Reseñas
Un profundo exceso de conciencia del poder que convocan. Aquel aroma deja el trabajo en colaboración de dos de los más connotados músicos de la Norteamérica actual. Ambicioso, derrochador y excesivo ante todo. Portador de destellos geniales llenos de melodramatismo y opulencia. A veces, incluso, el romperle la madre a las estrategias musicales contemporáneas -gravamen manifiesto para estos miembros de la elite que nos miran hieráticos desde el partenón- provoca una sentida y forzada intención por dar siempre una vuelta más a la revisión final del álbum, por tratar de estrujar de alguna nueva e intrépida forma el sample, a riesgo de desfigurar una canción, como en el caso del precioso muestreo original de Otis Redding en ‘Try a Little Tenderness’ para ‘Otis’, cuarto track del disco.
Toda banda grande se ve frente a ese dilema. En ocasiones, más de una vez durante sus carreras. Todo grupo que se ha vuelto icónico tiene guiños sonoros que le son característicos, una zona de comodidad donde han comprobado de facto lo buenos o efectivos que pueden ser. Y llega un minuto en que -sea por voluntad propia, sea por las circunstancias- tienen que escoger. Seguir la ruta conocida, o apostar por la evolución.
Con un 2010 que lo mantuvo ocupado en quitarle el polvo acumulado a los emblemáticos Pavement, reflotar su nombre y embarcarse en una gira por diversos rincones del mundo –que, lamentablemente, no pasó por nuestro país-, Stephen Malkmus llega a imprimir el aire fresco que significó el reencuentro con viejos camaradas y grabar una nueva entrega con The Jicks.
Desde hace años que el revival de los ochentas está entre nosotros. Sigue aquí, en todos lados. En la ropa, las zapatillas, los cortes de pelo y accesorios. Musicalmente, ni hablar: aún se pueden encontrar referencias en centenares de discos, desde pequeños guiños a obras completas que podrían haber salido sin problema hace tres décadas. El detalle fundamental es, y siempre será, si esas inspiraciones se toman como modelos a seguir (o copiar), o bien como el punto de partida para conseguir algo propio.
En noviembre del año pasado, Javier Barría lanzaba “El Diminutivo del Frío” para libre descarga. Era plena primavera. Por esos días, era inevitable pensar que ese muy buen trabajo se vería realzado por el clima frío y, por qué no, sería una banda sonora ideal para el invierno. Casi ocho meses después, es bastante probable que, en este preciso momento, en el hemisferio norte haya más de alguien pensando lo mismo de “Bon Iver, Bon Iver”.
Foto por Mauricio Zamudio
Actualmente es un ejercicio bastante fácil mirar con enorme recelo los shows de agrupaciones reformadas cuyos éxitos pasaron hace ya un buen rato, en especial cuando el integrante más importante y de mayor renombre de su formación está ausente. Y, tomando en cuenta que ese personaje ya no forma parte de este mundo, la desconfianza toma libertad total para moverse como desee.
Si la paciencia es una virtud, el sexto álbum de estudio de Explosions in the Sky es una muestra patente de virtuosismo. Sí, es cierto, desde sus orígenes el terreno del post-rock en que se desenvuelven tiende a la letanía, a la creación de texturas en base a la repetición de fragmentos melódicos. No es casual que en los primeros precedentes del género haya un cierto sentir común con el dub y las estructuras de Kraftwerk. Aquí, en “Take Care, Take Care, Take Care”, el cuarteto norteamericano se da el tiempo de bajar las revoluciones, incluso hasta el punto de llegar a coquetear con el ambient.
Hoy en día es un ejercicio fácil catalogar a Los Tres con el mote de “banda clásica y unánime” dentro del rock nacional. Claro, un sinnúmero de canciones grabadas de forma indeleble en la memoria colectiva los tildan como uno de los grandes nombres que ha dado nuestro país. Como toda agrupación importante, su paso a la inmortalidad tiene sustento en discos redondos y exitosos, y -por supuesto- una obra maestra: “Fome”, su cuarta placa de estudio.
En el universo de las bandas hay infinidad de mitos, y uno de los más llamativos es el de los síndromes. El “síndrome del segundo disco”, por ejemplo, que de un tiempo a esta parte ya tiene sucesor en el muy original “síndrome del tercer disco”. Y hay otro muy similar a ése, pero mucho más interesante: aquel que dice que un artista hace o deshace su carrera no cuando logra un álbum exitoso, sino cuando tiene éxito en sucederlo. En ese escenario se encontraba The Antlers el año pasado, antes de comenzar las sesiones del que sería su cuarto largaduración.