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Jackson Wang: el ídolo que quiso ser todo lo demás

Jackson Wang: el ídolo que quiso ser todo lo demás

Estaba en un círculo vicioso de repetición: todos los días, todos los meses, todos los años. Nunca tuve tiempo para preguntarme ¿qué hay de mí?, ¿qué hay de las cosas que yo quiero hacer?, ¿las que me preocupan? ¿Cuál es el significado de mi vida?

Jackson Wang regresó a Chile en su versión solitaria y más perfomático que nunca. Ayer el Movistar Arena volvió a volcarse al fenómeno de la música asiática y esta vez lo hizo con un nombre que se ha esforzado y logrado desmarcarse del rotulado de idol. El cantante, que también es parte del popular boy group GOT7, lleva un par de meses sorprendiendo con su tour Magic Man, que fue el responsable de darle una segunda pasada por Coachella este 2023 y sumar colabs de la talla de Ciara.

¿Qué tiene Jackson que no tenga el resto, o más bien, qué preguntas se ha hecho el oriundo de China para colarse con tanta fuerza en occidente? Aún cuando existen artistas de otras bandas que tienen carreras solitarias más robustas en la industria coreana, Jackson ha sido el que viene marcando precedentes con participaciones en festivales estadounidenses, sonando en radios mainstream y también como el responsable de introducir a las grandes productoras al ruedo, como es el caso de Lotus en nuestro país.

El concierto da inicio con ‘100 Ways’, una de sus primeras apuestas sin GOT7. Un temazo tremendo, suficientemente nostálgico para cautivarte desde su primer puente y bien arriba: uno de los pop mejores logrados por el cantante que ha sabido transitar por unos cuantos. Magic Man es la demostración de aquello.

Tras este impulso, la historia toma tintes más oscuros y va dando pistas del concepto detrás de su último disco, que además nombra la gira. Bailarines personificados como dementores, un ascensor que sirve de escape físico pero prisión mental, maquillaje que se va corriendo y ropa que va desapareciendo.

‘Go Ghost’, ‘Blackout’, ‘Just Like Magic’ y ‘All the Way’ abrieron de lleno la puerta a la Magic Man experience, un pase entre arreglos inéditos mucho más ligados al rock de los setentas o al glam que a una fórmula probada de EDM surcoreano. Mucho más cercano a una reinterpretación juvenil de Stratovarius que a un hit coreografiado que musicaliza comerciales.

Tolalmente personificado de persona que bajó a lo más oscuro de su ser y volvió en forma de mago, Wang demuestra dominio de idol y carisma de actor. No pierde ningún paso mientras se complementa perfectamente con su gran equipo de baile, que suma mucho al momento de darle coherencia a las ideas angustiosas que se presentan teatralmente.

Fotos por @el.eme, cortesía de LOTUS

Si los ídolos coreanos suelen esconder todo lo que les acongoja en favor del show, Wang toma la otra vereda y expone con holgura los sentimientos que lo llevan a hacer este disco y show: la rutina, el poco poder de decisión, la tediosa costumbre de seguir el día a día sin darse momentos para preguntarnos qué es lo que estamos haciendo realmente con cada paso y decisión que damos y tomamos.

Los viajes interiores que ha hecho el cantante al parecer pasan por ahí. Qué tan rápido y rutinario está todo que apenas nos sentamos a pensar qué es lo que somos. Jackson quiere liberar cadenas mediante sus baladas y no escatima en poner en duda el orden tradicional de lo que entendemos por sentido del show: el papel picado puede aparecer en la quinta canción, las baladas pueden ser más cercanas a un espectáculo femenino que a un desangramiento romántico, el rock puede ser mucho muy femenino y el pop puede cargarse de una rudeza poco tradicional en lo que entendemos por masivo y popular.

Como ya es tónica en Chile: concierto que pasa, concierto que para. Al menos 20 minutos de pausa vivió Magic Man, con un evidente y preocupado cantante que se tomó todo el tiempo para asistir a guardias al momento de sacar a personas apretadas. El peak de la parasociabilidad, la urgencia del mejor video para redes sociales, el hacer valer cada peso de las carísimas entradas, son factores que confluyen en este fenómeno histórico que en lo contemporáneo ha dejado horribles momentos en la cultura de conciertos.

Un poco fuera de sí a raíz de la preocupación, Jackson siguió por un tubo. El dominio de personaje y tamira está, es difícil de hacerle perder ritmo y equilibrio. Hasta que llegamos al punto de quiebre donde el ídolo que eligió ser personaje de ficción asumido abandona su impostación para elegir el camino más natural: ser corriente.

De chaqueta y lentes de contacto blanco, a ropa de malla y provocación sexual, a buzo y polera de merch. De capitalizar demonios a exponerse mediante un VCR en el que nos cuenta sus preguntas más fundamentales, dándonos a entender cómo el peak de su popularidad en Asia fue también el punto más oscuro de su vida. Sin despreciar de frentón su pasado, el cantante quema al idol para habitar esa figura con más libertad, más a su manera, mucho más parecido a lo que vemos en occidente con las estrellas de la música.

‘LMLY’ es uno de los puntos álgidos y se siente como su recorrido. Es esa tristeza de querer tanto algo que prefieres no tenerlo que conseguirlo en códigos que vayan contra tus formas. Es épico, como si dejáramos escapar algo entre dedos sabiendo que nos arrepentiremos. Es liberador porque sabemos que no caer en ciertas dinámicas es la decisión más inteligente para uno.

Y como lo ha hecho con sus decisiones musicales, el cantante se entregó al riesgo del solo para ver si lograba encontrarse. Pareciera que lo hizo. Encontró otro personaje para transformar en su persona artística, uno que le permite delimitar mejor qué es fantasía, qué es ficción, y qué es Jackson cuando baja del escenario y se saca el maquillaje y deja de ser el delirio febril de mujeres, niñas, gays, bis, madres, por qué no padres.

Estaba en un círculo vicioso de repetición: todos los días, todos los meses, todos los años. Nunca tuve tiempo para preguntarme ¿qué hay de mí?, ¿qué hay de las cosas que yo quiero hacer?, ¿las que me preocupan? ¿Cuál es el significado de mi vida?

Quizás por eso el impacto del k-pop es tan fuerte. De alguna forma las personas más distintas a ti, en forma y contenido, abren puertas que la fama no les permite pero que a nosotros tampoco se nos permite por un antagonista igual de cruel y que responde a las mismas lógicas, el capital: el ritmo de la eficiencia, la culpa de no producir.

¿Qué hay de mí?, ¿qué hay de las cosas que yo quiero hacer? Para un Movistar Arena repleto se trató de aprovechar ese momento de goce y sensualidad que dio paso a más de una reflexión, sea en forma de griterio, balada o papel picado. Sin importar la raza, el contexto y la industria u oficio en el que nos movamos, pareciera que todos cargamos con una mochila de anhelo sobre entendernos y encontrarnos.

Magic Mac hizo colectivo lo biográfico y Jackson es acompañado por piezas como ‘Drive It Like You Stole It’, ‘Cruel’ y ‘Blow’ para darnos las genuinas gracias por permitirle ser él en sus formas más corrientes y espectaculares. Un paseo por sus reflexiones que en lugar de elegir la profundidad más densa se queda en una gama mucho más compleja de emociones como el deseo, la fantasía y el goce.

El ídolo que quiso ser todo lo que se le permita tras no habitar el permiso, el que quiso ser todo lo demás, todo lo que se pueda. Glam rock, k-pop, edm, reversiones de su setlist para cerrar entre confeti y bailarines que se sacan la polera para regalarla como ofrenda de buen momento.

El puente necesario entre el pop oriental y las industrias de esta parte del mundo, el gran Magic Mac desplegó su acto más complejo: desligarse de lo que se le impuso, perderse un poco para volver a su encuentro en las formas más honestas y sencillas posibles. La verdadera magia parecierae ser el mero existir.