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Archivo POTQ #1: Jawbreaker – Unfun [Shredder, 1990]

Archivo POTQ #1: Jawbreaker – Unfun [Shredder, 1990]

Decir punk implica una serie de asociaciones de ideas que vienen a la mente, rápido y por defecto. Nombres de bandas como Sex Pistols, The Ramones, Dead Kennedys, e incluso Los Miserables. Pero también se le relaciona con anarquía, alfileres de gancho, rojo y negro, litros y litros de cerveza, uno que otro corte mohicano. Preconceptos sobre el género que, sin estar errados -las cosas por su nombre, gracias-, afortunadamente están lejos de ser todo lo que en él hay.

Detrás de aquellas imágenes que se repiten –y repetirán, no cabe duda- una y otra vez a nuestro alrededor, malentendidas por muchos como todo lo que este movimiento tiene para ofrecer, hay más. Es cosa de buscar, para así encontrar. En ese selecto grupo de tesoros ocultos se encuentra una banda que, sin durar mucho (8 años) ni ser particularmente prolífica (4 discos), tiene merecimientos de sobra para ser considerada icónica: Jawbreaker.

Fundados en 1988 en San Francisco, California, eran un trío. Formación estándar de punk, salvo por sus apellidos impronunciables: Blake Schwarzenbach en guitarra y voz, Chris Bauermeister en bajo, y Adam Pfahler en batería. Como buena banda de su género, orgullosos representantes del DIY, manejándose por sí mismos. Dos años tocando en vivo bastaron para preparar su debut en larga duración, donde proliferan las guitarras afiladas que bien podrían esperarse.

Pero todo lo predecible llega hasta aquí.

Unfun (Shredder Records, 1990) no es el clásico disco de punk, ni siquiera por aproximación. Si, los elementos para hacer sonido son los mismos: su uso y el mensaje que transmiten, es lo que cambia. Sólo cuatro temas duran menos de 3 minutos, uno dura casi 6 –rareza de rarezas, téngase en cuenta de qué estilo estamos hablando-. Además, los últimos tres tracks componen una especie de unidad independiente, denominada Whack & Blite E.P.. Como un disco dentro de otro. La suma de todas las partes da casi una hora, que incluye fade ins, largos momentos instrumentales y estructuras completamente atípicas para una banda influenciada por la escena hardcore de Washington.

Pero lo cierto es que nunca suenan realmente duros. Tampoco intentan serlo. Si se escucha con cuidado, hasta se puede descubrir que toman elementos prestados del new wave ochenteno y de bandas fundamentales, como Joy Division. Su música tiene filo, pero no es corrosiva. Ellos lo saben, y hasta lo cantan (“Sorry we ain’t hard enough/to piss your parents off”, en ‘Incomplete’). Han sido catalogados como punk pop por los amigos de inventar subcategorías para todo aquello que haga alguna especie de sonido. No obstante, si fuera necesario caer en ese (nefasto) vicio, Jawbreaker no podría que ser otra cosa que el emblema del punk pensante.

Aquí no hay rabia per sé. Esto no se trata de ser contestatario sólo por serlo. Las letras de esta banda reflejan inquietudes reales, cuestionamientos que van mucho más allá de lo político-social que le es tan común a sus congéneres (aunque sin ignorar asuntos como la discriminación, que atacan en ‘Seethruskin’). Además, hay kilos de honestidad: conflictos internos, introspección, letras muy personales. Y al mismo tiempo, golpes de esperanza, como su primer single, ‘Busy’.

Bien puede decirse que Jawbreaker es una banda punk única, a punta no sólo de sus diferencias musicales, sino también por un afán de escribir letras reales y complejas al mismo tiempo. Uno intento real por dejar de lado la simpleza de sus pares, e imbuir su mensaje no sólo de contenido, sino también de profundidad. Más allá de clichés panfletarios. Unfun es el comienzo de eso, y de un legado con que se ganaron el derecho a ser una banda de culto.

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