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Primavera Sound #2: la noche de divas se redefine

Primavera Sound #2: la noche de divas se redefine

María José Llergo 

Es muy difícil usar la cabeza cuando se está frente a María José Llergo. Lo comprobé, porque días más tarde de haberla visto en su concierto, reviso las anotaciones para poder redactar este comentario y parecen haber sido escritas por una reportera en ácido. La única respuesta frente a esto es la ansiedad de intentar escribir observaciones que en el momento se ven racionales, pero que son sentimientos que no quieres que se desvanezcan y utilizas las palabras rápido, con torpeza. Como si con ellas fueran a quedar registrados tal y como están en tu memoria. Y después de todo esto, viene una resaca, porque te das cuenta que escribas lo que escribas, el resultado jamás explicará realmente lo que viste. Ni lo que sentiste. Porque ni el mejor lente se compara al ojo humano.

La cordobesa que aprendió el cante en el campo, con su abuelo, llegó al escenario del Auditori Rockdelux a las cinco y media de la tarde del viernes. Con dos canciones oficialmente editadas y, sinceramente, no se necesitaba más para querer estar presente. Con esos dos temas arrastra toda su historia: ‘Niña de las Dunas’, una foto en primerísimo primer plano de la cantaora y ‘Me miras pero no me ves’, una declaración de intenciones. “Escribí una pequeña obra con mis luces y sombras. Y quiero entregársela a ustedes para sanarme. Quiero cantarles toda mi vida, soy suya”, dijo, con un teatro en silencio.  Y trajo incombustibles aún inéditos como ‘Nana del mediterráneo’, “escrita hace cuatro años, para todas las personas que mueren en el mar”, y ‘La sombra’, una tremenda colaboración con $kyhook (publicada el viernes pasado).

En la propuesta de María José está el flamenco con la guitarra, el cajón, las palmas y también la electrónica. Se viene su disco por Sony y con ello una nueva ansiedad aparece. Mientras tanto, hay que estar felices de su existencia, que se hermana con otras grandes como Rocío Márquez o Soleá Morente, cada una con su impronta, cada una con su historia. (Javiera Tapia)

Foto por Paco Amate

Liz Phair

Después de unos años complicados para Liz Phair, bastante alejada de los focos y su nombre entrando en una inmerecida oscuridad, en los últimos tiempos la reivindicación de su obra, sobre todo de su debut, el magistral Exile in Guyville, se ha hecho más patente y ha recuperado su lugar en la cumbre de la que no debió bajar. No es raro, cuando el feminismo comienza a ganar -con esfuerzo- visibilidad en todos los ámbitos, que una obra central del rock feminista retorne a su trono. Porque es un disco a la altura de cualquiera de los clásicos de la música alternativa de los años noventa. Y cuando digo a cualquiera me refiero a Nevermind, al Slanted and Enchanted pasando por Spiderland. Por eso en el año del New Normal, de la paridad de cartel, no podía faltar una pionera como ella.

Partiendo con lo más parecido a un hit crossover que tuvo, ‘Supernova’, que llegó a tener rotación en radios y MTV, ante un público bastante escaso, por cierto, que cabría en un Loreto apretaditos, el concierto repasó sobre todo su obra magna con hasta seis temas. Con cierto bajo perfil, y sin sacar partido a las canciones, difícilmente será el concierto de la vida, ni del festival, ni siquiera del día para ninguno de los presentes, pero no está de más ir a rendir pleitesía a un auténtico mito del arte feminista, del rock independiente, de la historia de la música popular. Los aplausos sinceros, y las sonrisas plenas abajo y encima del escenario, eran el resumen de la satisfacción de todos los allí reunidos. (Daniel Hernández)

Carly Rae Jepsen

Hablemos de desmarcarse. Carly Rae Jepsen, la “niña” del ‘Call Me Maybe’, que en verdad es una mujer de 33 años que está lejos de ser un one-hit-wonder. Todo lo contrario. La cantante oriunda de Canadá ya convenció a lxs críticos con sus trabajos, E.MO.TION, del 2015, y el más reciente Dedicated, de este año, no sólo dio clase de cómo hacer un show con todas sus palabras, también nos dejó un caminito de galletas que fuimos comiendo hasta llegar a la revelación: estar frente a una de las fuerzas fundamentales del pop actual.

Cómo salta, se pasea y tira chistes es un mero detalle al lado de su resistencia vocal, su relato, y la destreza para escribir que presenta. Frases para dedicar(se) entre beats que hacen imposible que no sientas que estás frente a tu nueva canción favorita. Esa tarde de viernes, ‘Run Away With Me’ seguramente pasó a la historia de un montón de corazones. Es cheesy, sí, pero no como algo malo. Es la reivindicación del sentir, del querer sin ser considerada una llorona sin más tópicos.

Carly Rae Jepsen se trató de amar cada momento, el que se vivió y el que se recordará, como el papel picado en su máximo hit que no dejó indiferente a nadie, ni a esos hipster borrachos que ocuparon todo el concierto para hablar de la “rubiecita que no vas a recordar el próximo año”. Los reto a olvidar a CRJ corriendo de un lado a otro mientras miles de personas ofrecían sus teléfonos al ritmo de ‘Call Me Maybe’. La punta de un iceberg que, más temprano que tarde, va a hundir el barco de los haters del pop. (Bárbara Carvacho)

Foto por Eric Pamies

Low

“La belleza será convulsiva o no será”. Esto dictaminó hace muchos años André Breton para enfrentar el arte burgués y acomodado. Parece pensada para Low. A Low debo de haberlos visto cerca de una decena de veces. Todas y cada una de ellas las tengo diferenciadas en mis recuerdos y de todas ellas podría decir que es su mejor concierto. Porque todos los conciertos de Low son su mejor concierto. Hace unos meses, a raíz de la salida de su último disco, Double Negative, reflexionábamos sobre la importancia de la inquietud de una banda con un cuarto de siglo detrás para haber perpetrado su disco más radical y, porqué no, el mejor de su carrera. Cuesta pensar en artistas que, 25 años después, cerca de una quincena de discos más tarde, lleguen aún más a la excelencia. Low son uno de ellos.

Entonces, ¿cómo afrontar un concierto en un festival multitudinario? Hay dos opciones. La primera y obvia, repasar su amplia trayectoria y hacer sonar sus canciones más o menos destacadas para contentar a los que se acercaban sin ser seguidores. Luego está la opción Low: extremar la propuesta, centrarla en la aridez y experimentalidad del último trabajo, y evitar la ruta sencilla. Menos electrónico que en estudio, acercándose a las atmósferas slowcore que ellos mismos ayudaron a crear como estilo musical, el trío de Duluth regaló una especie de ceremonia oscura, fascinante y en la que Mimi Parker, desde atrás, con su batería en huesos, parecía dominar toda la puesta en escena.

Absolutamente conscientes de la conexión con los presentes, no dudaron en incluir una especie de “holocaust section” como la que ocurre en los conciertos de otros imprescindibles como My Bloody Valentine cuando interpretan ‘You Made Me Realise’. En el caso de Low es durante ‘Do You Know How to Waltz?’, en el que el ruido, la distorsión y la belleza convulsiva que antes citamos se transformaba en magma emocional. ‘Lazy’ o ‘Especially’ se escucharon en absoluto silencio. Estamos hablando de un concierto con miles de personas, algunas de ellas alcoholizadas o drogadas, que se quedaban en un silencio atronador, sin decir ni palabra, sin levantar su celular, sin apartar los ojos de lo que estaba pasando sobre el escenario con esos tres seres maravillosos.

Pero Low, por encima de todo son un grupo humanista (no hay más que seguir la cuenta de Twitter del grupo que lleva Alan para ver que es una persona compasiva, políticamente comprometida y con cierta ingenuidad y mirada esperanzada en lo bueno de los demás). Antes de atacar ‘Always Trying to Work it Out’, explicó la anécdota de que esa tarde habían estado en el metro por Barcelona y estaban todos muy juntos, tocándose con extraños y que eso podía ser incómodo y hasta molesto, pero que, a la vez, se dio cuenta de que estabas genial entre ellos, apretados los unos con los otros sin incomodidad. Que todos eran lo mismo. Justo tras explicar esto y comenzar la canción, un extraño me tocó el hombro y me ofreció fumar de su porro como una señal de que él había entendido el mensaje. Sin duda Low invita hacer del mundo un lugar mejor y nos invita a ser hacerlo desde lo más íntimo y personal. Celebremos su magisterio. (Daniel Hernández)

Foto por Paco Amate

Janelle Monáe

Resulta impactante racionalizar la idea de que estás plantada frente a un capítulo de la historia de la música popular que no tiene parangón. Que es única pero al mismo tiempo es el resultado vivo de toda la historia que la precede. En esa mujer de 1.52 m se condensan Prince, Stevie Wonder, Diana Ross, Chaka Khan y podría seguir la lista, con todos los íconos del soul, el funk y el hip hop que nos ha regalado el siglo XX.

Este año Primavera Sound ofrecía una premisa: la nueva normalidad con un cartel con más mujeres artistas que hombres y la inclusión de otros géneros que habitualmente estaban ausentes tanto en su cartel como en otros. Ambas ideas generaron aplausos y críticas. Una movida que para algunos puede tener una pata en lo comercial, pero que sin lugar a dudas, tiene los ojos puestos en el presente (ya lo explicamos con detalle acá). Entonces, mirando al presente y al futuro, un nombre que tenía que estar sí o sí era el de Janelle Monáe, una artista que en su propuesta en vivo es capaz de montar un tratado de raza, clase y género. Y lo hace con todo. Con sus canciones, con la banda de artistazas que la acompañan en instrumentos, coros y baile, con su ropa, pero sobre todo, con su forma de interpretar. A través de su cuerpo y su rostro está la historia, la suya, la tuya y la de otras. Y todo eso que nos encabrona, que nos da ganas de golpear a las paredes o a los presidentes, lo dice con un funk de fondo para perderte en el baile.

Fue capaz de sentar en el suelo a toda la audiencia -miles de miles de personas- en el escenario principal del festival. Y subió a tres de ellos a la tarima. Con una hasta coqueteó (necesitamos una masterclass de esa mujer que subió al escenario y le coqueteó a Janelle Monáe) y por la forma en que se miraban, recordó a St. Vincent con Dua Lipa. Solo quiero saber si ese romance se concretó, frente al mar, en Barcelona. Todo lo demás, lo aprendimos con Monáe arriba del escenario. (Javiera Tapia)

Foto por Sergio Albert

Miley Cyrus

Arriba de un parlante gigante a modo de escenografía, totalmente de cuero y con una confesada resaca, es como Primavera Sound recibe a una Miley Cyrus que dejó más que desear. Para la fanaticada, un show correcto, en el que pudieron cantar las recontra conocidas canciones de toda su carrera -como Miley-; para quienes veníamos de sentir a Janelle Monáe, una lástima.

No es un tema de comparación, es un tema de vibración. Ambas flamean con su estampa de artistas redondas, divas indiscutibles. Sólo una fue capaz de convertir un concierto en un momento para atesorar en tu corazón, y no fue Cyrus, que con un epé estrenado este mismo viernes, no logró calentar el ambiente más allá de sus clásicos como ‘Party in the U.S.A’, ‘We Can’t Stop’, o ‘Wrecking Ball’, momento álgido de celulares en alto que se robó todas las canciones anteriores. Nada memorable, más bien un ejercicio de probar en vivo los temas que le van a dar vida a la nueva era Cyrus, con papá en el escenario y todo. (Bárbara Carvacho)

Foto por Eric Pamies

Kate Tempest

Si alguien conjuga a la perfección lo intelectual con lo emocional en los últimos tiempos, esa es Kate Tempest. El año en el que las figuras principales del Primavera Sound son mujeres, no podía faltar una de las más estimulantes, provocadoras y desafiantes de la música actual. Porque es un desafío enfrentarse a la una de la mañana, cuando las fuerzas empiezan a flaquear, cuando el alcohol y el cansancio comienza a pasar factura en forma de cóctel a una propuesta tan demandante como la de ella. Lo suyo no es música de fondo como puede ser Tame Impala, sino que todo se centra en ella arrebatada, poseída rapeando, recitando, gritando sobre los males que asolan el hoy. En los días en el que el Reino Unido debería haber salido de la Unión Europea, en un festival en el que, seguramente, la mayoría de los asistentes (por delante de españoles) sean de allá, ver el escenario en forma de Teatro Griego abarrotado para que nos escupa, y más a ellos, verdades incómodas, se antoja como un quiebre esencial y necesario. Si Europa está perdida como dice en su canción más célebre, su música puede dar pistas de por dónde retomar el camino correcto. Una experiencia disfrutable a la vez que intelectualmente gratificante. (Daniel Hernández)

Foto por Christian Bertrand

Ivy Queen

La Caballota se merece todos los escenarios, pero dentro de Primavera Sound le tocó subir a uno perfecto para lo que iba a desplegar. ¿Acaso un sueño poder bailar con las canciones de La Diva en la arena, frente al mar? Sí. Tal como ella dijo, nos cambió el mar Mediterráneo por el Caribe y disparó sus hits. Pero su concierto estuvo lejos de ser solo una muestra en vivo de sus temas. Como bromeábamos exaltadas con Macarena Campos en primera fila (que horas antes había subido al escenario junto a BRonko Yotte en el mismo festival), lo de Ivy Queen no era un concierto. Era una clase para la vida.

Esa noche, Martha Ivelisse le cantó en su mayoría a mujeres, disidencias sexuales y migrantes. De canciones suyas pasaba a otras, como ‘Pobre diabla’ (que también cantó Kali Uchis en su show) diciendo que no era suya, pero que la cantaba igual porque a ella le salía mejor que a Don Omar. Y entre dembow y dembow tomaba de su copa “agua bendita, para bajarse la putadera”.

En tiempos en que lo latino parece engullir todo, no hay que equivocarse. Aunque Ivy Queen representa el sincretismo entre la puertorriqueña que creció en Nueva York, ella, sus canciones y su impronta es mucho más que la definición que Billboard nos plantea de música latina. En ella está el origen de algo que siempre nos han dicho que es machista, porque los que sonaban en las radios o musicalizaban pasos de baile en la televisión lo eran. A pesar de ser tremendamente exitosa con canciones que hablaban del goce para y por nosotras, el comentarista promedio siempre la relegó a un segundo lugar. La nueva normalidad del Primavera Sound nos invitó a presenciar dónde comenzó todo en un género que nos ha sido negado en el disfrute (“¿no erai tan feminista? si igual bailai reggaetón”), pero que también es nuestro. Las caderas de Ivy Queen siempre lo supieron y frente al mar se coordinaron con las nuestras. (Javiera Tapia)

Foto por Sergio Albert

Yves Tumor

Los arreglos, el retumbe, la perfo, los ojos de Sean Bowie, el glam de la guitarra, el juego de luces. La lista de destacables que envuelve a Yves Tumor es demasiado extensa porque es una historia que se cuenta de a muchas partes, tal como sus canciones. Con cigarro en la boca y pantalones de lentejuelas, como si se tratará de la vagabunda que bolsea puchos, sale en escena el músico que ahora se atreve al formato banda para demostrar que lo suyo no es un solo estilo, son todos. ¿Shoegaze? Sí ¿R&B? Sí ¿Trip Hop? También. Ambiente, psicodelia, noise, funk, soul, pop, todo a un volumen capaz de darte la pálida.

Tres discos en la cartera, cuya cúspide se vive en el más reciente: Safe in the Hands of Love, el trabajo capaz de darle una consistencia que se notó en vivo, donde tuvo hasta el privilegio de reconocer al enemigo y mostrar cuatro nuevas canciones en las que lució cómodo y dramático, condiciones que parecen ser sus trajes favoritos.

Foto por Sharon López

Él Mató a un Policía Motorizado feat. Amaia, J y Manu Ferrón

Quizá El Mató un Policía Motorizado no sea un grupo que mueva aún masas en España, pero la cola para entrar al escenario que patrocinaba una conocida marca de cerveza se hizo patente un buen rato parecía desmentirlo. Ese escenario, una especie de carpa circense que ocultaba un bonito local decorado con vidrieras que daban un ambiente íntimo y especial, se llenó a reventar antes del comienzo de esa actuación dejando afuera muchísima gente, tanta como para doblar el aforo. Pero, como casi todo, tenía una explicación. La actuación de los argentinos estaría acompañada por Manu Ferrón y, sobre todo por J líder de Los Planetas y por Amaia, ganadora del Talent Show Operación Triunfo de hace un par de temporadas que parece estar haciendo un extraño viaje desde el mainstream más absoluto que da la fama televisiva al underground del indie español, donde parece sentirse más cómoda.

El repertorio eran canciones de los porteños, primero en solitario, luego con el resto de invitados, sobre todo Amaia. No se puede decir que nada sorprendiese. El Mató es como una versión con tonos sepia de los propios Planetas en el que algunas canciones brillantes no pueden esconder cierta baja intensidad y hasta falta de personalidad de la propuesta. Digamos que Él Mató son a Los Planetas lo que Greta Van Fleet a Led Zeppelin. Aún así una diversión que disfrutó un público entregado pero con la incómoda sensación de que esperaban con más ansia a los invitados que al plato principal. (Daniel Hernández)

Foto por Dani Cantó

Robyn

No sé si quiero llorar o quiero bailar, pero en cualquiera de los casos, quiero que sea con Robyn de fondo. Ya es de madrugada, estamos más cerca de las 6 de la mañana que de las 10 de la noche, datos que poco importan cuando una puesta en escena como la de la cantante explota en la cara.

La responsable de ‘Honey’, llamada igual que su último trabajo, contrasta de rojo en un escenario totalmente blanco, casi como evocando a un imaginario celestial, que está lejos de ser la casa de dios y que es más bien la rave a la que quieres ir. Haciendo uso del vivo como una nueva forma de experiencia Robyn, la cantante se entrega a reversiones que permiten exceder el beat, alargar el baile, y aclimatarse con los pasitos más ligados al house que a la balada pop.

Electrónica masiva de una calidad que sólo te da la entereza y la experiencia del ruedo, cosa que a Robyn se le nota en la cara y en la voz. Una mujer que luce inquebrantable pero que usa sus tonadas para demostrarte lo rota que está, todo esto mientras no dejas de mover los pies. Qué decir de ‘Dancing On My Own’, uno de los mejores momentos de todas las jornadas. Un himno conmovedor que se tomó el lujo de presentar un canto masivo que la rubia sólo contempló, hasta llegar al coro, donde todo terminó de ser fiesta. El fantasma de la muerte evolucionado a jolgorio y frases que sanan como medicina. Robyn sabe de eso.

Foto por Sergio Albert

Kokoshca

De madrugada hubo un escenario en donde los extranjeros fuimos una excepción y eso es algo importante de precisar en un festival como este, al que concurren personas de más de 120 países. Kokoshca subió a la tarima del Your Heineken Stage poseídos y poseídas por el espíritu de Las Grecas, un dúo formado por dos hermanas gitanas -Carmen y Edelina- en 1973 y que son parte fundamental de la música popular local. Pero no solo ellas estuvieron presentes, sino también otros como Los Chunguitos y Los Chichos.

No hizo falta nada más que las canciones para que esa casita ubicada dentro del Parc del Fórum se transformara en una verbena. En medio de la fiesta, de pronto me acordé de Alex Anwandter. Trataba de buscar un símil de Las Grecas en Chile, pero ahí caí en cuenta de que el hedonismo nunca se ha dado bien en nuestro país. Y menos en 1973. Y Alex Anwandter apareció en mi cabeza a raíz de algo que me dijo en la última entrevista que le hice, a propósito de Latinoamericana. “En mi mente hice un disco que tenía una fecha de creación que me inventé, que era de 1978 a 1979 (…) Y el ejercicio fue un poco con rabia también de nosotros no tener el equivalente de esa época en pop, en pop futurista. Como lo tenían los países del primer mundo. Nosotros estábamos prácticamente sin artistas, bueno, no sé si Patricia Maldonado cuenta como artista. Fue un ejercicio súper raro escuchar las entrevistas del Gepe y de su último disco, que andaba en una onda parecida, inventando música que no existía de otras épocas y yo estaba haciendo lo mismo, con un pop futurista de otra época que no existió, donde se nos negó la posibilidad de hacer ese pop futurista”.

Ese momento, para algunos, fue volver un poco a sus pueblos (casi siempre todos tienen un pueblo al que ir, dentro de sus orígenes familiares) y para otros, como yo, lejana a esa memoria, fue darme cuenta que la música tiende puentes inexplicables. ¿Cómo iba a saber que dentro del Primavera Sound iba a escuchar, a eso de las tres de la mañana, una de las canciones favoritas de mi abuela? Mi abuela. Una señora nacida y criada en Victoria, Región de la Araucanía. Esa noche bailé en su verbena. (Javiera Tapia)