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Una noche entre amigos: Diego Lorenzini en Sala Isidora Zegers

Una noche entre amigos: Diego Lorenzini en Sala Isidora Zegers

*Fotos por Damaris Marín

La Sala Isidora Zegers estaba llena de gente cuando llegué al concierto de Diego Lorenzini en aquella noche de viernes, lugar que recibiría poco más de dos horas de canciones, aplausos y gritos por parte de la fanaticada del músico nacional. Tan lleno estaba todo, que de no ser por una chica que nos ofreció un par de asientos al lado de ella, con mi acompañante nos hubiésemos tenido que sentar en el suelo.

Para todos los que hemos ido a ver en vivo a Tus Amigos Nuevos, sabemos que el ambiente que ofrece la banda a sus oyentes es bastante cercano y ameno, invitándolos a participar activamente del espectáculo, y de cierta forma, esperaba ver algo similar en esta ocasión. Es importante recalcar este punto, porque, si bien esta reseña se titula “una noche entre amigos”, acá fueron ellos, los amigos, quienes se robaron la película por completo.

La lista de canciones incluyó títulos como ‘Me voy a Valparaíso’, ‘P.F’, ‘Tutorial’, ‘La Amenaza’, la notable ‘Sexo Amateur’, y una versión especial de la recién estrenada ‘Viva Chillán, Una Crueldad Innecesaria’, cuyo resultado en el respetable público dio a entender de inmediato que no sólo de Tus Amigos Nuevos vive el hombre, sino que también de un repertorio bastante nutrido y poco explorado por aquellas personas que, de pronto, no conocen al músico más allá de su banda ni de su rol como productor discográfico.

La presencia de Niña Tormenta, Chini Ayarza y Rosario Alfonso (también conocida como Rosario A.) fueron los platos obligados de un espectáculo producido por Uva Robot, sin embargo, la inclusión de canciones de estas músicas nacionales fue lo que me sorprendió gratamente. ‘Va a llover hasta el domingo’, ‘Arriba’ y ‘De haber sabido‘ fueron las composiciones “ajenas” que aparecieron en este encuentro, aprovechando también de hacer varios anuncios oficiales del sello (qué buen movimiento ese), como la salida del disco de Rosario A. dentro del último trimestre de 2018, o bien el ‘Serotonina’, colaboración entre Simón Campusano de Niños del Cerro y el propio Lorenzini, el que verá la luz esta semana.

En general, el show fue tan bueno como todos nos podríamos haber imaginado. Lorenzini sabe a la perfección cómo hacer que una instancia compuesta por él, una guitarra, un ukelele y casi todos sus amigos, se transforme en un concierto de rock con todas las de la ley, pero eso está bien. De hecho, está súper bien. El problema acá fue, en cierto grado, el público.

Tal como mencioné al comienzo, los asistentes fueron quienes se robaron el show por completo en ciertos instantes, lo cual es un factor medianamente ambivalente en ciertos contextos. Por un lado, siempre es súper cool que la gente participe y se produzca ese ambiente ameno del que hablé al comienzo, pero cuando dichos aportes se limitan a cierta gente haciendo ritmos disonantes con las palmas, y cantando -literalmente- todo una octava más arriba que el artista principal, las cosas comienzan a cambiar.

En espectáculos como este (llámese, en un teatro), la idea es ir a ver a la figura principal y apreciar el show que nos están ofreciendo. Podemos participar del mismo, pero siempre de manera armónica y sin pasar a llevar al músico que está en el escenario, porque le debemos respeto a quien está cantando arriba. Cuando el artista tiene que parar el show para que alguien le explique el chiste que un sujeto dijo en la parte de atrás del local -cosa que ocurrió en esta ocasión-, es porque claramente las cosas están fallando en cierto grado, ya que el centro de la atención no es la música en sí, sino que las cosas ajenas a lo meramente artístico.

Por eso es que esta reseña se titula “una noche entre amigos”, porque a pesar de que hubo buenas canciones, un talento increíble arriba del escenario por parte de Lorenzini, y una muestra innegable de amistad y compañerismo desde la gente que compone a Uva Robot, fueron los amigos del público quienes se terminaron llevando la película. A final de cuentas, fuimos a un concierto a escuchar música, no a sentarnos al lado del huea (perdón por el francés) que graba todo el concierto con su celular, teniendo el brillo de la pantalla al máximo.