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Natalia Lafourcade: voy a proteger mi casa

Natalia Lafourcade: voy a proteger mi casa

En medio de las personas que se preparaban para entrar a Teatro Cariola, el jueves pasado, apareció una señora de edad más avanzada y dijo “vengo a ver a la Natalia, soy su abuela. Ando con su foto”. Corazones derretidos alrededor, sentimiento que la mexicana mantendría dentro del local durante toda su presentación.

Verla en solitario era evidente, luego de su paso por la edición de 2014 de Lollapalooza. Parece increíble la idea de aún no haber podido presenciar su trabajo en un show propio, siendo una artista con una carrera que ya se extiende, a pesar de su juventud, por casi 20 años desde su debut con Twist. Pero el Cariola parecía un lugar excepcional para esta venida y las filas de gente desde un par de horas antes de comenzar daban buena cuenta de ese interés. Ella pertenece a esa estirpe de mujeres creadoras latinoamericanas que con su nombre y apellido hacen de su oficio de cantoras mucha de la mejor y más excitante música que atraviesa todo el continente. Como su compatriota Julieta Venegas, como Rita Indiana, como Lido Pimienta, como Juana Molina o como Javiera Mena, mujeres con nombre y apellido, configurando el cancionero del presente y el futuro en el continente.

Su reciente y arrollador triunfo en los Grammy Latinos y el haber dado un salto gigante en popularidad con la publicación de Hasta la Raíz, fueron otros motivos que hicieron que el teatro, sin agotar las localidades, se viese muy lleno y, además, con la presencia de un público que no venía a pasear, sino a participar en el show. Ellos pudieron presenciar un concierto generoso, de cerca de dos horas (sólo en los bises tocó cuatro canciones) y cuesta creer que alguien saliera decepcionado.

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Hay algo en la cantante que transmite alegría. Se percibe que disfruta con lo que hace con la pasión de quien hace tres meses que está tocando, pero con el aplomo y control escénico de quien llevara 30 años. Una artista llena de facultades vocales que explota sin exhibicionismos, sino como un instrumento más en el escenario. Hay que resaltarlo, junto a una extraordinaria banda de cinco músicos tan versátiles que pasan de la faceta más pop a la de gran dama de la canción, pasando por el jazz latino y la bossa, sin aparente esfuerzo.

La conexión con el público fue total desde los primeros compases de ‘Para qué Sufrir’ con la que, a solas en el escenario y en versión acústica, abrió el concierto. En todo el show -y recalco- fue largo, esta conexión entre lo que ocurría sobre el escenario y la platea no desfalleció ni por un segundo. Con el grueso de su más reciente disco en los primeros temas y sin guardarse nada, desfilaron ocho canciones de su más reciente producción hasta que la jeanettiana ‘Nunca es Suficiente’ -absoluta favorita de los presentes- dio paso a la primera de las versiones de Agustín Lara de su anterior trabajo ‘Mujer Divina’. Hay que insistir una y otra vez en esta unión entre la mexicana y los presentes: aunque uno quisiera abstraerse fue una realidad y, en varios momentos, la emoción se contagiaba al punto de generar escalofríos en el cuerpo.

No faltaron guiños a ese público que la estaba adorando. Su repertorio incluyó clásicos imprescindibles como ‘Un Pato’ de Joao Gilberto, o esa canción bendición/maldición con la que confesó ya haberse reconciliado tras años de distanciamiento, ‘En el 2000’, compuesta de adolescente y que la lanzó al estrellato cuando aún no tenía ni 20 años.

Natalia Lafourcade va camino de convertirse en una dama (joven, pero dama) de la canción latinoamericana y eso hace que la faceta más pop quede de lado reduciéndose a una sola canción en todo el repertorio de su obra maestra Hu Hu Hu, aunque sacara mucho partido a ‘Ella es Bonita’. Convirtió a esta en una jam que le sirvió para presentar a la banda,  para despedir el concierto antes de los bises, para mezclarse con la fanaticada, para sonreír hasta que le doliera la cara a lo largo de muchos muchos minutos y para mirar una vez más a su abuela, quien le respondía con besos desde el palco. Pero ese tema, parte de un disco maravilloso, lleno de experimentos que la pusieron en la vanguardia del pop en español en su lanzamiento, se redujo a una versión despojada de ese pop brillante y la presentó de una forma más cercana a los sonidos actuales.

También se le podría echar en cara que los arreglos, elegantes, sofisticados, complejos, tienden también hacia un sonido demasiado adulto, que se confrontan con los de sus composiciones anteriores, como por ejemplo ‘Casa’, mucho más lenta, más sobria. Es una decisión artística razonable. Ella va en un camino directo a convertirse en una gran figura de la canción, no de nichos, sino un nombre a retener cuando se repase la música en español de este siglo y, su sonido actual, no hace más que insistir en esa grandeza.

Es una artista que funciona tan bien en un pequeño club como en un show gigante en Las Vegas. Pero son detalles absolutamente carentes de importancia, si pensamos que estuvimos ante un espectáculo digno de ver y revisar. En el que se pudo palpar cada una de sus etapas, su crecimiento como compositora. En cada uno de los pasos que ha dado se percibe que tiene muchísimo aún por decir y que incluso aún lo mejor está por venir.

Y aunque la conversación con los presentes podría sonar forzada o hasta, por momentos, tópica (su felicidad por estar en Chile, de donde parten sus raíces, la necesidad de más amor, el terror ante lo que ocurre en nuestro planeta), no hay luces de que sean expresiones y preocupaciones sinceras. Cuando abre el bis con la reivindicativa ‘Un Derecho de Nacimiento’, es imposible no sentir la congoja y la emoción por las injusticias que impulsaron su creación en el contexto del movimiento #yosoy132. Ese que antes de cantar, unió con el pasado y el presente de Chile y las reivindicaciones sociales de nuestro país.

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Al salir existía una sensación de felicidad, de haber asistido a un espectáculo generoso y de una entrada bien amortizada. Un sentimiento relacionado con esa comodidad que sólo brinda el hogar. Esto se podía escuchar en las conversaciones llenas de entusiasmo, mientras la masa se dirigía a la calle San Diego. A veces la música es balsámica, inspiradora o, hasta, curativa, al hacer olvidar los problemas de manera momentánea. Lo que se vivió en el Cariola es un ejemplo de esto. Se convirtió en nuestra casa.

Fotos * Reinaldo Rodríguez