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Mujeres adelante: no estoy bromeando

Mujeres adelante: no estoy bromeando

Todas las tocatas de El Cómodo Silencio de los que Hablan Poco son intensas. Todas. El 12 de diciembre del 2015, en casa de Yanei de Patio Solar se iba a hacer una nueva versión de la Kame House, una serie de fechas que llevaba un par de versiones durante la temporada. Ese día, ECSDLQHP tocaba. Estando allá, se bajaron porque el baterista no podría llegar. Apareció un reemplazante. ¡Bravo! Sólo tocaron dos canciones y fue suficiente para ser coronada como la presentación corta más bacán del año. Todas las suyas lo son, hasta el momento.

El jueves pasado ECSDLQHP se presentó en la última fecha del ciclo NuevoVerano, de Bar Loreto. De nuevo, una buena tocata. Fui a la primera fila, como la mayoría de las veces cuando la fuerza física, el ánimo y la energía me acompañan. Porque para meterte a un mosh, desde muy joven, una piensa que tiene que sacar toda la fuerza para poder disfrutarlo.

Desde que comencé a ir a tocatas pensaba que tenía el mismo derecho que los asistentes hombres -iguales que yo- a disfrutar, a soltar energía, a gritar y saltar, en primera fila si así lo quería. Las primeras veces lo hice convencida de que éramos iguales. Incluso pensaba que así tenía que ser: que tenía que golpear, que aunque fuera hombre el que tenía al lado, daba lo mismo, tenía que hacerlo cagar. Y si lo lograba, hasta sentía que había cumplido con una tarea, porque básicamente es lo que se te exige al estar ahí -golpear o ser golpeado- y si no te gustaba, mejor que te fueras al fondo de la sala o el galpón. Con el tiempo, palpando la experiencia y analizándola (además de varios que me lo hicieron saber), me di cuenta que no somos iguales, aunque yo, otras mujeres y algunos hombres quisiéramos que fuera así.

Estoy adelante en Bar Loreto. Van a cerrar la tocata con ‘Tiempos Bajo el Sol’ y la gente lo sabe. Empiezan los gritos y los empujones. Estamos todos contentos. Empieza el movimiento bruto y lo único que puedo hacer es apoyarme contra el monitor de retorno que está al medio del escenario para evitar saltar encima de la banda, debido a los empujones. No es primera vez que me toca hacer eso. No importa. A medida que pasan los segundos, siento los combos en la espalda, patadas en las pantorrillas e incluso, levemente, siento como la pelvis de un hombre está pegada a mi culo y poco puedo hacer para zafarme más que empujar y poder crear algunos centímetros de distancia. Va y vuelve, con el ritmo de la gente que está alrededor. Mientras esto pasa, una mujer joven llega a mi lado, me empuja y grita “disculpa, me empujaron”. Termina la canción y la banda toca ‘Brick by Brick’ de Boom Boom Kid, una reversión que perfectamente podría ser suya. Estamos todos muy contentos, me incluyo, aunque con incomodidad.

Si pongo en el foco mi experiencia, es porque generalmente, estas preguntas, dudas y reflexiones aparecen cuando lo vives en primera persona y no veo una mejor forma para explicarlo que a través de ella. Lo que me pasó por la cabeza en ese momento y más tarde, caminando a mi casa, es una contradicción en la que vivo desde los trece años, aproximadamente. Por una parte, sé que entrar a un mosh es peligroso, porque por tamaño y fuerza física siempre voy a perder, a menos que me entrene, saque músculos y pueda encontrar una fórmula para medir treinta centímetros más. Pero por otra, ¿no tengo el mismo derecho a estar en ese lugar que el resto del público? ¿Por qué debo obligarme a ser violentada? ¿Qué pasa si sólo quiero estar adelante, saltar y bailar? ¿Qué debería cambiar para que nos sintamos seguras en un espacio en el que todos estamos contentos? Cada vez que estoy en un mosh pienso en esto y, además, siempre parto de la base de que todos los que estamos ahí nos respetamos. No tengo por qué pensar lo contrario.

Cuando descubrí a Kathleen Hanna y las Riot Grrrls, una luz de esperanza se encendió en mi espíritu, porque me sentí acompañada en esa reflexión y antes no había tenido esa suerte. El momento en que ella exige que todas las mujeres pasen adelante en su concierto es, quizás, una de las imágenes más emocionantes de The Punk Singer, el documental. Y lo es, porque se dirige a la base de nuestras relaciones en los conciertos, en nuestros espacios comunes, donde todos -se supone- debiéramos desenvolvernos con libertad y seguridad.

Las contadas veces que he intentado conversar de esto con hombres, las reacciones son diversas. Algunos me dicen que cuando hay mujeres en el mosh, ellos se alejan para no golpearlas. Otros, me han dicho que si una mujer quiere participar de esto, tiene que aguantar, que ser capaz de sacarle la chucha a un hombre en este contexto es empoderador para nosotras. Que tiene que pegar igual que el resto. La minoría me ha dicho “si no les gusta, quédense atrás”.

El simple gesto de la vocalista de Bikini Kill expone un problema. Un problema que para muchas significa la extensión del machismo hacia áreas en las que muchos piensan que la discriminación por género no existe, debido a un carácter contracultural. Allison Wolfe de Bratmobile, por ejemplo, en el libro Girls To The Front también hablaban sobre el machismo que existía en la escena punk y hardcore de los ochenta, cuando se referían a ella como la “escena pico en mano de Sub Pop” (traducción libre de “Sub Pop boy grunge grab-your-dick scene). “Los shows de Sub Pop siempre son asquerosos, porque a las chicas siempre las empujan para atrás y todo se convierte en pelo mojado y guata cervecera en primera fila. Las mujeres necesitan reclamar la escena para ellas mismas”, detalla Wolfe en la publicación.

Incluso, extendiendo aún más el análisis, la ex editora de Pitchfork, Jessica Hopper, cuestiona los roles de las mujeres en escenas como el Emo, a través de un ensayo titulado Emo: Where the Girls Aren’t (Emo: donde las chicas no están), en el que analiza las letras de diferentes canciones y cómo se retrata a las mujeres en ellas, no como participantes activas, sino como tópicos pasivos o estereotipados, algo que resume muy bien, además, este registro de Kim Gordon. Con estos ejemplos, quiero decir que esta discusión no es nueva. Entonces ¿por qué se debate tan poco al respecto en los diferentes circuitos, incluyendo el local?

Uno de los puntos que más hemos valorado en este medio, sobre las nuevas bandas es que se ven muchas más mujeres en el público en comparación con otras escenas independientes. Que se respira un aire auspicioso de paridad, esto, sumado a la energía emocionante que se contagia en cada una de las fechas. Si es una característica que llama la atención, es porque el desequilibrio cuantitativo es patente de forma histórica. Entonces, la discusión ahora quizás debiera ser ¿cómo nos relacionamos al ser parte de algo que para muchos es nuevo y resulta ser tan emocionante?

La sensación que tengo respecto a estos nuevos públicos es que sí, tanto hombres y mujeres quieren que seamos todos iguales. ¿Hay conductas machistas? Por supuesto que sí, pero prefiero pensar que son inconscientes, debido a que estamos todos criados bajo estructuras que cuesta mucho derribar, incluso para aquellos que intentan día a día no caer en ciertos flagelos. Un primer paso es quizás discutirlo. Esto sucede. A las mujeres les gusta estar adelante en los conciertos tanto como a los hombres, junto a sus amigos, junto a sus parejas. Todos estamos ahí por la misma razón: gritar las canciones hasta quedar sin voz. Todos queremos estar felices ¿Qué debemos hacer para conseguirlo? Sería bueno conversarlo, todos juntos.