música chilena
La noche del sábado 11 de febrero, en el Muelle Barón de Valparaíso, se cerró la edición 2012 del Rockódromo. Aplaudido por muchos y cuestionado por otros tantos, su aporte a la escena nacional es innegable. Los días siguientes han permitido mirar el asunto con cierta distancia y poder confirmar las razones que hacen de este encuentro anual una instancia valiosa.
Que Chile es un país centralista ya ni amerita discusión. Sabemos de sobra que es así. El mayor movimiento de bandas ocurre en la capital. Cuando se trata de conocer música de regiones el radar no suele pasar de Valparaíso o Concepción, quizás con Valdivia como excepción durante los últimos años gracias al trabajo de Discos Tue Tue. Pero allá afuera hay mucho más.
Por las razones que sean, Rockódromo no es visto como el tremendo evento que es. Como un festival de música chilena que mezcla géneros a través de sus diferentes instancias. Que -más allá del nombre- abre su espectro y no se limita a bandas de riffs, sino que intenta abarcar cuanto se pueda, en su afán de mostrar la producción sonora de estas latitudes, y lo presenta de forma gratuita.