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Primavera en la ciudad: Congelador, Japanese Breakfast y AtomTM

Primavera en la ciudad: Congelador, Japanese Breakfast y AtomTM

Segunda jornada de Primavera en la Ciudad y llegamos hasta Blondie. Del ambiente arrollador de Congelador, pasamos a la fiesta luminosa con Japanese Breakfast y la terminamos con los ritmos hipnóticos de AtomTM.


CONGELADOR

Uno de los escenarios de la noche fue la mítica discoteque capitalina Blondie. Los encargados de abrir la jornada fueron los chilenos de Congelador quienes parecen haberse formado para tocar en subterráneos estrechos y oscuros. La banda de Rodrigo Santis, Jorge Santis y Walter Roblero (los también fundadores del sello nacional Quemasucabeza) parece estar feliz de tomar un paso al costado privilegiando el sonido por sobre cualquier tipo de pretensión escénica. Su falta de consistencia temporal es tal vez el mayor valor de su show, pues parecen existir solo en este subterráneo mental y físico (que recuerda los antros noventeros que los vieron nacer) al mismo tiempo que surgen en la escena casi tanto como desaparecen. No hay un “yo” en Congelador, hay un ambiente, y no hay un tema pegajoso que ustedes puedan cantar, hay un sonido que no empieza ni termina.

La imagen fue clara: a eso de las 8 de la noche la Blondie estaba sumida en un trance de proporciones que solo se acrecentó cuando invitaron al escenario a Lorena Pulgar de Chicarica para que continuara esta catarsis. El único pero de esta historia vino con el cambio entre esto y la chispa que trajo posteriormente Japanese Breakfast, una experiencia que solo podría compararse con una
inyección de vitaminas después de llegar urgencias por anemia, pero al menos tuvimos un poco de tiempo para recuperarnos. //VALENTINA TAGLE


Fotos: Mila Belén

JAPANESE BREAKFAST Y ATOM TM

“Desde que mi madre murió, lloro en el H Mart”. Así comienza Llorando en H Mart, las memorias que escribió Michelle Zauner, el alma y cabeza visible de Japanese Breakfast. Un libro en el que trataba de explicar (y explicarse) la muerte de su madre y el vacío (y la culpa) que había dejado en la vida de la entonces veinteañera aspirante a música, la pérdida de su progenitora y cómo el ir a ese supermercado de productos coreanos, H Mart, y cocinar comida de su tierra natal, le ayudaba a superar esos sentimientos.

El libro se transformó en un improbable superventas y está en marcha la adaptación al cine con guión de la propia Zauner. Pero la música fue su otra tabla de salvación. O al menos una forma de lidiar con ese dolor. Así sus dos primeros discos como Japanese Breakfast, Psychopomp y Soft Sounds from Another Planet estaban impregnados de esa amargura y el agujero del dolor. Y cuando en 2021 edita Jubilee, lo hace desde una posición muy diferente: la de la necesidad de dejar atrás el duelo. Y aparece un disco luminoso, alegre y hasta bailable. ¿Y qué mejor lugar para algo así que Blondie?

En la pantalla aparecía proyectado el nombre de la banda frente a un montón de physalis como los que hay en la portada de su último álbum. Desde muy temprano se notaba la expectación. A pesar de que el público había sido receptivo con Congelador y su sonido Motorik (extraña decisión de cartel tomada para antes y después de Japanese Breakfast), estaba claro que casi todo el mundo estaba allí por ella. Desde antes de comenzar, simplemente ante la salida de algún técnico ya se gritaba enfervorecido, sobre todo desde unas primeras filas llenas de auténticas fans.

Si su último disco pretende ser una celebración, el concierto está pensado de la misma manera. Este trabajo —que la ha llevado a niveles de exposición muy superiores a los anteriores— lo toca prácticamente entero (sólo dejó fuera ‘Sit’ y ‘In Hell’, precisamente la canción más oscura del álbum) para convertir su show en fiesta y celebración colectiva. Abrir con ‘Paprika’ (¿quizá su mejor canción?) ya deja todo preparado para el triunfo. Armada con una gran maza para golpear un gong, su euforia se volvía contagiosa y sus bailes en ‘Be Sweet’, con ese ligero toque funky, habían derribado cualquier atisbo de duda en sólo dos canciones de que aquello iba a ser apoteósico.

Aunque no hacía falta para conseguir más empatía, antes de encarar la preciosa ‘Kokomo, IN’, se dirigió a todos nosotros para informarnos que se iba a tomar su primera piscola. Blondie erupcionó entre risas, gritos y aplausos. Ahí se fue conformando la espina dorsal del concierto y los mejores momentos con ‘Savage Good Boy’, ‘Boyish’ —que tan inteligentemente recuperó para su disco anterior de la etapa con su banda emo Little Big League ya convertida en uno de sus grandes himnos— o ‘The Body is a Blade’.

Había electricidad en el ambiente y no parecía ser una percepción personal, porque ella misma dijo que estaba siendo el mejor concierto que había dado. ¿Sería verdad? No lo podemos saber, pero está claro que Michelle Zauner tiene claro que, aunque en ese momento matase en el escenario un cachorrito con sus propias manos, se le hubiera perdonado, incluso los momentos más vulgares como convencionales solos de guitarra con aire AOR, y excesos roquistas que hacían perder cualquier matiz de su música que en disco bascula entre el indie noventero y cierto pop 80s, ese emparentado con lo que se llamó el sophisti-pop. No en vano, como en el disco, en el escenario, en algunos momentos, había una violinista y un saxo, dos elementos muy presentes en aquella música.

Fotos: Mila Belén

El cierre, un viaje psicodélico durante la excelente ‘Diving Woman’, fue el perfecto broche final a una noche que parecía especial tanto encima como debajo de la tarima. Personalmente creo que la voz se le queda corta y que muchos de los detalles que hacen de sus discos, sobre todo los dos últimos, unas joyas de lo más destacado de los últimos años, deslucían por momentos las canciones, pero eso son nimiedades frente a una celebración colectiva que, para muchos, va a dejar un recuerdo entre lo mejor que vean durante 2022. 

También me gustaría añadir la pena que me produjo al terminar el show, el pensar que es complicadísimo ver en Santiago a artistas de ese tamaño, medianos, en escenario así de íntimo, donde tener cerca y sentir al músico transmitiendo, que pueda tocar y mirar a los ojos a su público. La escasez de salas de aforo 500-1500 (no todos los artistas extranjeros pueden llenar un Caupolicán) y la huida de las marcas en el patrocinio de conciertos y ciclos, dejan docenas de actos como Japanese Breakfast, como Mitski y como tantos otros, a merced de los programadores de los festivales que decidan traerlos o jamás pisarán Chile. Hasta que algunos se separan (o surgen otras circunstancias) y ya no se puede. ¿No hubiera sido bonito una Blondie para unos The Pains of Being Pure at Heart, Yuck, Dum Dum Girls, Veronica Falls o, tristemente, Low? Pues ya no será. 

Fotos: Mila Belén

Todo el calor que había en Japanese Breakfast se transformó en una sensación helada al terminar. La mayoría del público huyó, y en Blondie se sintió, literalmente, frío al desaparecer la masa humana. Si lo de Congelador era una opción extraña, qué decir programar a Atom TM al final. Quizá la idea era un fin de fiesta bailable, pero el ambiente que había quedado era un poco desolado y entre un pequeño retraso y la música de Uwe Schmidt, demasiado cerebral, dura y por qué no, fría y germánica, al público que quedó le costó entrar en el concierto.

Él, en el centro del escenario frente a su máquina, era escoltado con unas visuales por momentos hipnóticas, con rayas horizontales al ritmo de los beats, luego figuras geométricas o colores sucediéndose a golpe de bpm. Hizo falta un buen rato para que, fuera de las primeras filas, el resto de los asistentes se dejaran ir y comenzaran a bailar con ese ritmo machacón y mecánico (en cierto modo, este sí, emparentado con la banda que abrió). Aún así, Atom dueño de una inabarcable discografía en sus infinitos alias, fue capaz de revertir esta situación y acabar por conseguir cierta enajenación (positiva) entre los que se atrevieron a sumergirse en ese océano de ritmos marciales que se superponían unos a otros. //DANIEL HERNÁNDEZ

Fotos: Mila Belén