mierda el folk’. O sea, si salía así, bien, pero la idea era no buscar sonar como nada en específico. Y para Las Piedras (2008) contactamos a Cristián (Heyne), pero alcanzamos a hacer un solo tema con él. Todo lo demás lo produje yo, y así nació el EP. Creo que suena bastante bien. Decente, por lo menos”.

Es en este proceso de repasar una carrera, que Gepe subraya un detalle. Y es que, a diferencia de la opinión general, él cree que sus dos primeros elepés se parecen mucho más de lo que se cree. “La mayor diferencia es el sonido de tarjeta cara. Y Gepinto es súper humilde, grabado en un multipista. Pero comparten algo, porque nunca he dejado de hacer música por un año, o algo así. Nunca he empezado desde cero. Siempre he continuado, y creo que (por lo menos en estructura, en inspiración) todas mis canciones, siempre, son las mismas. Nace de lo mismo, pero tienen diferente producción, por pillarme en diversas etapas y experiencias”.

COMO UN NIÑITO

Jamás va a dejar de ser curioso que uno de los trabajos de Gepe lleve por nombre Hungría. Pero lo que no muchos saben es la relación que se forjó, por ese motivo, entre el cantautor y el embajador de ese país. Al nivel de haber sido invitado expresamente a conocer a su Presidente, cuando vino a Chile, en el Palacio de La Moneda.

Eso explica, además, que una canción de su nueva producción lleve por nombre ‘Budapest’. “Era como volverle la mano a ese nexo. Tuve que hacerlo. En un principio, ese tema se llamaba ‘Direcciones’, y al final -cuando había que poner los créditos- dije ‘ya, aquí’. Y se la mandé al embajador, le gustó caleta”.

Aún cuando ya no hay embajada de Hungría en Chile (se cortó con la crisis), los recuerdos son imborrables. “El embajador llegaba al país, me llamaba y me invitaba a comer. Era bacán, yo le hablaba puras leseras. ¿Qué más le podía decir a un señor que maneja poquísimo castellano, cuyo inglés es ahí nomás y que (a fin de cuentas) es un señor? Trato de ser protocolar, pero chistoso. Y se ríe, le encanta, lo pasamos súper bien”.

“Después estuve ahí, en La Moneda, con puros viejos, la Presidenta, todos los Ministros. Y yo ahí, entremedio, diciéndole al Presidente de Hungría que, aunque no conocía su país, me parecía súper atractivo, y la palabra misma me gusta mucho, suena muy bien. Yo le hablaba, estaba lleno de gente, y él me preguntaba (en inglés) ‘oye, ¿pero cómo se dice en castellano?’. Yo le decía ‘¡Hungría!’, y él se partía de risa. Porque en húngaro, el nombre se pronuncia “maior”. Ná que ver”.

Las ganas de ir siempre están, claro. Daniel no duda que la invitación se va a concretar tarde o temprano. Lamentablemente no pasó ahora, en mayo, cuando partió a Europa a presentar Audiovisión. Su sexta visita al Viejo Continente, muy distinta a la primera vez, el 2006. “Entonces fuimos allá con lo puesto y dos pesos, tratando de tocar donde sea. Fue difícil, tenía poca experiencia tocando en vivo, fue un estrés absoluto”.

Aquella ocasión lo tuvo tocando en La Maroquinerie, en Francia, junto a Holden. “Salió súper bien, después hubo varias felicitaciones. Fue bacán, porque los franceses -creo yo- son súper exigentes. Pero lo pasé pésimo. Estaba nervioso, hecho mierda”. Los nervios del debut, sin duda, algo mucho más manejable en las siguientes paradas al otro lado del charco. “La segunda vez ya pudimos hacer una gira más larga: Bélgica, Holanda, Francia, Alemania… Después vino España. Y ahora vamos a festivales, nos tratan bien, nos conocen, salimos en Rockdeluxe y todo eso".

México también es una plaza en que su nombre suena fuerte, junto a los de muchos otros músicos nacionales. “La relación que tienen con los chilenos es muy especial. Llegamos allá, y está la Reactor. La radio más importante, lejos: una sola emisora, llegando a 30 milones de personas, es impensable. Donde el poder lo tiene una sola persona… que nos hace entrar a todas partes, ir a los programas que queramos, grabar lo que queramos. Y por el simple simple hecho de que le gusta nuestra música, no le pagamos, nada. Y, no sé, aman a los chilenos, los que vayan. Es heavy”.

Tantos ires y venires por dos continentes ya le han dado suficientes experiencias en vivo como para poder distinguir las diferencias entre los distintos públicos frente a los que se ha presentado. “Españoles y franceses se parecen, son más exigentes. El mexicano es el más buena onda, lejos, del mundo. Demasiado”. Es inevitable llegar a los coterráneos, a los del propio país, y Gepe no se complica en hacer una descripción tremendamente honesta.

“Yo, como público, no estaba ni ahí con los que tocaban. Es como una relación de amor/odio/desconfianza, muy choro, muy bacán. Eso de ser pelador, pero a las espaldas. Salir y decir ‘oye, este hueón, ¿qué se cree?’, es una cuestión muy chilena. Hace que Chile sea Chile, tal como tirar mierda por Internet. Me agrada, me da risa. Somos un pueblo exigente, pero cariñoso al final. Como un niñito”.

MUCHOS AMIGOS, ALGUNOS VECINOS

Audiovisión es el nombre de su esperado nuevo disco, influenciado por Frank Sinatra, Miles Davis, Bill Evans y Joao Gilberto, entre otros. Y -curiosamente- el título de esta producción, en la que Daniel volvió a trabajar junto al reconocido Cristián Heyne, ya se conocía mucho antes de ser publicada. La palabra no deja de ser llamativa, tanto para el observador externo como para el mismo compositor, que la encontró tiempo atrás en un libro de Michel Chion. Una lectura fundamental mientras preparaba su tesis sobre sonido y diseño.

“Me gusta que sea un nombre no especial, que está en varias cosas. En los colegios de todas las comunas hay una sala audiovisual (por lo menos, en el mío había), y el término mismo es súper cuma, como de VHS”, dice entre risas. “Es medio noventero, también, y eso es otro detalle bacán. Lo vintage que tiene”.

El concepto se refiere a la música pop, un estilo que no se limita a lo meramente sonoro, y siempre va asociado a la imaginería que evoca. “El pop siempre tiene imágenes insertas: desde el personaje que canta hasta los instrumentos. El sonido, la masterización, todo. Más que fijarte en la música, te enfocas en lo que te proyecta. Ni siquiera es un acto tan racional: visualizas imágenes, evocas sensaciones, recuerdas, te dan ganas de hacer algo, te entristece. Ese tipo de cosas”.

Una de las ideas más fuertes y presentes en este álbum, como temática imperante, es la amistad, los lazos. Basta con ver la lista de invitados a esta placa. “Las colaboraciones entre artistas me fascinan. Que en la época del grunge, en Mad Season hubieran hueones de Alice in Chains con Screaming Trees. Y que en Temple of the Dog tocaban los Soundgarden con Pearl Jam, lo encuentro bacán. Como público, es súper atractivo, y una idea que me interesa. Tener ese tipo de asociaciones interesantes: con Anwandter, con el Santi (de Congelador), con la Javiera (Mena), con la Facuta, con Jorge González”.

Lo importante, según Gepe, no es el valor marketinero que puede tener que el público vea esas colaboraciones en un tracklist, sino de dejar entrar esos brillos personas en su obra. “Que esas personas, tan bacanes para mí, puedan aportar su onda y talento hace que el disco gane bastante, creo. En ningún caso queda neutro. La sensación de amistad, colectividad, cofradía, me interesa mucho. Decir ‘ésta es la información que yo consumo, ésta es la información que yo devuelvo’”.

Siempre en el mismo tópico, es inevitable destacar ‘Salón Nacional de Tecnología’, su colaboración con Jorge González. Se conocieron hace algunos años, en un viaje a tierras aztecas junto a Javiera Mena y Pedropiedra (dos nombres que también participan en Audiovisión, en ‘Lienza’ y ’12 Minerales’, respectivamente). “Íbamos a la discoteca y tomábamos mezcal. Lo pasábamos bien, se convirtió en uno más de nosotros. Pero (obviamente) no dejó de ser el compositor de Corazones, de ‘Mi Casa en el Árbol’ y todo eso”.

Y fue en uno de esos mescalazos que surgió todo. “Le dije ‘oye, a ver si cantai una canción mía’. ‘Ya, poh, sí, y yo te invito a otra mía’, no sé qué. Y el año pasado le pregunté si quería participar. Creo que es un tema más o menos digno de Jorge González. La letra, sobre todo. Y lo hizo súper bien. Aparte, fue súper mateo: me mandó como cinco versiones de su voz, más un bajo house. Y un remix, más encima”.

Todas esas ideas y talentos, tanto propios como ajenos, confluyeron con la producción de Cristián Heyne, el genio tras proyectos como Shogún y Javiera Mena. “Me gusta su sonido, es menos ingeniero. En general, en Chile, todos los productores (no con los que he trabajado) mueven las perillas y hacen que quede bien, pero no le dan carácter a los discos, creo yo. A Heyne le importa una raja el micróno que esté usando -obviamente, igual se consigue unos súper buenos- porque, como es tan mañoso, sabe qué hacer pa’ que las cosas suenen ricas. Eso es lo que yo buscaba: sonar bien, tener una opinión estética del disco entre los dos. Me gusta mucho su punto de vista, cálido, bien sesentero. Siempre captando el ambiente: estás cantando acá y pone el micrófono allá, como para captar tu voz desde afuera. Y así”.

Así suena este registro, donde la temática predominante es la amistad. Y eso se e evidencia no sólo en la cantidad de invitados, sino en las mismas letras de esta producción, desde que comienza ‘Amigos Vecinos’ (a la larga, toda una declaración de principios e intenciones) hasta que termina con ‘Budapest’. El mismo Gepe lo resume todo, citando este último track: “En nuestro tiempo humano, yo los busco a ustedes, mis amigos, mis hermanos”.