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Taylor Swift y la peor cara de Latinoamérica

Taylor Swift y la peor cara de Latinoamérica

Antes de comenzar a escribir cualquier cosa, quisiera explicitar, en el primer párrafo de este texto y solicitando a mi editora negritas, subrayados y cursivas, que a mí me gusta Taylor Swift. Podría decir muchas cosas sobre ella y alargarme en una discusión significativa sobre su música y los discos que me han marcado, enumerando cuidadosamente los motivos. Pero hoy no vengo a hablar sobre eso.

Luego de que, por la razón que sea (problemas con el recinto por los Juegos Panamericanos, mala negociación, mera voluntad, etc) nos enteramos de que la cantante no visitará Chile, muchos sueños se vinieron abajo. Entiendo perfectamente el valor de una presentación en vivo, la energía que un espectáculo rebosa, cómo levanta el espíritu y confirma que estás apoyando al artista correcto, especialmente con el show de alta factura de este tour de Taylor Swift. Sin duda afecta. Especialmente porque estará a un par de horas de vuelo de distancia. Tan cerca y tan lejos.

Actualmente, es bastante común ver a fanaticadas de otros países ir a conciertos al extranjero porque no visitaron tu ciudad, así como alguien viaja entre regiones de la misma nación. He visto a personas brasileñas, argentinas, peruanas, viniendo a Chile a conciertos de k-pop, rock, indie, qué sé yo. Por qué no, es común, pasa en todas partes. Pasa incluso con latinoamericanos viajando a otros continentes porque saben que sus artistas quizás no vendrán nunca. Todo indicaba que no habría dificultad en sacar las cuentas y decidir ver a Taylor Swift en Argentina. Pasa igual con festivales de prestigio internacional que no nos llegan porque somos muy del tercer mundo. Argentinos vienen a Lollapalooza Chile y chilenos van a Lollapalooza Argentina. Y bueno, en este caso, ¿por qué iba a haber algún problema?

El asunto es que estaba equivocada. Nuevamente, Taylor Swift está tan cerca y tan lejos, pero por los motivos equivocados: se desató una total guerra en internet Chile-Argentina por asistir a este concierto. Que más chilenas consiguieron entradas comparado con las fans argentinas. Ofensas y amenazas de ambos lados por quién merece más ir a un concierto. No ha estado simpática la cosa. 

Siendo honesta, siempre me pareció chistosa (y hasta tierna, tal vez) la rivalidad entre Chile y Argentina. El fútbol, la música, territorios geográficos, guerras de hace bastante tiempo, la estabilidad (escasa, a estas alturas) de las economías  e incluso burlas a los modismos y pronunciaciones del español (un idioma con muchos matices preciosos). Lo vi siempre con el ojo del sentido del humor. A todo esto, el sentido del humor de los argentinos me parece admirable. Es un lado del internet imperdible. Y obvio, el de mi país también. Tenemos grandes memes que guardo con amor en mi galería. Pero esta rivalidad ya no me divierte. No es motivo de risas.

Pero bueno, para qué irme por las ramas: el fanatismo ciego por una mujer blanca estadounidense levantó una guerra virtual entre dos partes de un mismo fandom bastante comprometido con su música. Para mí las relaciones son de a dos, la soberbia es de a dos. Si Chile empezó esta pelea jactándose de un mayor poder adquisitivo (más bien de una gran capacidad de endeudamiento), de conseguir entradas antes que la fanaticada trasandina y decir que “jugaremos de locales” (el azar de las filas virtuales es todo un tema y las analogías futbolísticas están de más) da lo mismo, o si Argentina comenzó el conflicto pataleando porque las personas chilenas vienen a acapararse de su concierto (quizás Taylor estará en la entrada verificando certificados de nacimiento o asegurándose de que nadie haya tomado la decisión tan poco común y absurda de ir a un concierto a otro país) da lo mismo. Quien sea que haya empezado da lo mismo. Es como ir a explicarle a tu mamá que tu hermano chico te pegó primero. Al final ambos terminan llorando. Es derechamente una tontera.

Me llaman la atención, eso sí, las consecuencias que ha tenido esta batalla. Más bien, me enojan profundamente. He visto ¿Amenazas de muerte? ¿Se van a tirar gas pimienta? ¿Subir los precios de los alojamientos? ¿Meterse a cotizar vuelos para que suban de precio? ¿Insultos feísimos de ida y vuelta? Qué vergüenza me da, como latinoamericana, que una gringa (de un país que ha oprimido, saboteado y se ha apoderado de nuestra cultura) saque lo peor de nosotros. Que saque a relucir la xenofobia y la violencia. Una artista que expresó su postura política contra estas mismas problemáticas sociales. Qué innecesaria manera de lidiar con las frustraciones. Qué gratuito prender la llama y seguir tirándole bencina. Las relaciones son de a dos. La soberbia es de a dos. La estupidez también.

En lo personal, creo que la música de Taylor Swift apunta e impacta a un público importante, y con justa razón. Admiro su manera de interpretar e inmortalizar su vida sentimental y cotidiana con letras que podemos volver propias y una composición que sin duda sacude los oídos y conmueve con sus toques de originalidad. No entiendo en qué parte de la ecuación está considerada la venganza y la violencia. No digo que todos nos queramos y nos tomemos las manos con un arcoíris en el cielo, les estoy hablando de que ustedes, swifties, cuenten hasta diez y piensen un rato con el cerebro. Nos creemos mejores que los futboleros, los metaleros, los kpopers. Nos dan risa los chilenos que van a comprar mercadería a Mendoza y los argentinos que compran teles o vienen a veranear a Chile. Una gran parte de la fanaticada de Taylor Swift somos mujeres y por consiguiente, según nosotras, mejores que los hombres. Mejores que los hombres tóxicos de los que habla la mismísima Taylor en sus canciones. Y al final nos habían cortado con la misma tijera, la tijera de la irracionalidad, que tanto les gusta recordar a la crítica musical y al sexo masculino cuando nos tratan de histéricas. Les dimos la razón y sin duda retrocedimos. Qué vergüenza. Qué decepción.

Estoy consciente de que este texto no solucionará el problema y quizás tengamos hasta al twitter del McDonalds del Obelisco reclamando en noviembre. No me sorprenderá tampoco que se vayan a los golpes. Se seguirán diciendo cosas derechamente terribles. Ninguna columna de ningún medio traerá la paz mundial, eliminará el hambre en el mundo (ni en Latinoamérica, donde mucha gente pasa hambre), y por ende, nada de esto les dará tickets extra (o quizás sí, pero tampoco van a dejar de tirarse cosas por la cabeza por eso), ni la razón en esta pelea para cualquiera de los “bandos”, ni mucho menos una reconciliación. Simplemente estoy enojada y me quería desahogar en la tribuna que tengo la suerte de tener. Y estoy decepcionada. Sé que pueden dar lo mejor de ustedes. Qué lástima que esta vez no fue así.