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Lauryn Hill – Movistar Arena, Santiago [16.09.2010]

Lauryn Hill – Movistar Arena, Santiago [16.09.2010]


Foto por Álvaro Pruneda N.

No era una primera vez, pero se sentía como tal. El regreso de Lauryn Hill tenía mucho de deuda pendiente, tras aquella extraña, confusa y -por lo mismo- recordada presentación del 2002. Y claro, más allá de los esperanzadores setlists previos, ese único antecedente tenía a muchos de los presentes (un tercio, quizás, del reducto en cuestión) inconscientemente preparados para cualquier cosa.

En esta ocasión, “cualquier cosa” resultó ser una espera de proporciones mayúsculas, sólo comparable con figurines de polémica de la talla de un Axl Rose. Y si, está bien, las demoras son algo habitual a la hora de los conciertos, no vamos a venir a abogar por el diablo. Pero, tras 50 minutos, la paciencia no abunda en demasía, más allá de la buena música de fondo. Y en ese detalle estuvo el gran problema que vino a continuación. Se apagaron las luces del recinto, se prendieron las del escenario y el público se aglutinó, expectante, para recibir a… un DJ. Uno pésimo, que (para peor) bordeó lo impresentable mientras torturaba a los presentes con Enrique Iglesias y otras “joyas” de calibre similar.

De a poco, los músicos empezaron a salir a escena. Todos alegres y prendidos, todos con la misma cara de desconocimiento al ver que la tortura auditiva continuaba y de la invitada de honor, ni luces. Recién pasadas las 22:30, a sólo un par de malas decisiones tornamesísticas de ser desmembrado por una turba funkera, ese pobre cristiano fue salvado por la aparición de ella. Y en este minuto estuvo el antes y después de la noche. Hasta entonces, imperaba el hastío y la impaciencia. Todas aquellas, ideas que desaparecieron en un suspiro y un primer verso.

‘Lost Ones’ abrió los fuegos, y esa expresión en particular pocas veces ha sido tan descriptiva. Porque todo aquel que llegó al Arena esperando ver a aquella Lauryn Hill, la de los 90s, aquella que marcó a más de una generación con su voz inolvidable y sus versos brillantes, en cuestión de segundos se dieron cuenta que estaban frente a un animal distinto. Ésta era una mujer que venía de vuelta, una madre y líder de familia, una perfeccionista que no dejó de dar instrucciones a sus músicos, una obsesiva que instaba a todos los presentes -público y banda por igual- a que la ayudaran a crear un ambiente. Una peluca sesentera, un poncho mapuche y una voz enronquecida que golpeó a todos los presentes, escupiendo líneas como una ametralladora cargada de experiencia, estilo y actitud.

De ahí para adelante, la música y los recuerdos se mezclaban y enfrentaban a los sonidos en vivo. A versiones cargadas de cuerdas eléctricas y mucho crescendo, siempre que fuese posible. Más allá de una cuestión de espíritu, esto no era R&B. Esto era rap de concreto, rock y espectáculo por partes iguales. Salvo en momentos de pausa, como ‘Zimbawbe’ (original de Bob Marley) o ‘Forgive Them Father’, cada tema mostraba renovadas dosis de urgencia e intensidad. Desde aquellos de sus trabajos solistas (‘When It Hurts So Bad’, ‘To Zion’) a la esperadísima y necesaria revisión del legado de Fugees, con melodías coreadas de principio a fin: ‘How Many Mics’, ‘Fu-Gee-La’, o una furiosa ‘Killing Me Softly’, por mencionar alguna. ¿La parte lenta de esta última? Bien, gracias.

Era aquello que todos habían ido a ver, pero no de la forma que lo esperaban. Fue una experiencia sorpresiva, pero que hay que estar loco para considerar decepcionante. ‘Doo Woop (That Thing)’ cerró casi 90 minutos de un show (con todas sus letras) que da para tantos análisis distintos como espectadores hubo presentes. Puede ser la espera eterna, un DJ que ojalá no vuelva a pisar suelo chileno, aquel brillo juvenil que unos cuantos esperaron, la bofetada en la cara de su música, en este formato más que nunca. Pero al menos estamos en condiciones de poder hablar al respecto. Al menos, después de ocho años, esta deuda fue saldada. De aquí en adelante, las opiniones son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten. Siempre y cuando, claro, hayan estado ahí esta vez. Ésta, que fue la de verdad.