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Public Enemy – Teatro Caupolicán (24.07.2011)

Public Enemy – Teatro Caupolicán (24.07.2011)

Fotos de Mauricio Zamudio

Desde muchos flancos y tribunas se estima que Public Enemy es, por diversos motivos, la banda más trascendental e influyente de toda la historia del hip hop. Con tamaña expectativa colgada al cuello, resultaba  a lo menos dislocante la baja convocatoria con la que nos encontrábamos al ingresar al Caupolicán. Una mirada rasa y -sin contar invitados y demases- decir que se vendieron mil tickets seria pecar de generoso. Este trance obligó a la producción, en una atinada maniobra, a tapiar de negro las galerías del recinto e incitar al respetable en pleno a habitar la cancha, la cual lucía rebosante y prevenida para lo que se venía.

La húmeda noche del domingo se perfiló, entonces, como frontón para uno de esos sucesos artísticos en donde lo sustancial y eminente rebalsa lo meramente musical, y cuya observancia nos transformaba en cómplices de un gesto sin precedentes. Esnobismos aparte, todos los que llegamos a dar al Caupolicán sabíamos que el mero hecho de presenciar la interpretación de canciones como ‘Bring the Noise’, ‘Can’t Truss It’ o ‘Power to the People’ marcaría un antes y un después en la historia de los conciertos de rap en Chile.

Chuck D fue el primero en pisar el escenario, al ritmo de ‘Public Enemy N# 1’.  Al minuto ya era posible evidenciar que la apuesta de la banda era más cercana al formato rock de lo que el público rapero local estaba acostumbrado a escuchar. La formación incluía a DJ Lord, quien -en un hábil set y a punta de Serato– supo mezclar ‘Seven Nation Army’ de The White Stripes con ‘Smells Like Teen Spirit’ de Nirvana; al mítico Davy DMX en el bajo (el productor de los dos primeros álbumes de Run DMC y DJ seminal de Kurtis Blow, entre otras preseas), T Bone Motta en la batería y a un bluesero guitarrista que literalmente se comía su instrumento, añadiendo una connotación malabarística al acto de tocar las seis cuerdas.

Luego fue el turno de Flavor Flav, quien, en comparación con el intacto semblante de Chuck D, lucía un poco desmejorado, aunque no escatimó un gramo de arrojo y se paseó por lo ancho y largo del tablado gritando y soltando energía. El autor de una de las frases más sampleadas en el rap (“yeeeeeeeah boyyyyyyyyyy”), junto a su reloj (al que se le acabó la pila a las cinco y media y de ahí no se movió más) hizo todo lo que se debe hacer en una primera visita: saludó a la gente,  prometió volver, regaló discos y compartió pareceres. Incluso se atrevió a realizar un solo con la batería y el bajo, aunque en honor a la verdad, a punta de ganas más que de virtuosismo.

De vieja escuela hubo mucho, pero de pueblo bastante poco. A favor de lo primero: la excelente forma en la que se encuentra Panteras Negras, quienes se encargaron de cerrar el aria de teloneros, además de la pacifica invasión del escenario por parte de algunos preclaros y ochenteros fans, que poco requirió de la vigorexia de los multifuncionales bailarines-coristas-guardias de seguridad que flanqueaban la banda, acto que dejó en evidencia -por cierto- el hecho de que saltar la reja de un concierto bordeando los 40 años ya no es tan fácil. En detrimento de lo segundo: el público, que en su mayoría parecía sacado de una fiesta de año nuevo en Espacio Riesco más que de una tocata en el bloque, como reza más de una consigna de los New York. Algunos representantes locales del denominado  “rap de corte político” (Guerrillerokulto, Lulo Legua, Claudio Flores, el colectivo Agosto Negro) tuvieron la oportunidad de escupir algunos flows y levantar un par de pancartas, en medio de ‘Don’t Believe the Hype’, equilibrando en algo la balanza de la coherencia discursiva, aunque sin sumar ni restar en el devenir del espectáculo.

Al final fueron algo más de 2 horas, espacio de tiempo suficiente para poder apreciar con soltura la propuesta total de la banda. Al termino de la velada, cuando comenzó a sonar ‘Fight the Power’, cualquier conjetura daba lo mismo. Dicen que todo el mundo tiene algo de qué hablar, los que sorteamos el frío del domingo y llegamos al reducto de San Diego, ahora podemos decir con categoría que hemos visto tocar a Public Enemy. Hagan el ejercicio y fíjense en lo maravilloso que suena: digan, “¡Yo vi tocar a Public Enemy!”