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Niños del Cerro – Nonato Coo (Piloto, 2015)

Niños del Cerro – Nonato Coo (Piloto, 2015)

Comienzo con una confesión. Escribir sobre Nonato Coo de Niños del Cerro me causa conflicto. Es un disco que llevo esperando meses. Es un disco que, en cierta manera, ya me sé tras haber visto a la banda en un montón de ocasiones durante este año y un proyecto sobre el que me ha ido creciendo el entusiasmo, desde que descubrí sus demos saltando de blog en blog el año pasado. Y pasaban los meses, y el disco se anunciaba y no acababa de llegar. Pero llegó. Me causa conflicto porque durante meses pensaba que este disco era necesario para mí, pero también para cierta escena independiente de la música en Chile.

Cualquiera que haya prestado un poco de atención a lo que ha pasado a la música local en 2015 sabe que se ha hablado de un relevo de la generación dorada que explotó entre 2010 y 2011, aquella que miraba con desprejuicio a la pista de baile, en la que brillaba un pop perfecto con sonidos de sintes y que consiguió, desde la independencia, lo que no consiguieron muchos de sus pares anteriores desde multinacionales: el reconocimiento crítico y comercial internacional. El generar una etiqueta reconocible al hablar de pop chileno. Cinco años parece un período suficiente para haber cumplido un ciclo. Algunos han crecido tanto, que rozan el mainstream como Gepe o Javiera Mena y otros, como Astro y Dënver, mantienen una carrera de alto perfil con trabajos recientes. Todo esto, lo sabemos todos.

Pero durante 2014 y, explotando este año, aparece una generación de bandas nuevas, de integrantes jóvenes que no tratan de seguir las huellas marcadas por sus predecesores ni en lo musical ni en las formas de organización. Eventos autogestionados, tocatas en lugares fuera del circuito habitual, incluso en espacios ocupados con una ética usada en el indie primitivo o en escenas como el hardcore, un sonido más orgánico dominado por las guitarras…¿Nombres? Dolorio y los Tunantes, My Light Shines For You, Paracaidistas, Las Olas, Medio Hermano o los compañeros de sello de Niños del Cerro, Patio Solar.

Si hace unos meses llegaba el primer disco de larga duración de esta generación –Temporada de Patio Solar- a través de Piloto y, otras bandas han ido publicando (o están a punto de hacerlo) EPes o singles, mientras se sucedían de manera vertiginosa las tocatas. Algunas bandas tocaban dos o tres veces a la semana y los conciertos se convertían en celebraciones con público que se sabía sus canciones sólo de escucharlas en directo. Los ciclos CFT, el ciclo Fisura, el Popfest, la Kame House, Pop Subterráneo, las Jornadas Independientes Histéricas… montones de eventos únicos o cíclicos que han aparecido, uno tras otro. Y que, en cierta manera, culminan con la publicación de Nonato Coo.

Este disco funciona como la imaginaria banda sonora de una generación que, quizá, también sea imaginaria. Pero ellos anclan su música a la realidad, a su realidad, que es lo que la hace tan universal. La Florida como terreno mitológico, casi fantasioso con imágenes que son reconocibles (habla de calles, de paraderos de micro, de antenas que aparecen de forma inesperada por las acercas que pisan cada día) pero que a los que no conocen ese lugar se les representará como un Macondo de juguete.

Cuando los escucho no puedo evitar pensar en el grupo español Los Planetas, maestros en introducir verdad en sus canciones mediante la aparición inesperada de elementos, de palabras, de lugares o nombres que tiran de a uno, desde lo abstracto de una canción hacia la realidad. La canción que da título al disco se abraza de manera invisible con uno de los primeros éxitos de los de Granada. Si allí el amor desesperado hacía al protagonista ir hasta un bar a ver si encontraba el fantasma de la relación rota, en ‘Nonato Coo’, llega en bici desde el paradero 26 para tratar de encontrar calor y sentido a lo que le ocurre. La voz de Yaney de Patio Solar actúa de perfecto contrapunto en una canción con visos de himno generacional. Una preciosidad que desarma nada más comenzar, perfecto prólogo de lo que se viene. Como Super 8, el debut de los españoles, lleva haciendo desde hace 20 años, este disco podría ser la banda sonora de miles de habitaciones en los próximos meses, en los próximos lustros. Un disco con el que sentirse un poco menos solo, más comprendido, en esas habitaciones.

Con un lenguaje sencillo y comprensible, pero con fuerza y belleza desbordante, estas pequeñas historias de juventud no por ello dejan de introducir ideas perturbadoras. “Y si después/ nos da frío/ debimos abrigarnos un poco/ tendremos la culpa/ de no aprovechar estos años bien” dicen en ‘Ropa de Verano’ o “viste que querías tanto/ ser cuando eras chica/ en tu casa en Puente Alto/ el cerro se veía tan grande allá atrás/ bien atrás/ de todas las casas pareadas”. En ‘Viste las Palabras’ hablan del paso del tiempo o de las frustraciones de la vida adulta sin subrayados, con sinceridad clara y prístina pero en la que no es complicado reconocerse.

Musicalmente, hay variedad dentro de unos patrones reconocibles, aunque llama la atención que un grupo al que no es difícil asociar a la escena más indie tenga una querencia tan clara por ciertos ritmos bailables y hasta cercanos a los tropicales como podemos ver en ‘José de los Rayos’ (cuya parte instrumental central llaman en directo “dembow”). O esa extraña rumba (¿intencionada o casual?) en ‘Nonato Coo’, la canción. También hay temas de indie-pop melancólico más convencionales con gran poder evocador como ‘La Pajarería’, recuperada de su single de debut en el que guitarras a lo Televisión/Felt (¿no le recuerda a nadie más a una cadencia similar a ‘The Stagnant Pool’ del disco The Splendour of Fear) o ‘La Capital’, una de las más bonitas de todo el disco.

La epopeya que cierra el álbum: ‘Las Palmeras’, que trata sobre las antenas de telefonía disimuladas en formas de árboles, muestra otra arista de discurso social y hasta político, pero siempre anclado en lo local, en lo personal, en lo barrial, en el círculo que compartir. Una canción que sus conciertos convierten en fiesta de cierre y en la que existe intertextualidad musical, al interpretar pedazos de otros temas en su interior (que han ido desde hits de El Mató a un Policía Motorizado a La Ola que Quería ser Chau) y muta en karaoke extasiado.

Más allá de las cualidades musicales del disco (que son enormes), es además un trabajo relevante. Por eso el conflicto del que hablo en la primera línea. La tentación es decir que es un álbum histórico llamado a marcar algún tipo de hito en el pop chileno. Así lo siento, mientras lo escucho una y otra vez. Un debut que sirve de piedra fundacional de algo que ninguno sabe qué es o qué puede ser. Por cierto, la ceguera de los festivales locales de apuntarse el tanto de apoyar lo que está pasando ahora mismo daría para otro artículo. Y si alguien puede pensar que exagero en las bondades o la importancia de este disco y que el tiempo les dará la razón no me da miedo: en esta ocasión prefiero pecar de entusiasmo que de cautela distanciada.

Lo dicho, un hito.

Fotos * Hisashi Tanida