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Puerto de letras: Crear comunidad en tiempos del streaming

Puerto de letras: Crear comunidad en tiempos del streaming

Puerto de letras no es un negocio cualquiera. Ubicado en la Galería Condell de Valparaíso, es un espacio donde convergen cine, música, literatura y conversaciones de diversa índole. Hablamos con su dueño quien nos contó del lugar que comenzó como un sueño y se ha convertido en un proyecto de vida.


La Plaza de la Victoria es un centro social. O al menos solía serlo. Dentro de todos los cambios que la ciudad portuaria ha atravesado -para bien o para mal- durante las últimas décadas en favor de un lábil progreso, el más trágico e inevitable es la pérdida de espacios que antes formaban parte del corazón de la ciudad. Pero si obviamos este oscuro panorama -y si le damos un par de vueltas más al plan de Valparaíso- aún podemos encontrar joyas que merecen algo de nuestra atención. Justo al lado de la plaza, por ejemplo, entrando por el centenario edificio que compone la Galería Condell, se encuentra uno de aquellos lugares que nos traen de vuelta al denigrado concepto de identidad, alejado del colorido comercial de batucadas y pasacalles veraniego que tanto disfrutan quienes nunca han tenido que subir un cerro a pie en su vida.

Estarían en lo correcto al asumir que nos referimos a Insomnia Teatro Condell, la única sala de cine independiente de la ciudad y uno de los bastiones culturales de la zona. Lo mismo pensó Rafael hace unos ocho años, antes de convertirse en dueño, administrador, vendedor y curador de la librería/disquería Puerto de Letras, local ubicado a un lado del cine con el que comparte público y pasiones. 

“Debo haber venido a ver una peli. Veo la peli, veo este espacio, veo lo que generaba el Insomnia. Iba para lo que es hoy, faltaba harto aún, pero ya se notaba que iban bien encaminados y me interesaba la propuesta cultural, sobre todo del cine. Entonces dije en ese momento: yo quiero estar ahí. Ese lugar es para mí, yo me lo merezco. Pasó un tiempo, un par de años, vine a ver el local y estaba disponible. No pude concretar el trato. Luego pasó un tiempo más, se puso una cosa de flores acá que no tenía nada que ver (murió, obviamente) y en ese momento dije: ya, ahora es cuando”. 

De eso han pasado cinco años. Al principio, nos cuenta, solo tenía presupuestado que fuera un local dedicado a la venta de libros y cómics, mientras la música seguía siendo un pasatiempo personal. “Compraba discos para mí y tenía buenos contactos y de pronto me dije a mí mismo que era el tiempo de vender discos también”.

Puerto de Letras, eso sí, es una idea vieja. Se remonta a los años noventa en Viña del Mar donde alguna vez estuvo la librería Contacto, perteneciente a la “señora de mi papá” como la llama él, con otro socio, un melómano por derecho propio quien introdujo los discos a la ecuación. En ella estaba todo el día leyendo, pasando el rato en una especie de altillo que tenía el espacio. Leyendo y escuchando música. “Debe ser la expresión artística que más me ha interesado en la vida. Me he dado cuenta que siempre ha sido la música, cien por ciento. Todas las etapas desde que tengo recuerdos tienen un soundtrack de fondo”.

Hace poco más de un año introdujo los discos a su catálogo. Ocasionalmente, se pueden encontrar CDs o cassettes, pero los vinilos son la principal atracción. Viejos, nuevos, rescatados, reeditados, compilados, carreteados, con el sello intacto. Post punk, bossa nova, dream pop, la banda sonora de tu película favorita. Asegura que la combinación es lo que realmente llena, donde no solo entran la música y la literatura, sino que también el cine. “De cine sé lo básico, de fan normal”, dice con humildad, “conseguir cosas raras, haber visto cortos de Stanley Kubrick, que eran imposibles, en VHS o ese intercambio casi clandestino de las películas de Jodorowsky también me marcó. Por lo mismo este era el espacio en que yo tenía que estar, no me imagino otro lugar la verdad”.

El lugar soñado es, en realidad, un módulo estrecho. Asediado por las decenas de discos y libros que componen su tienda -apenas cabe Rafael en el mostrador- inclinado siempre hacia su equipo de música, revisando y probando material nuevo ¿En cuanto al aforo? uno o tal vez dos clientes a la vez. Tres ya son multitud.

Tampoco es que se necesite demasiado más. La magia está en los detalles y en el caso de Puerto de Letras, la magia está en poder conversar con su dueño. “Les interesa la selección, esta especie de curatoría que hay acá y por ahí enganchan… Además de los precios claramente, pero enganchan con mis gustos”.

Un día puedes llegar a preguntar por un disco en la vitrina y terminar conversando de política, del acontecer nacional y regional. Puedes entrar preguntando por la hora y salir con After the Gold Rush de Neil Young. No es que me haya pasado. Mientras teníamos esta conversación se acercó un cliente habitual a comentar el último libro de Bukowski que había conseguido y que terminó en un breve pero consistente intercambio sobre, cómo no, las funas. El material es limitado, a veces una o dos copias si tienes mucha suerte. “Como es un espacio muy reducido es lo que me interesa tener”.

“Por lo general hay de todo un poco. Hay cosas que he conseguido con suerte, sobre todo discos antiguos o de época, y otras cosas que si compro directamente, alguna distribución sea nacional o de otros países, o las reediciones de discos nuevos, esos sí ya puedo elegir básicamente lo que me interesa. Pero también ahí hay un filtro que es importante y tiene que ver con el acceso que tengo a esos discos en relación a su valor. Porque puedo conseguir virtualmente todo lo que quiero, pero a un precio que no me interesa. Entonces eso también es un filtro, el valor al que lo puedo conseguir. Porque no me interesa vender a precios prohibitivos o si no, sería lo mismo que cualquiera y no quiero serlo, quiero ser distinto, quiero que se note mi personalidad, mi forma de ser en lo que hago y en mi tienda específicamente”.

Foto: Leonardo Torres

Hace ya casi una década que los vinilos volvieron a retomar su lugar entre los coleccionistas, luego de que la constante actualización del formato los dejara en una supuesta obsolescencia. Este retorno resulta sorpresivo en la era del streaming; no solo es tu música favorita la que está al alcance de tu teléfono celular por una módica suma, es toda la música que quieras. Entonces ¿cómo es posible que un formato así pueda seguir teniendo popularidad entre la gente? Para Rafael la respuesta es inmediata: moda. “Aunque suene terrible pero es la realidad”.

“Más que el amor por el formato o por cómo se sienta -y digo se sienta porque no es tan solo cómo se escucha sino que también cómo se siente físicamente, cómo se percibe el sonido de formato análogo versus digital, que es muy distinto, cómo pega en el cuerpo. Primero es moda y luego la gente que compra discos se da cuenta o se informa que tiene una gracia, un sentido especial, tener música en formato físico, desde lo artístico hasta el sentido mismo y cada formato a lo suyo, el cassette tiene cierta particularidad, aunque no suene tan bacán como uno espera, el CD tiene otra, y el que más me gusta a mí, el vinilo, tiene otra”.

Y si usted ya está entrando en la pasta de los vinilos, sepa que las puertas están abiertas. Porque si hay algo que no encontrará en Puerto de Letras es discriminación: todos son bienvenidos. Los que saben y los que no, los nuevos y los más viejos. ¿Y ante la duda? Le puede preguntar a su amigo Rafael. “Se dan cuenta que no toda edición suena como lo esperan, hay unas ediciones que son paupérrimas, que suenan pésimo, son archivos digitales sin ningún tipo de tratamiento pasado a la pasta del vinilo y no… Suena mal, no hay cariño, no hay nada. Es un trabajo muy desprolijo. Entonces, puede que busquen consejos para saber qué edición suena mejor. También viene este enamoramiento o esta cosa que parece casi sectaria con el disco de época, hay gente sobre cuarenta, sobre cincuenta, que están cerrados a la idea que el vinilo tiene que ser de época sino no no es, miran acá unas reediciones y las desprecian de entrada”. 

El formato que resiste y persiste

Hay partes de esta conversación donde es fácil perderse. Un lenguaje técnico con un siglo en formación donde es fácil sentirse extranjero. No son cosas que te enseñen en el colegio, sino aprendizaje que te da la vida cuando quieres que la experiencia sea el destino. Algunas cosas no te las puede dar el streaming. 

El retorno comercial del formato no ha estado exento de cambios. Ahora, como nos cuenta Rafael, lo único análogo del vinilo es la factura misma del disco. Todo lo demás es digital. No por nada hay gente que rechaza las ediciones actuales, aunque él está dispuesto a pelear esta batalla. “Ahora, la gente que trabaja bien los archivos digitales… están tratados de otra forma, el tipo, el ingeniero, el que hace el máster de la grabación (los que saben realmente) hacen trabajos distintos para distintos formatos. El tipo hace un máster para el digital, streaming, CD, y un máster distinto para el cassette y otro para el vinilo y suenan distinto. Con ese máster pasado a CD no va a sonar bien, en cambio en vinilo suena bien, se siente esa separación del instrumento y todas esas cosas que en CD no funcionan mucho”. 

“Las ediciones nuevas, las buenas ediciones nuevas, sobre todo las que no son muy baratas a veces o que son de sellos grandes o serios, claro, tienen un trabajo importante y suenan bien. Y he tenido la oportunidad de comparar ediciones de mi colección personal, un disco de época que suena espectacular, pero hay una reedición que tiene algunos sonidos que no se escuchan definitivamente o se perciben muy mal en la edición original entonces el tratamiento que le han hecho le da otra vida al disco, suena distinto, y es bueno igual”.

Los años le han dado la habilidad para identificar a cada cliente y seguir maravillándose por lo que aprende con ellos en el camino. Los más tradicionales los divide en dos grupos: sobre menos de 25 años y sobre 50 años.

“El cliente sobre 50 podría ser un poco más mañoso, súper casado con la idea de que solo el vinilo de época suena bien y todas las reediciones son malas. Ese es un perfil super marcado que viene acá cada cierto tiempo. Luego hay otro, que podría ser la contraparte, no creció para nada con un vinilo, lo conoció ahora hace poco, le gusta estéticamente, se maravilla con el formato y está esa sorpresa, se encuentran o descubren, digamos, esta cosa, este formato que parecía obsoleto pero se dan cuenta que es maravilloso y son mucho más receptivos para las sugerencias y todo eso. Yo diría que es más agradable tratar con ese perfil de cliente, que viene harto, más que con el otro, que igual los quiero y me identifico un poco también (muchos amigos míos son de esos también). Esos son los dos perfiles más marcados: el que cree que las sabe todas (pero nadie sabe todo) y el que no sabe nada pero tiene la inquietud de aprender o de descubrir y se maravilla con este mundo y disfruta. Me identifico más con ese, a pesar que estoy cerca del otro pero me gusta, me trae recuerdos de cuando yo era chico y también tenía toda esa curiosidad y más que la curiosidad, el agrado de encontrarse con cosas nuevas, que todo era nuevo”.

Foto: Leonardo Torres

La Feria del Vinilo

Hace unos meses finalmente pudo realizar otra idea que le venía rondando hace rato: una Feria del Vinilo. Se juntó con Leonardo Torres, otro connotado melómano local quien convenientemente es el administrador del cine Insomnia, el lugar que desde junio acoge a esta feria que convoca a varios comerciantes del popular formato. Las ventas están buenas y el ambiente todavía mejor. Aún no es completamente como la idea que tenía en su cabeza pero no importa, si algo ha aprendido en la vida es seguir teniendo curiosidad por lo que viene sin dejar de disfrutar el momento. 

“Hay gente muy agradable, hay otra que no tanto. La verdad es que agradezco todo, todos eso perfiles me caen bien. Y hay una retroalimentación constante. Se aprende mucho del cliente, siempre”.

¿Y mientras tanto? Lo pueden encontrar en su esquina de siempre, escuchando alguna novedad o leyendo, comparando formatos, conversando con quien se cruce por delante. A veces le llegan un par de joyas que vende… y otras tantas que se queda para disfrute personal. Puerto de Letras es un lugar, pero también es una persona. Y, por sobre todo, un centro social visible solo para aquellos que saben dónde mirar.