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Los Otros ’90: Nas – Illmatic (Columbia, 1994)

Los Otros ’90: Nas – Illmatic (Columbia, 1994)

Por Miguel Ángel Castro

Qué importante es “Illmatic”. Vaya lugar común. Siempre es mencionado dentro de las listas, desde las más honorables hasta las más chabacanas, como uno de los discos capitales dentro de la historia de la música en los noventa. Y si bien los números avalan el juicio, nunca queda cerrada la discusión acerca de qué es lo que hace del álbum debut de Nas un trabajo tan especial e influyente. Claramente la importancia de los discos imprescindibles no es una sola, y el caso de estos 10 tracks no dista mucho de aquéllo.

Uno de los grandes responsables de que esta joya apareciera en escena es Large Professor, quien (con Main Source como currículum) elaboró quizás el sonido más característico de la Golden Era y si bien contaba con el máximo de los respetos, nunca pudo descolgarse de la -a veces- tediosa calcomanía del underground. Fue él quien potenció en el joven Nasir bin Olu Dara Jones (nombre real del MC), la fuerza necesaria como para construir un álbum que pudiera servir de pivote en la estructura clásica del rap de aquella época, posicionándose a medio trote entre la poesía del delincuente y el grito generacional.

“Illmatic” no ha madurado como los discos de N.W.A., por ejemplo, y sin ánimo de desmerecer a los de la Costa Oeste, desde la versatilidad del estatus de lumpen que les otorga el prejuicio, aún vigente en los Estados Unidos, sobre la ecuación negritud más carencia social. Lo de Nas incluye un ejercicio intelectual mucho más complejo, puesto que adopta una postura cercana al rapsoda que narra las epopeyas de su tierra nativa; ya no es meramente el gangster que no transa el desdoblarse de su condición, ahora la ciudad y sus barbaries se transforman en un estado mental, purgado y pulido por el apabullante talento natural del de Queensbridge al momento de componer versos.

Resulta pasmosa la innata habilidad léxica del rimador y la pertinencia de sus referencias, tomando en cuenta que se trata de un tipo que no alcanzó a terminar sus estudios secundarios por problemas familiares. Es ágil y directo, repasa metáforas a rafagazos, e incluso así no pierde un pelo de simpleza al momento de oficiar de detallista storyteller, por ejemplo, en canciones como “One Love”, factor estético muy reconocible luego como influencia en raperos que reventaron a principio de la década pasada, Eminem y Jay-Z incluidos.

Quizás sea el exceso de confianza lo que provoca el extraño sentimiento atemporal que transmite “Illmatic”. O quizás es esa mezcla entre furia e inocencia (síntoma clínico del veinteañero), expuesto en aquella sensación de tener el mundo bajo los pies y saber que la vida es rápida y vale muy poco en las calles de New York. Ciertamente, Nas supo de primera fuente que vivir rápido y morir joven era la única alternativa de confundir a la pobreza, e independiente de que todos los raperos ahora digan que vendieron drogas en la infancia, sólo uno fue el primero en decir que la música lo había resucitado.

De ahí, la posterior auto comparación con Jesucristo y su política de la redención, que ya daba lumbre en “The World Is Yours”, tercer single del disco. Por supuesto que se trata de una contradicción, la adolescencia por sí misma lo es, no podría este tótem haber germinado en otro caldo. De hecho, todos los trabajos posteriores de Nas, sin tomar en cuenta “Stillmatic” de 2001, fueron modestos intentos por replicar la potencia y la ferocidad en el micrófono que lograba cuando grababa en el mítico estudio Chung King, por allá por el ‘92, las sesiones junto a Q-Tip, Premier o Pete Rock que dieron forma a este debut. Lo que posteriormente ganó en lucidez lo perdió en fuerza, obligado en parte por el éxito comercial alcanzado y el repentino estrellato.

Para la posteridad, “Illmatic” será siempre recordado como el disco en donde se cristaliza el sonido de la Costa Este, ése que gira en torno a los vapores de alcantarilla y al sonido de las ampollas de crack reventando bajo los zapatos. Y mientras la juventud marginal continúe vomitando sobre su propia revolución, seguirá este álbum cimentando su vigencia. El quinto grande, como dicen los informes pseudo populares (supuestamente después de Notorious B.I.G., Tupac Shakur, Rakim y Jay-Z) tiene todo el derecho de no pagar sus impuestos, creerse Jesús en el Calvario y fumar Buddha con el hijo de Bob Marley. Su ópera prima le da licencia de sobra.