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El disfraz de lo precario: el mismo color, en todas las tallas

El disfraz de lo precario: el mismo color, en todas las tallas

“El indie es un imperio de papel levantado por gente pequeñita. Funciona así: yo te considero periodista musical si tú me consideras compositor”. Sr. Chinarro en el fanzine My Life With Duckula, 1994. 


Con pocas horas de diferencia leí las opiniones de dos músicas que se complementan de forma brillante. Por un lado, en una interesante entrevista hecha por Maca Lavín, Fanny de Playa Gótica dijo, “tienes que meter 300 personas y es como ‘¿cómo llevo 50?’. Esa es mi verdad. Pareciera que llevo 500, pero llevo 50. El hype nos hizo bolsa, caleta de bolsa. Haber estado en festivales grandes, haber ido de una a EEUU, sin ni siquiera con tocar en Perú o más cerca. Como que parecía que nos pegábamos saltos demasiado grandes en relación a la realidad y a la cotidianidad de nuestro proyecto, pero era mucho más humilde y mucho más acotado. Si a nuestro show iban nuestros amigos, nuestra familia y un par de personas random que conocían el proyecto y querían cacharnos en vivo. Pero no era como que tuviéramos un público masivo, que siempre llenáramos los espacios”.

Horas más tarde, leí unos tweets de Dadalú. “Me gustaría que se pusiera de moda asumir y abrazar nuestra precariedad para construir desde ahí, en lugar de siempre aparentar que somos menos precarios de lo que realmente somos y vivir en constante aparentar. Siento que al final la gente que te mira en menos por tocar en lugares como el Bar1 es pobrefóbica. Esa misma gente te mira bien por tocar en la SCD o Bar Loreto. Lo digo aparte de temas de sonido porque ahora Bar1 suena decente y Bar Loreto a veces suena mal. Si el Bar1 estuviera en Alonso de Córdova, con el mismo sonido, pegado a una galería de arte y se llamara Barunería, estarían todos felices ahí. Porque así es mi tchile. ¿Es que acaso el talento no puede existir en soportes precarios?”.

¿Qué es el hype? Internet dice que son las ”expectativas generadas artificialmente alrededor de una persona o producto, cuya campaña promocional e imagen se ha construido a partir de la sobrevaloración de sus cualidades”.

Basándome en esto, creo que lo que mata a las bandas o, en este caso, a Playa Gótica, tal como dijo Fanny en la entrevista, no es el hype. No hubo, a mi juicio, una sobrevaloración de sus cualidades. Era una banda con canciones que se defienden solas. Con un trabajo de años y años de varios de sus integrantes, que a pulso seguían haciendo música y entregando universos nuevos. Yo creo que lo que mató a Playa Gótica y mata a las bandas en general (algo que sí expresó muy bien Fanny en la entrevista) es el disfraz de lo precario, la mirada a corto plazo y, junto con ella, muy de la mano, pensar la música como un esfuerzo individual y jamás como un ecosistema que se alimenta y crece gracias a sus diferentes eslabones.

Inmediatamente ubicadas las razones, el cerebro humano intenta buscar culpables. Pero agarrándome de aquella última idea del párrafo anterior, este es un ecosistema y la culpa la tenemos todos. Bandas, productores de festivales, sellos, los medios, las agencias de publicidad, el Estado. Si me pongo a hilar fino, la culpa de todo siempre la tiene Pinochet (y después la Concertación), pero no vamos a llegar hasta allá. Además, sería muy fácil, aunque nunca está de más decirlo.

El disfraz de lo precario. Este concepto es lo que une a la declaración de Fanny con la de Dadalú. Ese disfraz es un traje que esconde miedos, ansiedades y frustraciones y que lamentablemente viste al ecosistema de la música en Chile por completo, como si estuviera de oferta en el retail.

Hay bandas que me han preguntado si puedo ayudarles a poner una canción en la radio en la que trabajo aún sin haber grabado esa canción, por ejemplo. Con esto solo intento ilustrar el nivel de ansiedad, no juzgarlo. Cada viernes de novedades en Spotify es un puñal cuando ellos no tienen nada que mostrar y los nervios aumentan pensando en que no han actualizado sus redes oficiales durante algunas semanas, con algo relevante (¿qué es lo relevante?). Piensan que serán olvidados. Detectan que necesitan un plan de prensa (¿acaso siguen pensando que hay una variedad de medios para publicar?) Y un booker para que les saque conciertos (¿ya vieron que un like no equivale a una entrada vendida?). Ya han hecho un mapa de salas y festivales en los que se preguntan si pueden tocar (acá hay muchas preguntas que podría redactar, pero necesitan un párrafo aparte). Es una ruta de manual trazada. Profesionalización le dicen.

Interior, día. Todos nosotros leyendo un manual.

Pero antes de decidir embarcarse en la profesionalización, se hacen muy pocas preguntas pensando en el ecosistema. Algo que está relativamente solucionado es cómo grabar. Llevamos casi dos décadas viendo cómo proyectos nacen y crecen desde las habitaciones o estudios que se arman entre amigos. Ahí indudablemente hay un primer paso. Pero y ¿se piensa en todo lo demás? Por ejemplo, ¿qué salida en prensa puedes tener cuando los medios están prácticamente muertos y sobre todo para hablar de música? Hace algunos días, a propósito de la suspensión de Fauna Primavera, leí un tweet de Nico Castro que pude interpretar de dos formas.

“La pena es profunda porque demuestra una crisis en todo nivel. Obvio que está ligado a que prácticamente no hay medios ni periodistas profesionales cubriendo este tipo de música en un país como Chile”, dijo. En una primera lectura, esto me pareció injusto con los y las periodistas que nos dedicamos a reportear música (y a lo que sea entremedio también, porque hay que pagar el arriendo).

Y pasó algo increíble. Algo que jamás me imaginé que podría ocurrir. Miré las respuestas y estuve de acuerdo con ¡Marcelo Contreras! Periodistas profesionales habemos. Pocos. Malviviendo. Pero habemos. Y podemos discutir si gusta o no lo que escribimos. Si nos aman, nos odian o somos completamente irrelevantes, por supuesto. Pero al leer ese comentario de Nicolás, sentí que se apuntaba al eslabón más débil de la cadena de los medios. Los que tienen la culpa de la pobreza editorial, en primer lugar, son los directores que se van de los medios a mineras o a puestos en los gobiernos de turno, según toque. Como si dirigir un medio de comunicación y asesorar a una farmacéutica fuese exactamente lo mismo. Por supuesto que no son lo mismo, pero el perfil es requisito excluyente en ambos: poder y contactos.

Los directorios son los tienen el poder de decisión, no los que están tratando de sobrevivir intentando escribir. Si hay que apuntar dardos hacia la crisis, es ahí. El nivel de riesgo, actualidad o puntos de vista añejos es parte de la crisis, pero no es lo que la inicia. Sinceramente, prefiero que exista un texto de Marcelo Contreras que me parezca horrible a que no exista. ¡Aquí lo digo, aquí lo niego!

No es por ese texto que te pareció patético que los festivales o las bandas se mueren. No es por esa mala entrevista que a las bandas les es prohibitivo girar por Chile aún en el 2019. Mejor preguntémonos por qué no nos mueve ni un pelo que entre El Mercurio y Copesa, al 2015, se concentrara el 80% de la lectoría y el 83% de la inversión publicitaria. Preguntémonos por qué quitan las conversaciones sobre música de las radios y por qué no se busca un mínimo de riesgo en hacer perfiles sobre nuevos movimientos en la prensa tradicional (no se vale contraargumentar diciendo que hablan del trap, porque ese deslumbramiento tiene los días contados).

Luego leí otro tweet en donde Nicolás explicaba mejor su idea. “Es todo parte del mismo problema: la precarización del trabajo en torno a la música. La crisis de la prensa musical profesional es mundial, y en Chile es evidente”. Y, entonces, acá pensé que no se refería a que no existieran periodistas profesionales. Y me pregunté cuál es la definición de profesionalismo. Así, de nuevo, volvió a mi cabeza el disfraz de lo precario.

Somos pocos y (aún más) pocas, y tenemos lugares cada vez más limitados para ejercer nuestro trabajo. Conozco la sensación de no tener el tiempo suficiente -ni los recursos- para poder publicar todo lo que quisiera. Y sí, Nicolás tiene razón: la crisis de la prensa musical profesional es mundial. Hace algunos meses conversábamos sobre eso con Juan Cervera de Rockdelux, en esta entrevista. Pero lo que está en crisis, creo, es la estructura y los formatos, mas no su utilidad.

Estamos en una época en la que se está escribiendo una prensa musical extraordinaria, desde perspectivas que quizás hace tres o cuatro décadas no existían en los medios de manera sostenida y no anecdotaria. Hace unos años, cuando Jessica Hopper estuvo a cargo de MTV era posible leer ensayos sobre música popular y raza, con un arrojo muy valioso. Mujeres afroamericanas registrando la música desde sus puntos de vista. Identidades no binarias trazando nuevos argumentos sobre el pop. La industria en crisis, metida dentro de otra crisis que es Trump, como si fuera una cebolla, capa por capa, a punto de explotar.

Lo que está en aprieto son las estructuras, los formatos y los modelos de representación. Y por esos inminentes derrumbes me niego a llorar. Porque para comenzar de nuevo es necesario destruirlo todo. ¿Es una mierda? Claro. ¿Me gustaría tener un trabajo estable y vivir en paz, como era antes? Sí. Pero no puedo llorar por un mundo que no conocí. Tengo que dar cara en el que vivo (llámame ingenua, pero me gustaría hacerlo de la mano de aquellos pares con los que incluso puedo estar en desacuerdo permanentemente). Y es por eso que me resulta muy difícil pensar que la crisis de los medios y la precarización de los y las periodistas de música inmediatamente nos catalogue como no profesionales. Por no ser como los de antes, ni tener sus condiciones de vida y trabajo.

¿Hay responsabilidad entre los y las periodistas en esta crisis? Por supuesto que sí. El último paso de esa culpa está la pobreza de los contenidos. Pero anterior a eso, se puede ver cómo algunos se mueven con recelo, no existe colaboración y cada vez que hay despidos masivos nadie dice nada. Primero, por miedo a ser el siguiente y luego, para poder sentir esa estúpida y falsa seguridad de “a mí no me va a pasar, esto le pasa a otros”. Claro, hasta que te pasa a ti y piensas ¿por qué me siento tan solo? ¿acaso a nadie le importa lo que está pasando?

También es culpa de esa parte de periodismo musical (y no musical), que funciona como engranaje de la maquinaria publicitaria de las marcas, sí, pero también de las productoras. Por amistad (o miedo a la retirada de la acreditación) solo transmiten lo que les interesa a sus socios de manera acrítica, sin un punto de vista. No vayan a molestar al patrón. Y eso debilita. La falta de crítica debilita. Y no se trata de hacer leña del árbol caído, pero copiar la nota de prensa cuando algo sale mal o se organiza mal para salvar la imagen de una marca o productora, no es hacer un favor a la existencia de una infraestructura de industria musical en Chile. Más bien todo lo contrario. Así que sí, por supuesto, el periodismo musical (y el periodismo a secas), no puede esconder su responsabilidad en el estado actual de las cosas.

Ex Oz, qué buenos tiempos, men

Hacer conciertos. ¿Recuerdan cuando por el 2010 y un par de años después estaba lleno de ciclos auspiciados por marcas? Zapatillas, bebidas, ropa. Lo que quisieras, ahí estaba. Recuerdo que en esos años tuve una conversación con una persona que montaba eventos y le decía que ese panorama me provocaba ansiedad. Que se estaba construyendo una ilusión, una fantasía de desarrollo de la música a muy corto plazo, irresponsable en el sentido de no desarrollar audiencias, porque todos esos conciertos ya estaban financiados, antes de vender entradas, por lo tanto, la venta de tickets solo representaba ganancias, por más paupérrimas que fueran. Era un parque temático que se iba a romper apenas las marcas encontraran otro lugar para invertir.

¿Qué pasó? Aparecieron los influencers. Y ¿cómo pretendes financiar la producción de un evento si nunca fue una prioridad construir una audiencia que comprara tus tickets porque cree en tu curatoría? Hay muy buenos productores, con un sentido de la curatoría sensible y que apuesta. Pero esos likes en Instagram nunca significaron que esas personas pagarían por tus conciertos. Antes nunca te importó. Ahora se ve la crisis, cuando las marcas cambiaron las condiciones para financiar. Condiciones que pueden ir desde la mentira de los influencers, hasta que te exijan tener poder de decisión a la hora de construir el cartel de un festival. No me voy a alargar más, porque ese es un reportaje que vamos a publicar pronto por acá, pero que quede claro. Pan para hoy, hambre para mañana.

Premios Pulsar

Otro disfraz de lo precario, por excelencia, son los premios Pulsar. Y es un poco más complicado, porque entrar a definir esto puede herir susceptibilidades. Es entrar de lleno a la precarización de la música en Chile y, por tanto, bucear en los profundos sentimientos de frustración de casi todo este ecosistema. Son las lentejuelas que se quieren vestir, al menos por una noche, para pensar que todo funciona.

Es dramático si lo pensamos: una empresa privada de gestión de derechos, que muy pocos músicos saben (o se han tomado el tiempo de aprender) cómo funciona y cuáles son sus alcances, premia a artistas con una ceremonia televisada, elegidos por un jurado que malvive de sus trabajos en diferentes áreas, al igual que los músicos. Y el terreno es tan baldío que a nadie le parece extraño que, prácticamente, los pocos encuentros en torno a la música y sus trabajadores durante el año lo realice (bien o mal, da lo mismo) una empresa privada cuyas competencias muchos confunden (incluida la SCD) con la que debiera tener, por ejemplo, el Ministerio de las Culturas y las Artes.

Aún más triste (también un poco miserable), porque nos habla de un espacio en crisis general, muchos de aquellos jurados y nominados, desacreditan a la SCD durante todo el resto del año. En privado los comentarios hirientes e insultantes siempre aparecen, pero parece que nadie quiere dejar de aparecer en las fotos de ese día y ser los que alcen la voz más alto para agradecer a la SCD su labor. Ya habrá otros once meses más por delante para seguir criticándola frente a unas cervezas y sentir que la dignidad les regresa al cuerpo. Así que por una noche, tan solo una noche, esas molestias y confusiones se olvidan. O se ponen en pausa. Se habla de industria, aunque ya no sepas dónde escribir de música. Se habla de industria, aunque muchos todavía pierden plata por tocar.

Por tanto, sí, pienso que lo que destruye no solo a las bandas, sino a todo alrededor, no es el hype sino el disfraz de lo precario, que nos viste a todos. Y que por debajo esconde miedos, frustraciones, la idea de ganar hoy muy rápido aunque el futuro sea incierto. Es imposible construir a corto plazo, así como también es imposible mejorar en base a esfuerzos individuales.

¿Saben cuándo se construyó de manera colectiva y funcionó? A principios de la primera década del dos mil. Había un terreno desierto por la crisis de las multinacionales, internet era incipiente y una generación de artistas y amigos entusiastas de diferentes áreas comenzaron a colaborar. Con el paso del tiempo, se ve mucha inocencia en esa colaboración. Una inocencia frente a lo incierto que también convivía con la ambición, en algunos casos. El éxito de Javiera Mena y Gepe en el 2011 no fue azaroso. También viene de ahí. Del trabajo colaborativo de muchas personas, no solo músicos, que construyeron otros espacios no materializados hasta ese momento, con nuevas herramientas. Muchos, sin duda, quedaron por el camino, pero son también quienes empujaron una nueva etapa.

Hace algunos meses, Daniela González (Dulce y Agraz) decía en esta entrevista, en relación a la generación de Gepe y Javiera Mena: “Ellos partieron haciendo canciones para sí mismos, después cacharon que funcionaba, entonces las hicieron para tocatas y después pensaron quizás, ahora voy a hacer canciones para la industria. Y se fueron para allá. Fueron diez, quince años. Y todo ese proceso nosotros lo hacemos en tres (…) Si ellos no hubieran llegado al punto de la industria, a mí ni cagando se me hubiese ocurrido siquiera pensar en ese punto. Me facilitaron el camino de trabajar con intención de industria”.

El disfraz de lo precario nos viste a todos, aunque nos cueste verlo. Aunque siempre exista el deseo de pensar “a mí no, yo sí soy profesional”.